8 ene 2010

El Secreto comercial de McDonald's

No me lo podía creer hasta que no lo comprobé esta mañana. Ya sabéis, queridos lectores de este blog, que no suelo bromear con los sucesos extraordinarios. Y este que me propongo narraros, es extraordinariamente extraordinario. Ahora me explico el empeño que puso el gerente, o el representante o el abogado, ya no recuerdo con exactitud lo que era, de la multinacional McDonald's para radicar una sucursal de la famosa hamburguesería en los bajos del bloque de pisos en el que viví hasta finales del XX. Quienes conozcáis Málaga sabréis a cuál me refiero: al que se halla en una de las esquinas de la plaza de la Solidaridad, justo a mitad de camino entre los centros comerciales Larios y Vialia.

En aquel entonces, los vecinos creíamos que McDonald's había elegido nuestro edificio por lo estratégico de su ubicación, justo entre dos grandes complejos de ocio. Sin embargo, sus técnicos no contaron con que a nosotros no nos hacía la menor gracia que instalasen sus tremendos aparatos de aire acondicionado en la planta diáfana en la que jugaban nuestros hijos y, encima, la agujereasen para asomar por ella la espantosa chimenea que vomita humos 12 horas al día desde un nivel más bajo que el de nuestras ventanas. Y el aroma, imaginaos, no sería precisamente de Ô de Lancôme. Lo malo del asunto es que, años atrás, antes incluso de la entrega de llaves a los compradores, el promotor inmobiliario había incluido unas cláusulas en el reglamento de la Comunidad de Propietarios que autorizaba a la multinacional del colesterol a cometer tamaño atropello. Fuimos a juicio. El pleito se alargó, como siempre, meses y meses pues cada parte demandó a la otra. No nos explicábamos la tenacidad de McDonald's por establecerse allí, en vez de probar con algún otro inmueble cercano. Porque locales libres había muchos.

Al final el asunto se arregló con un acuerdo. McDonald's renunciaba a ocupar la planta diáfana a cambio de que la autorizáramos a pasar sus tubos, a través de uno de los patios interiores, hasta la azotea. Allí no molestaban ni la chimenea ni las bombas de calor. En contrapartida, McDonald's nos regaló unas reformas en el portal e indemnizó en metálico a los vecinos a quienes se les quitó algo de luz. Retiradas las denuncias, ahí está el McDonald's. Si os acercáis por allí, veréis cómo aflora por encima del bloque el ojo de una especie de periscopio gigantesco.

¿Fin de la historia? Qué va. Ahora viene lo más impresionante. Ha llegado a mi conocimiento, por cauces que no revelaré, el secreto comercial de esta empresa fundada por los hermanos Mac y Dick McDonald en 1940, la fórmula que les ha proporcionado éxitos y más éxitos durante más de medio siglo. Según me aseguraron, hay puntos del planeta que disfrutan de ciertas propiedades que ninguna ciencia consigue explicar, puntos denominados atractores digestivos. Se reconocen por síntomas muy curiosos. Por ejemplo, en un perímetro de 5 metros a su alrededor, instrumentos muy sensibles detectan un gradiente geomagnético infinitesimal. También sorprende que determinadas personas, en concreto los varones noruegos que sean zurdos y pelirrojos y no superen el 1,65 de estatura, experimentan un ligero escalofrío en los antebrazos cuando se acercan a un atractor digestivo. La fuente por la que conozco este extremo sí que puedo hacerla pública pues tan extraña eventualidad fue investigada por el célebre escritor americano Richard Wallace al advertir que la plantilla de ojeadores de McDonald's respondía a un biotipo inusual. Y la última de las cualidades de los atractores digestivos, la que los entendidos llaman invariabilidad de recorrido pseudoaleatorio, es la que he comprobado esta mañana. Consiste en seguir el siguiente algoritmo:

1. Salir de casa y mirar el reloj.
2. Si la aguja del minutero señala un minuto par, andar hacia la derecha. Si no, a la izquierda.
3. Caminar a paso natural contando el número de zancadas desde cero.
4. Detenerse al llegar a una intersección.
5. Si el número de pasos que lleva es par, tomar la derecha, y si es impar, la izquierda, claro está, siempre que sea posible, ya que alguna de las vueltas quizá no pueda transitarse.
6. Volver a la instrucción 3.

Así lo hice, apreciados amigos. Al cabo de media hora, me vi en la mismísima puerta del McDonald's de mi antiguo domicilio. Incrédulo, me llegué a casa de mi hermano y repetí la experiencia. El algoritmo de arriba me llevó derechito a otro McDonald's, este el de la Plaza de la Marina. Insistí. Cogí el coche, aparqué en Segalerva y consulté la hora. Ya en la acera, me atuve a las 6 instrucciones relacionadas. ¿Adivináis dónde terminé? Exacto: en el McDonald's del Centro Comercial Rosaleda.

Probadlo vosotros. Veréis que no falla.

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