1/12/07

Manso y paciente


Ser y vivir como Jesús
Como Jesús, que es una persona que respira una infinita paz, sosiego, dulzura y dominio aun cuando lo «apretaban», «asaltaban», «asediaban» (Mc 3,10; Lc 5,1).

Ofrece toda bendición y todo premio a los mansos, pacíficos, a los que sufren con paciencia la persecución: "Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. "Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos" (Mt 5,4ss).

Como Jesús, ante los acusadores y jueces, con humildad, silencio, paciencia y dignidad. No se defiende, no se justifica. Ante las burdas calumnias no respondió nada ante Caifás (Mc 14,56),

ante Pilato "Entonces le dice Pilato: "¿No oyes de cuántas cosas te acusan?" Pero él a nada respondió, de suerte que el procurador estaba muy sorprendido. (Mt 27,13),
ante Herodes "Le preguntó con mucha palabrería, pero él no respondió nada. (Lc 23,9), produciendo admiración en el uno y desprecio en el otro.

Como Jesús, que ante la negación de Pedro «se volvió y le miró» (Lc 26,69): una mirada de acusación pero con amor y perdón.

Como Jesús, cuya paciencia en la noche de la Pasión es sometida a duras pruebas cuando lo azotaban, le colocaban un vestido de loco, una corona de espinas en su cabeza, un cetro de caña en sus manos; lo golpeaban en la cabeza, jugaban con El a la «gallina ciega». Por toda respuesta, El sufre y calla. No se debe olvidar que Jesús tenía un temperamento muy sensible.

Como Jesús, a quien acosan en la cruz basta el último momento con el sarcasmo. Por toda respuesta, El pide perdón para ellos: "Jesús decía: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen." (Lc 23,34).

Esta mansedumbre y paciencia de Jesús debió impresionar tan fuertemente a los testigos, que Pablo conjura a los corintios «por la mansedumbre y bondad de Cristo» (2 Cor 10,1);

y a Pedro, después de tantos años, se le revuelven las entrañas de emoción cuando recuerda que «siendo injuriado no devolvía injurias, siendo maltratado no lanzaba amenazas» (1 Pe 2,23).

P. Ignacio Larrañaga

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