viernes, 6 de noviembre de 2009

"No hay letras..." por Óscar Escoffié Padilla



Siempre debe ser motivo para celebrar, la aparición de un poemario; no importa que el libro sea un lúgubre recorrido por cosa más abominable como lo es el alma humana; ni que esté escrito con veneno. No hay letras para escribir tu epitafio es el testimonio de una mirada circundante y un horizonte de abismo; ojos tras la rosa de los vientos y una perspectiva de muro. Es decir, el poeta Cisneros de la Cruz (de la Cruz) abre sus ojos de poeta, gira su cuello de poeta, recorre con sus pasos de poeta la realidad, y dice entonces con su voz de poeta: vaya absurdo, cuánta muerte, cuánta sangre, qué obscuridad, vaya falocracia, y termina con la frase que abre el libro: “deposito aquí este veneno”, donde lo circundante, la cardinalidad del espacio está poblada de gusanos, cadáveres, bestias, lóbregos engendros, y el abismo o el muro no es sino una orfandad del espíritu, en la más religiosa de las definiciones; una postura anatema que bien podrían valerle la hoguera.


Se trata de un libro con motivos filosóficos existencialistas que me obligó a recordar El existencialismo es un humanismo, ese ensayo de Sartre que hoy se considera el manifiesto de los existencialistas, y que insiste en la condición infinitamente solitaria del hombre al entenderse como responsabilísimo único de sí y todos sus actos, resultando de ello una sórdida angustia.

Con un cuidadoso lirismo que da fe del buen oído en Cisneros, los poemas son una expresión de solidaridad ante los “entes que impregnan con orina los árboles, o los vagones del Metro”. Más aun, leer el libro de Andrés es como jugar con un diamante negro de filosas aristas; obliga al reposo en una cama de clavos, y sabe a un buen vino amargo; pero también es una condena, un señalamiento, un escupir, un odio inteligente que desafía el miedo a morir, aunque no así a la soledad (“morir es mejor que apestar solo” [p.19])

Y precisamente, la muerte, como un siniestro cigüeñal, gira y gira lingüística, temática y esencial, substancialmente la obra. Omnipresente, esa ánima del libro se dirige luego hacia un dios que llama Cisneros “muerto”, pero que al invocarlo revive. El poema que da título al libro, es un texto furioso que, si no reconoce la presencia de un dios vivo, sí al menos lo afirma muerto pero para resusitarlo al menos dentro de sí. “No hay letras para escribir tu epitafio”, le dice, aunque el que dice “tú” -pronombre implícito en el verso- dice creo en ti, existes. El tú siempre revela al yo, de manera que si no hay epitafio sí hay diálogo, invocación oblicua, es resumen: otra forma de rezo; y el hecho de que ponga delante del lector, diríanse: los motivos íntimos del escritor que lo hacen terminar en una especie de ateísmo existencialista, es una sutil manera de preguntar al Otro, en este caso al lector: ¿estoy mal?, o ¿no es así?, y a aquél, al que dice “dios ha muerto/dios Padre/Has muerto/Y no es ninguna novedad” paradójicamente hace brotar a fuerza de reclamos cual berrinche del hijo hacia su padre como diciendo “sé que estás ahí, escúchame; hazme saber que yo también me hallo aquí.



Nuestro autor dice en un tono brutal: “y no busco letras para escribir tu epitafio/porque ni siquiera un nombre te daré por tumba”, y quizás como en el caso del ruso Maiakovski que dijo que el juicio final de Dios le daba tanto miedo como una cantina, Andrés Cisneros, desde el verso, desde el pensamiento y desde la sangre, desde una cantina, subraye su renuncia y negación; pero quizás, como escribió luego Maiakovski hablando de su propia muerte, cuando las prostitutas lo presentaran en andas ante Dios, diga: “¿Y Dios llorará leyendo mi brevísimo libro!/Hecho de temblores en compactado ovillo, no de palabras;/y echará a correr por el cielo estrechando mis versos/y los recitará a sus amigos conteniendo el aliento”.

La máxima Nicheana de “Dios ha muerto”, se contrapone al niño Andrés que no ha muerto: “Renuncio a ti/Renuncio a la paternidad de tus ideas/Renuncio al dios padre que tanto amé de niño/y que nunca existió”.

El libro concluye con El falo que todos llevamos dentro, poema de potencia y hermosura notable, que con un poco de humor podríamos decir que es la antípoda de la novela Los 11 mil falos de Guillermo Apolinaire. En este poema de Cisneros se explican mejor los motivos del autor, subterráneos en los poemas previos. Echando mano del significado lacaniano del falo, que no se trata del pene sino de algo simbólico que refiere al complejo de castración psicoanalítico, Andrés aspira -utópicamente, claro- al desprendimiento de la cópula universal que nos vuelve dependientes, vulnerables, eternamente penetrados. Pero Cisneros aprieta y se revuelca, grita ¡no! y rasguña, aunque sabe que la única salida al bukake cósmico sea la muerte, la Nada, pues la poesía misma es una erección hecha de incontables cópulas, y los poetas: chaqueteros de la pluma.

Bien editado, siniestro y poderoso, el libro No hay letras para escribir tu epitafio es una confirmación del madurado oficio poético de Cisneros, y es ―como siempre que se trata de verdadera poesía― un atentado contra la frivolidad que obliga, a quien tenga la osadía de leerlo, a confrontar sus verdades y niveles estéticos.


Salud, y en el epitafio de Andrés, ya hay letras para escribir.

4 comentarios:

Clicerio E. Cedillo Godínez dijo...

Felicidades Óscar, el tiempo no ha pasado, solo ha reafirmado tu vocación de poeta

Clicerio E. Cedillo Godínez dijo...

Felicidades Óscar, el tiempo no ha pasado, sólo ha reafiramdo tu vocación de poeta.

Gabriela Reboreda N. dijo...

Óscar, qué manera de reseñar el poemario de Andrés Cisneros, a quien tuve el gusto de conocer en la Feria Internacional del Libro en el Zócalo de la Ciudad de México, el pasado 2009. A penas un momento para saludarle y platicar un poco de ti.
Bueno, me parece de una ágilidad, inteligencia y sensibilidad verbal todo lo que refieres de este poemario, que seguro resulta más que una provocación, una convocatoria honesta a un trabajo con espirítu y vocación.

FRENTE AMPLIO DEMOCRATICO dijo...

el falo que todos llevamos dentro??... jajaja... que profundidad en la sensibilidad del autor... jajaja...