Cecilia Vetti

                                                        

La milonga de los jueves
                                                                                                   

     Al entrar al salón de baile, ya puedo salirme de mí. Dejo de ser Segismundo para convertirme en Cacho. Soy ese otro que espera la tarde de los jueves para darse alas y hasta para ser, no siendo.
     Un sitio vacío en el bar. Me quedo  sentado entre los hombres que fuman y conversan con la misma ansiedad, observando hacia el otro lado de la pista el andar de las mujeres. Acá las mujeres valen por su baile. Sólo por eso…
     El cuerpo tembloroso, los ojos buscando otros ojos, esperando una afirmación. Un tango bordea el silencio y se hace cómplice del después. Es allí cuando se borra el trabajo, la familia, los problemas cotidianos, el sueldo que no alcanza… Todo vale en este juego de destreza y poder, sólo somos acordes moviéndonos en la locura del abrazo. Y mi jermu se cree que hago horas extras.
    Ni siquiera sé en que momento me sumergí en esta quimera del tango; como si fuera lo más importante de mi vida.
     Las miro, las clasifico sin escrúpulos: ésa baila bien, es una de las mejores, seguro que hoy no me mira. Éstas minas tienen un raye… Me lo dice su gesto. Mi cuerpo acusa la rigidez de la espera. Coca, o La Flaca, como le dicen, es una mujer común, más bien fea, ni siquiera tiene prestancia, pero sus piernas son un fluir de tango bordando magia sobre el piso encerado.  Puede conseguir cualquier cosa con las piernas. Bueno, siempre que tenga un macho bien puesto que la sepa llevar con maestría. Todos lo saben… Esta es una cacería en penumbras, y no porque falte luz. Nosotros estamos en penumbras.
     Hoy ha venido “el viejo” ¡Lo que faltaba! Todas se lo disputan. El viejo viene desde mucho antes con esto del tango. Es como un sacerdote de la milonga, puede oficiar todos los ritos. Cuando el viejo saca a una mina, ya está consagrada.
    Cabecea a la Coca, la flaca va derritiéndose a su encuentro. Nos quedamos expectantes observando la soltura de sus pasos, la leve inclinación del cuerpo apretando la cintura de la flaca como si le diera cuerda a una muñeca. Cuando el viejo está en la pista, los demás siempre sobramos. ¡Viejo del diablo! ¡Qué bien bailás! ¡Para vos, todas las milongueras!…
     Ahora llegó el Rubio, otro que se las trae…

     Marisa mira con los ojos entrecerrados estudiando el panorama, no deja de relojear al viejo. Tiene bronca porque la sacó a la Coca, pero se hace la indiferente… Para esto estuvo ensayando toda la semana delante del espejo.     El viejo debe tener muchos años, pero ni siquiera tiene olor a viejo. ¡Tiene olor a tango! Cuando te aprieta la cintura con esas manos finas y transparentes, el mundo se detiene en una comunión de acordes. Me hace una ilusión bailar con el viejo, ahora tendré que decirle que sí al Rubio o al Cacho, otra no me queda, piensa mientras se calza uno de los zapatos. El Rubio se dejó el bigote, parece más delgado, además no baila tan mal. Lástima el perfume, no se lo aguanto. Voy  esperar que termine esta pieza y después lo miro fijo, como no queriendo lo que quiero. El Rubio se acerca, le sonrío. Ni siquiera le importa que esté bailando el viejo y nos desprestigie.

     Las otras, cansadas de esperar una seña considerable, se quedan apretadas a las sillas como fundas gastadas. Son tan amargas, si  no bailan con el fulano elegido se enculan. Y el Cacho allí parado, mirando… y la muy turra de la Marisa que lo dejó plantado. ¡Qué embromar! La verdad que esta mina sí le gusta.


     Marisa se observa las uñas y piensa: desde que me acoplé a este ritual, la tarde de los jueves es lo único que espero, después de estar toda la semana en el Banco controlando balances. Cuando regreso a mi departamento me la paso eligiendo ropa: una pollera ajustada o un vestido a la moda, nada especial. En los zapatos soy capaz de gastarme el sueldo. Tienen que ser los de mejor calidad y adaptarse al pie como un guante. Poco importa la ropa ni el maquillaje. Lo único que importa son las piernas en su lugar. Me digo: ¡Marisa, vos podés!
     La comparsita es una entrega, casi una violación del movimiento. Uno no piensa en nada, ni siquiera en este costado izquierdo que late en demasía, ni en el abuelo que ayer tuvo fiebre. Los jueves no puede pasar nada, el jueves es sólo esto…
     El Rubio aprendió un paso nuevo, hasta creo que puede hacer una presentación en algún salón de barrio. ¡Cómo lo van a aplaudir! ¡Locuras mías!... El viejo baila con la flaca, ni siquiera fue capaz de saludarme. Sigue el compás, levanta los hombros al dar la vuelta como el mejor de los virtuosos. ¡El viejo es una fiesta de tango! Yo no sé por qué estoy bailando y me pierdo de mirarlo. La flaca lo sigue bien. ¡Mosquita muerta!… ¿Cuántos años tendrá el viejo? Ojalá que no se muera nunca. Esto va a ser como una primavera sin flores cuando él no venga. Por distraerme creo que lo pisé al Rubio. No le gustan las distracciones, seguro que por un tiempo no me saca; hasta que se olvide o no encuentre otra mejor. Debe pensar que todos se dieron cuenta, noto la rigidez de su cuerpo. Al terminar me dice “Gracias Marisa.” Lo dice con burla, además, aprendió mi nombre.

     El rubio se muerde los labios. ¿A esta Marisa qué le pasa? ¿Está borracha o  tomó alguna yerba? La noté distante, su cuerpo no me obedecía. No voy a volver a sacarla porque va a ser peor el remedio que la enfermedad. ¡Por fin una buena! ¡Llegó Herminia! Con ésa sí hago pareja. El marido debe estar mejor, me dijo el del bar que estaba mal de lo bronquios. Para que  Herminia no apareciera en dos meses, se debía estar muriendo. Quizá ya es finado. Por las dudas no le pregunto. Espero que no haya perdido el estilo, cuando termine esta tanda me largo. Esa Marisa se desvive por mirar el baile del viejo, yo no sé para que sale si sólo le interesa mirar. Cabeceo, Herminia se adelanta, la recibo como si fuera una princesa reinante… Ella sonríe y se deja conducir, tiene las manos frías. ¡Hola, Rubio!, me dice. Nada más que eso. ¡Dios me la mandó!, con chirolita en los brazos ya puedo lucirme.

     Me lo imaginaba. El Rubio es muy rencoroso, la sacó a  Herminia, cuando volví del baño se hizo el otario y miró para el fondo, como si los cortinados rojos tuvieran forma de mujer. ¡Mejor!... La Flaca se quedó sentada, después de  tanto desparramo con el viejo debe de estar hecha polvo. Me acerco para saludarla. ¿Qué tal Coca? Me mira como si no me reconociera, creo que está mareada, seguro que hace horas que no come para sentirse más liviana. “¡Hola Marisa!, no me había dado cuenta que estabas. Apenas llegué, salí a bailar con Alfredo” El viejo se llama Alfredo. Bueno, por lo menos me enteré de algo. Chau Coca, te dejo descansar tranquila.  Relojeo al viejo, está parado cerca del bar, él también debe de estar reventado… No, derechito el viejo. Me mira, me hace una seña, miro para atrás por las dudas. Si me saca es seguro que está en las finales y piensa que le falta poco… Vuelve a cabecear, mi corazón golpea el esqueleto como si hubiera corrido una maratón. Justo hoy que estoy medio abombada, ya no me importa el rubio ni el pisotón. Cuando me toma y abraza mi cintura siento que este viejo puede hacerme viajar al paraíso sin pasaje. ¡Qué milonga! No tengo nada que envidiarle a la flaca. ¡Mirá Coca! ¡Mirá!...  Ya soy un orgasmo de tango adueñándome de la pista. Todos nos miran, bailo como si sólo existieran los jueves. ¡No te mueras nunca, Alfredo!, le digo al oído. Se ríe con una mueca rara, mueca de viejo, o de milonguero.

     El Rubio ve como las luces del salón se van apagando. Ya empieza a pincharlo la nostalgia. Él también tendrá que esperar al jueves para sentirse otra vez alguien, ni “gordo”, ni “che vos”. Le comienza una comezón en el cuerpo que sólo se le compondrá en una semana, porque hay otros salones, pero éste es el suyo.
     ¡Viejo del diablo! Nunca una ciática, nunca una vereda floja. Uno se pasa toda la semana meta ensayo en la academia y después la otra tiene el descaro de pisarlo. Ahora se me acerca el Cacho. -Chau, Cacho. Ni siquiera me di cuenta que estabas. ¿Te escondiste detrás de la cortina?- le digo en tono burlón. Frunce la cara y se va. No sé que le pasa al Cacho, ni siquiera apareció en la pista. Seguro que está metejoneado con Marisa, pero por el baile nada más. Mucho no le pide el cuerpo, se salvó del pisotón. Me termino el trago, y después a casita.

     Y el Rubio me dice “Chau, Cacho” como si me estuviera cargando, pude sentir la ironía en el chau, o en el Cacho. No sé. ¡Tengo una bronca! Marisa primero bailó con el Rubio, después se hizo la otaria para terminar bailando una milonga con el viejo. ¡Nada menos! Ni siquiera me miró ¡La muy desgraciada! Cuando no tiene compañero bien que me mira. Digo yo, y no es por desearle mal a nadie. ¡Dios me libre de malos pensamientos! ¿El viejo, tardará mucho en morirse?...

(c) Cecilia Vetti

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Provincia de Buenos Aires
    
                       

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