FELIZ DÍA DE LAS MADRES, MAMÁ.




Las madres. ¡Ay las madres! ¿Qué sería el mundo sin ellas? Posiblemente, algo mucho más ruin y mucho menos digno de vivir.

Recuerdo un día de verano en que la luz de la mañana inundaba la habitación y en alguna parte se olía todavía a azucenas blancas.
Mamá había pasado toda la noche aferrada a la cuna, preparando paños húmedos y suministrando el jarabe cada tres horas, como le había dicho el doctor; exasperándose porque la tempestad no amainaba en la mala salud del pequeñito, preocupada porque la fiebre no bajaba y las gotas diminutas de sudor rociaban constantemente su carita pálida.
Durante los últimos días la casa se había llenado de temores; mi hermano no acababa de cumplir un año y parecía que la vida no le hubiera convencido, dudando todavía entre quedarse con ella o volver al lugar donde todos los niños vagan antes de nacer.
Más que él sufría mamá; cada vez que enfermaba dejaba ella de reír, con lo mucho que reía, y luego de comer y de dormir y hasta de pensar en cualquier otra cosa que no fuera su hijito.
Esta vez, sus preocupaciones habían tenido más razón que nunca; aquella noche, el niño parecía ya a punto de irse, sus ojos casi cerrados, su respiración irregular, y el pechito subiendo y bajando tan rápido que asustaba. Me daba pánico verlo así y ver a mamá tan compungida y demacrada, y entre sollozos corría a refugiarme entre los pliegues de su vestido; mamá, la dulce mamá, me acariciaba entonces el cabello, y me repetía los mismos susurros de esperanza con que se quería convencer a ella misma y que a todas horas tenía en la boca, como si fuera una letanía, en aquellos días angustiosos.
Quizá Dios escuchó los ruegos de lo más profundo de su alma de madre, quizá el mismo niño quiso vivir y vivió; el caso es que el milagro tan deseado se obró: al rayar el alba mi hermano salía de las garras de la muerte y dormía tranquilo en los suaves, cálidos brazos de la mamá sonriente, exultante y gozosa, como el guerrero que acaba de ganar la batalla decisiva; porque no hay victoria más importante para una madre que la de ver vivir a un hijo cuando pudo morir.
Al llegar el mediodía, mamá no podía disimular ya el cansancio de tantas horas acumulado. Yo me daba cuenta y me compadecía de ella mientras veía los cerezos cargaditos con sus frutos rojos en el jardín. “Cerezas brillantes, cerezas jugosas, cerezas ricas… ¡mamá!”
Un poquito más tarde, entraba yo en la habitación con mi cestita de cerezas recién cogidas (con ayuda de la abuela). Mamá, agotada del todo, había acabado por tumbarse en la alfombra persa, y cuando me vio se incorporó un poquito y me hizo sitio para que me sentara a su lado. Me quité los zapatitos negros un poquito manchados de la tierra del jardín; cuando mamá vio las cerezas, me besó y me abrazó y me dijo mil cosas bonitas.
Y yo, toda orgullosa; por una vez, era yo la que ayudaba, la que me preocupaba por ella, aunque fuera dándole aquellas simples cerezas que sabía que le encantaban; quizá así compensaba un poquito todo el amor que ella nos había dado y demostrado en tantas noches insomnes, velando por nosotros como ángel de la guarda, y tantas otras veces, con gestos, sonrisas, palabras de ánimo y amor. Ésa era mi manera de decirle que yo también la quería, que estaba orgullosa de ella, y que pensaba que era la mejor madre del mundo.

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Texto: Esperanza
Pintura: "Madre e hija", de Lord Frederic Leighton.

4 comentarios:

A.Dulac dijo...

Gracias por la belleza de tu escrito,decirte algo más sería torpe,felicidades y un biquiño de A.Dulac

Esperanza dijo...

¡Gracias A.Dulac! Muy difícil veo que digas tú alguna cosa torpe ;), pero me alegro de que te guste.

Esta mañana ya lo leyó mi madre y le gustó mucho, vaya satisfacción :)

Un abrazo!

A.Dulac dijo...

HOY VENGO A REÑIRTE,he venido en repetidas ocasiones para leerte y...no has trabajado en algo nuevo,estás quizás mal?,no dejes de hacerlo si puedes pues todas las ideas y aportaciones son necesarias en el vivir diario y tú,eres una parte importante.Un abrazo de A.Dulac

Esperanza dijo...

¡Por fin he vuelto! Y tengo que pedir perdón por haber tardado tanto, es verdad que tienes razones para reñirme A. Dulac, porque no he escrito desde hace mucho, pero es que no he parado últimamente, sobre todo por el viaje que he hecho a París!!

Pero ya estoy aquí otra vez, y por cierto, que en el viaje he cogido un montón de ideas para proyectos para el blog (la última entrada, la Joven Mártir, es un cuadro que no conocía y que descubrí en el Louvre), así que la ausencia traerá también cosas positivas, jeje.

De todas formas, quiero decir que me ha hecho muchísima ilusión saber que hay quien echa en falta las entradas y que incluso las considera aceptables :)
muchísimas gracias por leerme.


Un abrazo,
Esperanza

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