ANATOMÍA DEL CORAZÓN


¿Habéis sentido alguna vez ese frío intenso en el alma?

Es como si un espíritu, una especie gélida e invisible de fantasma, te soplara y te helara en lo más profundo de las entrañas.

Sí, eso fue lo que sentí. Y nunca antes me había pasado, y eso que desgraciadamente no era la primera vez que una vida se me escapaba de las manos.

Aquel corazón era lo más hermoso que había visto nunca.

Grande, perfecto, ¡soberbio!, como sacado de un libro de anatomía, y coloreado con el color rojo, muy rojo, de los granos de la granada.

Me pareció que estaba todavía caliente cuando lo tomé entre mis manos. Y sin embargo ella, casi una niña todavía, estaba ya totalmente fría, blanquísima, como se quedan todos los muertos.

¿Por qué? ¿Por qué había muerto aquella muchacha con aquel corazón maravilloso? ¿Qué había hecho para merecer aquello? ¿No pudo esperarse la muerte un poco? Si todavía no tenía arrugas, ni había vivido lo suficiente, ni habría reído ni amado ni soñado todo lo que tendría que haberlo hecho, ¿por qué llegaba la muerte y la mataba tan pronto? ¿Qué sentido tenía aquello? ¿Qué sentido tenía aquel corazón perfecto, en manos de un pobre viejo, y no dentro de ella todavía, como tendría que haber sido?

El corazón se congeló, al final. Y el mío, preguntándome aquellas cosas, también.

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Pintura: Anatomía del corazón (¡Y tenía corazón!), Simonet. Museo de Málaga.
Texto: Esperanza.

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