12 de septiembre de 2006

Acerca del cuento Mexicano

Existen muchas definiciones académicas e informales para la palabra cuento. Las últimas tienen que ver con su más reciente forma. Pues el cuento tiene inherencia al ser humano buscador de narrar algo interesante, y dada esta inherencia, tiene entonces el cuento origen remoto y definiciones bastas.
La definición basada sobre experiencia que hace el cuentista estadounidense Flannery O´Connor, enuncia muy bien el paradigma del cuento: “Un cuento es una acción dramática completa (...), los personajes se muestran por medio de la acción y la acción es controlada por medio de los personajes (...). Un cuento compromete, de un modo dramático, el misterio de la personalidad humana”. 1
Es el cuento pues, algo necesario y fundamental para evocar la naturaleza dramática humana; el representar sensaciones, emociones y reflexiones que vivimos o que incluso jamás viviremos. Es un medio para realizar la catarsis de que hablaba Aristóteles y, que es requerida para liberar emociones, tensiones o ansiedades.
Una definición sujeta, y llega a dogmatizar algo, en este caso al cuento; que siempre tiende a escapar de las definiciones hechas siempre por la cultura o ambiente que lo rodea. Las reglas que lo conforman también son variables a través del tiempo. Así que el cuento sólo encuentra esencia en sí mismo, en cada uno que logre perdurar en la memoria. Entre más sean las personas que lo recuerden, más significativa será su esencia.
Pero el cuento se nutre del ambiente que le es cercano a su autor. El ambiente que rodeó al cuento mexicano, aún antes de su conceptualización, era religioso y educativo. Si se realiza una analogía de la cultura mexicana con una persona, encontramos referencias a lo descrito por Bruno Bettelheim, que el infante necesita de historias fantásticas (religiosas) para poder tener confianza en la realidad que apenas comienza a discernir y elucubrar. Tal vez, la madurez (cultural) se estaba alcanzando cuando arribaron los españoles y trajeron su propia madurez cultural hasta entonces alcanzada.
Descubrí entonces que no existía literatura en las culturas de las épocas prehispánicas. Lo único que se puede considerar como tal, era la poesía, que se trasmitía de forma oral, al igual que las narraciones religiosas y morales. Muy pocos muestra se conservaron en forma de textos, pero, como ya vimos estos –al ser escritos por españoles- están influenciados por la cultura española. Las tradiciones orales que persisten han sufrido la natural deformación del tiempo, pero nos permiten atisbar el imaginario colectivo ancestral.
La época colonial fue un proceso de castración que venía a coronarse por la Inquisición. Los criollos se desligaban lentamente la identidad peninsular y les daba pánico saber –dado su xenofobia- que se impregnaban de la cultura de los naturales. Es grato encontrar al fraile franciscano de la provincia de Yucatán, Manuel Antonio de Rivas en 1773, descubrir a un cuentista mexicano con espíritu moderno relativo a su tiempo, único escritor de cuento fantástico. En ese año es delatado a la Inquisición por una serie de cargos incluido el haber escrito un cuento poco original sobre viajes espaciales hacia la luna; con un toque moderno relativo a la ciencia de aquel tiempo. Acusado por el contenido supuestamente hereje y astrológico, es detenido y posteriormente defendido por su abogado, argumentando que en la historia de la Iglesia Católica han existido varios apólogos que hicieron historias usando la imaginación ahora atacada. Se convence al fiscal por estos argumentos y suspende el proceso. Al respecto el mismo Pablo Casanova, dice: “Al hombre moderno se le juzgaba por los productos imaginativos de su filosofía, o se le defendía ignorando la existencia de esa filosofía.”2 Pero al fin este tipo de encuentros marcó un cambio gradual en la conciencia literaria. “En la literatura perseguida se advierte la formidable evolución en que el acusado provoca una metamorfosis social y se convierte en acusador, quitándole al juez la razón, para sustituirla por otra suya.”3
El acto de contar, más que el ser cuento, persiste desde que el hombre puede hablar; al respecto Bioy Casares dice: “Viejas como el miedo, las ficciones fantásticas con anteriores a las letras.”4 En este caso es anterior incluso al la corriente fantástica en México. La inquisición contribuyó entonces, con la formación de una cultura anónima e incomunicada. En la colonia al fin de cuentas con todas su imposiciones y limitantes, acabaron por dar elementos característicos a la idiosincrasia mexicana, pero principalmente contribuyó a la cultura, y no lo podemos negar. Tan sólo que el cúmulo sincrético no permitía establecer un parámetro de originalidad y autenticidad en la cultura mexicana; más en lo que nos interesa, la literatura
Es necesario sumergirse leyendo todos los autores para poder discernir, no sólo a través de la revisión de la historia del cuento, el proceso de trasformación que sufre el cuento y encuentra según los eruditos historiadores en la obra de José María Roa Bárcena, que es considerado como el primer cuentista con identidad mexicana, y después con igual realce al escritor Vicente Riva Palacio. Los autores que perduran en la memoria, generalmente lo hacen por calidad y talento, pero queda la duda de que otros tantos, con igual capacidad, quedaron sumergidos en el anonimato; por distintos aparatos, tales como el político, religioso, económico, La época en que surgen los autores arriba mencionados, surgen en un tiempo de crisis y persecución ideológica. De forma similar que en la Inquisición, pero no al grado de ésta, el gobierno restringía las expresiones literarias del pueblo; sólo que la respuesta a un intento de extinción siempre es recíproco a quien lo trata de extinguir, en este caso si el gobierno trataba de extinguir la expresión al pueblo que escribía, este respondía con ideas principalmente políticas.
El modernismo fue la mayor influencia que tuvieron los narradores mexicanos; es el afán de encontrar en la cultura particular los rasgos que definan la personalidad individual. El modernismo es una corriente que siendo extranjera, provoca en los que la adquieren, una introspección. Es romper con lo antiguo y transformarlo todo en nuevo. Los escritores mexicanos, sabían que lo antiguo era estar vinculados con el extranjero, lo nuevo era buscar en sus entrañas para dar, con todo orgullo, la visión novedosa al mundo de lo que se gestaba en el país.
Como consecuencia se encuentra el realismo. Encontrar desnudez en la sociedad, vista por sociólogos y literatos venidos del extranjero; o con influencia extranjera. Se les califica de antimexicanos por su exilio físico e espiritual, pero lo hacen tan sólo para regresar como los hijos pródigos del país; ya que traen consigo la frescura del alejamiento del ensimismamiento. Aquí se forja la identidad: el reencuentro o reconciliación con lo rural, lo urbano, lo mexicano. Con toda su maraña de supuestos morales, festividades y fervores religiosos, odios ancestrales, ironías, humor, dramatismo, su irreverencia a la muerte, etc.; se acepta la única cara –formada por miles más- que nos damos a nosotros mismos. Después de la aceptación viene la expresión.
El cuento mexicano tiene un origen similar a los de todo el mundo: la necesidad de contar. Pero más que origen, el proceso de adquirir identidad ha sido tortuoso y va acompañado inevitablemente de todos lo procesos políticos, religiosos y sociales en general. El cuento siempre narra lo que le estimulan. La historia del país, abierta o cerrada ideológicamente, ha estimulado el origen del cuento mexicano.
El cuento no es proyección psicológica individual, es reflejo y absorción del ambiente que nos rodea. Es la asimilación consciente e inconsciente de lo que deseamos narrar. En esa asimilación encontramos lo que no va a suceder o a pensarse, la negatividad; entonces, se torna ficción lo que deseamos narrar.

1 O´Connor, Flannery. Paréntesis. junio-julio 2001, año I, número 11, p. 97, El arte del cuento.
2González Casanova, Pablo. La literatura perseguida en la crisis de la colonia. 1ª ed. México, D.F., Ed Secretaría de Educación Pública. 1986 p. 107.
3 Ídem. p. 136.
4 Borges, Jorge Luis y otros (Comp.) Antología de la literatura fantástica. 16ª ed. Buenos Aires. Ed. Sudamericana, S.A. 1999 p.7.

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