7 de des. 2010

"Espectáculo al espectáculo", d'Omar Ornaque

En aquesta ocasió, publico un assaig d'Omar Ornaque, en què no només analitza d'una manera àcida, però encertadíssima, la situació actual de l'obra més lligada a l'espectacle d'Antoni Gaudí, sino que posa la mirada en una solució per al futur de l'obra, fins ara no plantejada. I és que de la cultura de l'espectacle va la cosa.
Vaig demanar-li per publicar-la a aurelimora.blogspot.com després de llegir-la i trobar-la genial i divertidíssima. Després d'una revisió per part de l'autor, aquest n'és l'hilarant resultat.

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"La idoneidad de los actos no siempre se puede juzgar con claridad meridiana. Cuando sólo conciernen a uno o, a lo sumo, a los más allegados al asunto o directamente implicados, los trapos se lavan en casa. Incontables cotidianidades se sepultan a diario en un silencioso olvido para el bien de la salud mental del individuo. Higiene o incluso reciclaje, si se habla en los términos propios que demanda el disfraz de la corrección política con que se intenta vestir sin éxito al siglo XXI, pues es sabido que las situaciones se repiten en un bucle incansable con distintos actores a lo largo del tiempo.

Así, fuera de la preocupación obvia por la supervivencia y los sucesos a tiro de piedra que se resuelven en accesibles tête a tête, aparece por generación espontanea una descomunal carga de mierda que impide avanzar a ritmo ligero cuando se decide en favor de la comunidad, de la sociedad. Intereses, vanidades, egoísmos y, en muchas ocasiones, dinero, esa máxima del capitalismo. Se podría decir que todas estas perlas se engarzarían en la misma sortija sin desentonar. Aquí los actores dejan el anonimato, y de entre toda la masa se erigen unos pocos que son calificados como portavoces de opinión, abanderados de su verdad y se intuye que de la de los otros tantos que desde sus casas se suponen representados. Resulta curioso observar como, por ejemplo, son sentados por el ente televisivo en mesas redondas pero siempre enfrentadas, defendiendo un sí o un no. Y es que a eso parece querer reducirse la opinión, a otro hecho más en el insaciable saco de la máquina de consumo. Un mensaje de móvil al 5555 ha sido inventado para resolver las ansias de expresión del ciudadano. Esos pequeños beneficios de la tecnología.

De entre todos los posibles escenarios en los que se pueden desarrollar situaciones tales, la ciudad es el tablero de juego en que sucede con mayor frecuencia. Por poner un ejemplo cercano con casillas que nos resulten familiares, hablaremos de Barcelona, ciudad que hace tiempo que exhibe uno de los más paradigmáticos casos de opinión pública: la finalización, o no, de la obra de arquitectura que la ha llevado al Olimpo de los souvenirs y a quedar registrada en millones de cámaras de fotos, desechables o no, orientales o no: la Sagrada Familia de Antoni Gaudí i Cornet.

La magnitud de algo tan icónico ha derivado en la exigencia del derecho de libre expresión de pretensión casi vinculante de todo aquel que se siente ciudadano barcelonés, obviando el tipo de preparación previa que legitime el razonamiento. Y ésta es sólo una de las pequeñas puntas de iceberg de la democratización automática de la cultura. Tal falta de filtro ha hecho que, allá por donde haya pasado, como Atila el Huno, no haya vuelto a crecer la hierba.

En el caso de tan faraónico templo expiatorio, el pecado capital de los contertulios suele ser la soberbia con la que se enrocan en posiciones diametralmente opuestas para defender su trinchera con altivas diatribas y, en general, ignorando y mostrando nula predisposición a escuchar.

En ambos polos, lo que se alega es bastante sencillo. Los primeros abogan por haber dejado la obra tal como la vio por última vez el maestro, manteniendo lo que era sólo resultado de su genio y mano y rechazando, según ellos, la impostura de la reinterpretación de los planos que dejo al morir.

Ante tal ataque de purismo está la réplica del puritanismo, tan fonéticamente parecido como conceptualmente antagónico. La obra desde esta perspectiva es de Dios y para Dios, no importa el hombre que la conciba. Se argumenta que así ha acontecido históricamente con las sucesivas iglesias que pueblan el mundo y dibujan sus paisajes.

Mientras, el edificio sigue avanzando, ya sea con las galácticas y apocalípticas esculturas de Subirachs como elevando a los altares las direcciones hiperbólicas que dictan los nuevos y modernos ordenadores, fieles ayudantes de Gaudí en aquellos ya lejanos principios del siglo XX. Se hace hincapié también en la total devoción y servicio católicos del arquitecto y del espectacular y dogmático acto de fe que supone alzar a los cielos las puntas de sus torres con tan solo donaciones de la cristiandad y a mayor gloria de Nuestro Señor.

Las pequeñas trifulcas que aparecen en el camino me traen repentinamente a la cabeza el cuadro de “Las pescaderas”1 de Josep Segrelles y, entre tal algarabía, se me ocurre pensar en mi falta de posicionamiento en cualquiera de ambos bandos. Aunque ya puestos a estar entre delantales y hielo picado, seguramente lo más obvio seria decantarse por el pez espada como sable hiriente, aunque personalmente me decantaría por el centollo como arma arrojadiza y apelaría a mi buena puntería. De cualquier manera, nunca me ha gustado sentirme afiliado a ninguno de los polos, por falta de conocimiento por mi parte y quizás de tesón, como  bien describe Margueritte Yourcenar en sus Memorias de Adriano2. Se obliga socialmente demasiado a decidir entre dualidades, a tomar una posición concreta, cuando muchas veces la belleza se encuentra en la incertidumbre y la duda.

En medio de mi ejercicio de funambulismo sin red, apareció la única chispa brillante que me hizo ver una alternativa válida, y no se trataba de ninguna sentencia salomónica. Elías Torres expresó sin pudor y a sabiendas de la excepcionalidad una acotación muy certera. Entre estos dos polos ¿No es seguramente una posición a camino de ambos la clave del éxito? Entre finalización y permanencia ¿no es cantar bingo quedarse en el mero tránsito?

Pasado el tiempo no es difícil observar que el triunfo del edificio radica en el estado cambiante del mismo, en el suceso de su continua e ininterrumpida construcción. El turista se obnubila ante tal hecho, y sería capaz de volver a la ciudad solo para corroborar los cambios que depara su evolución.  Seguramente ahí esté el truco, y el ayuntamiento debería darse cuenta para no acabar con su gallina de los huevos de oro, la que en su día coloco todavía más en el mapa a la ciudad. Así pues, más vallas, más obreros y, en definitiva, más espectáculo. La cultura del andamio no debe desaparecer de la Sagrada Familia, bien al contrario: el bocadillo de ibéricos debe permanecer como contrapunto salado de nuestra colosal mona de Pascua.

Porque, realmente, ¿quién la necesita terminada? Los tiempos de la fe pasaron a mejor vida (sic), y no parece que los de la moral y la ética hayan tomado derroteros distintos."

Pienso a veces que los grandes hombres se caracterizan  precisamente por su posición extrema; su heroísmo está en mantenerse en ella toda la vida. Son nuestros polos o nuestras antípodas. Yo ocupé sucesivamente todas las posiciones extremas, pero no me mantuve en ellas; la vida me hizo resbalar siempre. Y sin embargo no puedo jactarme, como un agricultor o un mozo de cordel virtuosos, de una existencia situada en el justo medio.


Omar Ornaque

2010.11.25