USO DE LAS IMAGENES DE ESTE BLOG

Creative Commons License
Fotografías e imagenes de los componentes de Extampas Flamencas by Miembros del Colectivo Extampas Flamencas is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.
Based on a work at www.extampasflamencas.com.
Permissions beyond the scope of this license may be available at www.extampasflamencas.com.

domingo, julio 01, 2007

CAMARON VIVE 15 AÑOS 2 JULIO DE 1992-2007


A las que no somos dadas a participar activamente en foros o debates, a las que no aportamos exhaustiva bibliografía sobre un asunto, ni nos decantamos por el cedeforum con la constancia que éste requiere..., algunas veces nos resulta ciertamente dificultoso sumarnos a causas que de una forma u otra, aunque nos interesen, no hemos hecho nuestras.

Para que un conato de relato intimista en la tónica de los cabales surta efecto hay que añadirle algún tópico al uso que suscite el interés: conocí a (...) estando en (...), tuve el privilegio de (...). Subiendo de tono: desde entonces siempre que (...), nunca volveré a vivir – días, semanas, meses- como... Es difícil expresar una sencilla anécdota cotidiana que haya perdurado en nuestra engañosa y selectiva memoria que no responda a estos lugares comunes. Es más difícil si cabe cuando la dinámica del día a día transcurre entre la rutina del trabajo y la vida casera, vida de puertas adentro, de tareas y aconteceres poco poéticos que nos impiden salir a la galería a decir lo que se piensa o a expresar lo que se siente.

Y de Camarón, lo que se siente, lo que se sigue sintiendo y no tendrá fin, es su voz. De Camarón se echa de menos su voz, con metal o sin el, con rajo o sin rajo, bronca, rota, con eco..., o acompañando a esa voz de cualquier calificativo de corte flamenco. Es ahí donde permanece el vacío irreparable. Pero ¿quién era Camarón?, mejor dicho, quién fue Camarón para aquellos que no estuvimos en su vida.

Un poner frecuente. Es verano, vas andando por callejuelas, las puertas y contraventanas de las casas entornadas buscando entresijos para orear los rigores de la calor. Poco a poco, a medida que te acercas una revuelta, se te van haciendo nítidos los sonidos que rebosan de un interior. Doblas la esquina, pegas el oído y distingues la melodía con la queja característica: es Camarón. Sigues caminando con la música ya dentro mientras el ritmo de tus pasos se acompasa a la letra que tarareas in mente.

Vas viajando y paras en una gasolinera que te resulta indiferente en cualquier carretera. Un coche entra tomando la curva a más velocidad de la que se requiere, frena bruscamente ante el surtidor, el conductor abre la ventanilla y se siente el sonido del radiocasete: es Camarón. Repostas con lentitud, vuelves a tu coche, sacas de la guantera tu propia cinta, la pones y sigues tu ruta marcando compás con el pie libre de embrague y tamborileando los dedos sobre el volante. Ya tienes compañía para una parte del trayecto.

Anécdota de género. Pasas por delante de una obra, con falda o pantalón, y en alguna ciudad a has oído “y es que a mi me va mucho la marcha tropical, y los cariños...” Avanzas por delante del edificio en construcción sin modificar la línea recta de tus pisadas por encima de los cascotes, sin permitirte un tropiezo que provocaría algo más que cante en el obrero que entona “…y los cariños, en la frontera, me van”. Te sonríes para ti misma y piensas: piropo por Camarón.

Tienes la suerte de disponer de unos días libres y decides poner rumbo a la playa. Disfrutas de tus paseos, de la brisa del mar, de la compañía o la soledad -según decidas o se te imponga- y vas por el tinto de verano al chiringuito más próximo. A medida que te acercas una pésima megafonía te va avisando: es Camarón. Tomas el primer tinto, vino peleón y hielo medio derretido, y viene el segundo para beber más despacio a la sombra y seguir escuchando.

Has salido una noche de bares, corren las copas, se hace tarde y se aproxima la hora de cierre del local. Quedan pocos parroquianos en ese estado de indolencia que produce la ingesta de alcohol, todo tranquilo. La música que atronaba cesa, cambia de rumbo y de volumen para no dar pie a las quejas de los vecinos. Percibes los primeros acordes de una guitarra, como no: es Camarón. La penúltima, por favor, mientras recogeis.

Hace mucho tiempo entretenía una noche el calor del agosto sevillano en compañía y con un botellín calenturiento. Buscando un alivio falso salimos al balcón por sentir un cambio en la temperatura. En ese lugar y en esa época se comparte una ausencia de intimidad en torno a los patios de luces de los bloques de pisos. Ventanas abiertas, persianas en alto, el interior de la vivienda, que mantiene el calor aplastante del día, a oscuras. Los hombres se asoman en calzoncillos al balcón a echar un pitillo con estoicismo insomne porque resulta imposible conciliar el sueño ante la jornada por venir. Nosotros bebíamos cerveza y me dijeron, mira, una salamanquesa en la pared, ¿dónde?, pues a “la luz de aquella farooolaa”. Y brotó la risa espontánea ante el ingenio Camarón que seguramente no fue entendida por parte del vecino de enfrente, trasnochado, somnoliento y trabajando durante ese mes infernal.

Camarón han sido los veranos caminados entre la penumbra de callejuelas, el sonido que acompaña haciendo kilómetros en carretera, la sombra bien recibida del chiringo a pie de playa, los redobles de palmas de los grupos de adolescentes en reunión, lo que entona el gitano contento que se hace dueño de la calle y lo que expresa por fandangos el borracho del tugurio en su miseria. Camarón es su propia ausencia en aquellos que sintieron su pérdida como la de un amigo querido.

Una idea conduce a otra y es rotundamente cierto que unos sentimientos engarzan con otros. A veces una ausencia desgrana una cadena de ausencias y cada pérdida se hila con otra. Se puede partir de un vacío que una vez rememorado enlaza sucesivamente con el resto de vacíos. Hace ya más de dos lustros que Camarón se marchó. Sí, el mítico, el legendario, y además de Camarón otros seres con sus respectivos estares nos han abandonado, siempre, abruptamente.

Cuando oímos “Y el barquito de vapor…” es inevitable asociar la estrofa a esas alegrías que nos dejó. El silencio de las alegrías traslada nuestro imaginario al paisaje de marismas descrito a través de los esteros y salinas de su cante. Al igual que la imagen mental invoca nítidamente los azules luminosos de agua y cielo captados por nuestra retina comprobamos que, en nuestra memoria, han quedado grabadas con asombrosa e idéntica exactitud la entonación, la pausa o la nota que alargó. Ese ha sido su legado. Lo triste, lo que ya todos sabemos, es que la voz de Camarón no volverá a sorprendernos con la llegada de algo nuevo. De ahí que cualquier recopilatorio, la grabación menos pretenciosa, la más casera o la más antigua, se reciban con tanta expectación.

Camarón ha sido su voz, voz a compás, por tanto música y, ante todo, flamenco. Y yo lo he ido traduciendo en mis cintas de carretera, en el ritmo que oyen mis hijos, en la melodía que me pongo para salir de la apatía moviéndome por mi casa. A veces, en la reiterada escucha de cualquiera de sus letras prestas atención de manera diferente y percibes una de sus sentencias dicha con voz rota que te dejará ya cavilando el resto del día.

Y cavilando, por las noches, me miro en el espejo mientras dura el acto prosaico del cepillado de dientes. La misma cara de siempre que responde a mi cuerpo y a mi nombre. Las ojeras marcadas, el cuerpo abatido por el cansancio diario con el que convivo. Miro de soslayo lo que queda de mi gesto del día y pienso en lo poco que me maquillo, en lo poco que me arreglo, en lo poco que me cuido y me dan ganas de gritar. Querría gritar, por el tiempo que no da tregua y por todos los seres queridos que se han marchado. Entonces decido que para mañana me pondré mis pendientes de caireles, los corales, las discretas gitanillas color turquesa o los negros más elegantes. Voy para la cama y, antes de olvidar el pequeño propósito de enmienda sobre mi coquetería, oigo la música de un coche que pasa al ras de mi ventana: era el eco Camarón.