Homilía en el día de San Juan Bautista 2007

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes y diáconos asistentes,

Excelentísimas autoridades,

Religiosas, seminaristas,

Hermanas y hermanos todos:

1.- Suele ocurrir que los padres, cuando contemplan juntos al hijo recién nacido, se preguntan, ¿qué será de este niño o de esta niña el día de mañana?

Esta pregunta, nace de la evidente incapacidad que tenemos los humanos para conocer el futuro, y de la consiguiente incertidumbre que en ella se genera. Abrumados a veces por la experiencia de los males y peligros que acechan la vida de las personas desde la más tierna infancia, puede llegar a convertirse en ansiedad la oscuridad ante el futuro de los seres especialmente queridos. Ante ello no podemos más que albergar buenos deseos y asumir el compromiso de colaborar en la orientación adecuada de la persona cuyo futuro nos inquieta.

Hoy, el santo Evangelio nos presenta a familiares y amigos de Zacarías e Isabel, padres de Juan Bautista, haciéndose esta misma pregunta ante el futuro del niño recién nacido. Pero las circunstancias son muy distintas. En el caso de Juan Bautista, la pregunta no nace de la habitual oscuridad humana ante el futuro, sino de la constatación de los signos que hacían pensar en una especial protección divina ya desde el nacimiento.

En primer lugar, Juan saltó en el vientre de su madre Isabel cuando ésta recibía el saludo de la Virgen María que, gestante ya por obra del Espíritu Santo, acudía a casa de su prima para ayudarle en su situación.

En segundo lugar, la sorpresa de que Zacarías e Isabel coincidieran por separado en el nombre que debían poner a su hijo, a pesar de que el Padre había quedado mudo antes de que Juan fuera engendrado, apoyó la sospecha fundada de que “la mano de Dios estaba con él” (Lc. 1, 66). Así nos lo cuenta el santo Evangelio.

2.- ¿Qué mensaje nos proponen estos hechos?

Dios llama y prepara, desde el vientre materno, a quienes ha elegido eternamente para ser ministros suyos en la vida familiar, en la vida social y política, en el ámbito cultural o laboral, en la vida consagrada, en el quehacer pastoral o apostólico, en el culto sagrado, etc.

A pesar de ello, Dios no quiebra la libertad de aquellos a quienes llama, ni somete irreductiblemente el mundo entorno para que nada se oponga al desarrollo vocacional.

Quien ha sido llamado y preparado por Dios, deberá dar una respuesta en la que cada uno es insustituible y libre ante el Señor. Y, para ello, corresponde a las personas en su singularidad aportar el esfuerzo que requiere abrirse a la llamada de Dios, discernir lo que Dios le pide, cultivar su espíritu en orden al cumplimiento del encargo o de la vocación recibida, y suplicar humildemente, a lo largo de su vida, la gracia necesaria para mantenerse fiel hasta el final. Pero, como la experiencia nos advierte de tantas infidelidades como podemos cometer hasta oponernos al mismo Dios (eso es el pecado), se explica, por una parte, el sufrimiento de los padres ante la inseguridad de lo que será su hijo. Y, por otra parte, se puede entender que, en el caso de Juan Bautista, y a la vista de los signos que rodearon su nacimiento, la pregunta acerca del futuro del niño diera ya por sentado que iba a ser una persona especialmente significada ante el Señor y ante el Pueblo escogido.

La lección clara que se deduce de este pasaje evangélico es esta: Debemos poner en manos de Dios la vida de los niños, como ocurre en la Iglesia mediante el Bautismo. Y, como sabemos que la libertad es un don de Dios y un riesgo a la vez cuando queda en nuestras manos, deberemos cuidar con todo interés, el proceso educativo de los niños, encomendándolos al Dios constantemente, y procurando, por todos los medios legítimos, defenderlos de las influencias contrarias a una buena educación, vengan de donde vengan. En este difícil quehacer, del que los padres son los primeros responsables, todos debemos sentirnos llamados a respetar la voluntad paterna, y a colaborar desinteresadamente con ellos desde una clara y manifiesta rectitud de intención. En estos momentos históricos en que vivimos, la libertad educativa de los padres se encuentra con especiales dificultades ambientales y estructurales ante las que no debemos adoptar una actitud pasiva.

Este es un buen momento para hacernos de nuevo esta pregunta: ¿qué será de este niño si lo abandonamos a intereses desaprensivos o a planificaciones ideológicas apoyadas en el poder político? Sin agresividades, pero con clarividencia; sin encerramientos ofuscados sino abiertos al diálogo; y sin cansancio, pero sabiendo recurrir a las ayudas pertinentes, debemos asumir, la responsabilidad que permita a los niños, adolescentes y jóvenes, descubrir los más amplios horizontes que ofrece el Señor para vivir, conocer el camino de la auténtica libertad, y andar por esta vida sin miedo, sin complejos, y con esperanza.

3.- Hay ocasiones en las que el Señor deja percibir determinados signos de su elección respecto de una persona. Pero esto ocurre escasas veces. Sin embargo, todos, cristianos o no, somos llamados por Dios a la vida en plenitud.

Dios no ha creado a nadie superfluamente; y a nadie ha dejado al margen de sus sabios y justos planes. La creación, que es obra del amor infinito de Dios, no puede quedar al margen de su inteligencia infinita, ni de su amorosa intencionalidad divina.

A cada uno corresponde, pues, la tarea de indagar, hasta descubrir la vocación que le ha correspondido. En este proceso juega un papel muy importante una adecuada educación y el oportuno asesoramiento.

A cada uno, corresponde fundamentalmente tomar conciencia de que Dios cuenta con él o con ella, y de que ninguna vida queda al margen del amor y de la intervención divina. Cuando la fe está viva y bien orientada, no es difícil descubrir los signos de la llamada divina.

Cuando falta la fe, y la vida discurre de espaldas a Dios, no solamente se oscurecen los signos de la vocación de Dios, sino que se termina fundamentando la propia vida exclusivamente sobre lo que cada uno descubre por sí mismo, sobre las conclusiones de la propia experiencia, o sobre lo que prometen las apariencias o las ilusiones puramente terrenas.

Esto plantea un serio problema para lograr el verdadero desarrollo personal, para construir la convivencia social sobre el respeto al prójimo y a los valores fundamentales, y para lograr el verdadero progreso de los pueblos. La razón es muy sencilla. Si somos criaturas de Dios, y lo somos, es Dios mismos quien ha establecido las leyes fundamentales que han de regir la vida de las personas y el respeto a las instituciones. A este conjunto de orientaciones grabadas en la misma raíz de la existencia humana, llamamos ley natural. A ella corresponden y en ella se apoyan los llamados derechos fundamentales. Por eso, estos derechos, entre los que cuentan el derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural, el derecho a la libertad religiosa y a la libertad de educación, el derecho a la iniciativa social, etc, son derechos anteriores a cualquier legislación, y merecen el máximo respeto por parte de los padres, de los educadores, de los legisladores, y de los que están llamados a trabajar por el recto ordenamiento de la vida de los pueblos.

Cuando no se cumple ese respeto, como está ocurriendo, lamentablemente, en nuestra sociedad civil a instancias de algunas intervenciones políticas, se hace más necesaria que nunca la voz del cristiano, consciente y competente, en defensa de aquello que es constitutivo de la persona, y sin lo que la sociedad no puede avanzar en el auténtico humanismo y en la justicia, basados en la verdad.

Cualquier supuesto o pretendido avance al margen de los derechos fundamentales, lleva a la deshumanización de las personas, a la reducción de horizontes, al totalitarismo, y a un ofensivo sometimiento de las personas e instituciones bajo el ejercicio desordenado del poder.

4.- Ante situaciones muy parecidas, Juan Bautista levantó la voz y ofreció un valiente y claro testimonio, manifestando limpiamente las prioridades que debían ser atendidas. Todos sabemos que mantener esta postura le reportó la admiración de quienes se abrían a procesos verdaderamente razonables -nunca opuestos a la fe ni exclusivamente vinculados a ella- Incluso el mismo Herodes le tenía aprecio porque era hombre honrado y sabio. Eso nos enseña la fuerza que tienen la verdad y de la rectitud de vida. Dicha enseñanza debe ayudarnos a ejercer una necesaria y bien pensada crítica ante el error o la manipulación que cierran el camino a la verdad, a la justicia y a la esperanza. Crítica que debe permanecer ajena a toda animosidad, abierta al diálogo, sostenida por la paciencia, y comprometida seriamente con el bien de todas las personas y de la sociedad en la que vivimos.

Dicha actitud, incompatible con egoísmos personales, debería brillar en los cristianos, instándonos a un serio compromiso en los ámbitos familiares, políticos, educativos, etc. Este compromiso requiere, en muchos casos, compartir puntos de vista, análisis y proyectos, puesto que nadie se basta a sí mismo. Por eso la Iglesia promueve las asociaciones cristianas en los distintos ámbitos de la vida familiar, profesional y social. Nadie confunda esto con la pretensión de promover asociacionismos políticos o sindicales de identidad y nombre cristiano. Eso no es posible, como lo ha enseñado el magisterio de la Iglesia y como ha demostrado la historia.

Defender y extender la verdad evangélica, iluminando cristianamente el orden temporal, es tarea imprescindible que corresponde, fundamentalmente, a los seglares. Corren tiempos en que, sin tremendismos ni derrotismos, debemos entender que urge asumir, con especial decisión y confianza, el deber de conocer la verdad del evangelio, y de vivir y manifestar con humildad y gallardía, al mismo tiempo, cuanto ello significa y comporta para el justo ordenamiento social.

No podemos olvidar a este respecto, que este compromiso llevó a S. Juan Bautista al martirio. Aunque sabemos que la coherencia evangélica no lleva necesariamente a dicho extremo a los cristianos que actúen dentro del orden legal en un Estado de derecho, sí es verdad, en cambio, que el compromiso cristiano puede llevar a trances difíciles y ciertamente incómodos. Pero, cuando se juega el derecho a la vida, a la libertad religiosa, a la libertad de educación, etc., y cuando están en juego los mismos conceptos de persona, de libertad, de educación y hasta de democracia y de progreso, no podemos cambiar la primogenitura por un plato de lentejas.

Queridos hermanos: nada sería más injusto que dejar entender que estos comportamientos cristianos pueden llevarse a término como simple conclusión de unos convencimientos creyentes. Necesitamos la ayuda de Dios. Y esa ayuda llega a través de la escucha atenta y religiosa de la palabra de Dios, del diálogo con el Señor en la oración, de la práctica del sacramento de la penitencia, que nos enfrenta con la verdad de nosotros mismos y de nuestras intenciones, y de la participación en el sacrificio y sacramento de la Eucaristía que es el Pan de vida y el alimento del peregrino.

A ello nos llama ahora el Señor.

Pidamos a S. Juan Bautista que, como patrono de nuestra ciudad y como titular de la Catedral metropolitana, símbolo de la vida cristiana y de la unidad eclesial de nuestra querida Archidiócesis, interceda por nosotros ante el Señor, y nos alcance la gracia de la fe, de la fidelidad, de la coherencia y de la valentía, confiando en la fuerza del Espíritu Santo.

QUE ASÍ SEA

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