Tuesday, February 12, 2008

CAPITULO 6

A fines de los ochenta, el panorama en las filas de la extrema derecha española rozaba la desolación. Casi totalmente extintos los partidos tradicionales, se abrían nuevos intentos de aglutinar a los restos de militantes en nuevas organizaciones.
Las Juntas Españolas, impulsadas desde las páginas del desaparecido diario El Alcázar, nunca llegaron a levantar cabeza. Poco más tarde, dirigentes de esta plataforma junto con intelectuales de Cedade idearon constituir un nuevo partido político capaz de actuar en sintonía con lo que se dio en llamar <>. Para ello, se marcaron un objetivo simple: borrar toda la simbología franquista y dotar al nuevo grupo naciente de un discurso populista más acorde con los nuevos tiempos. Acababa de nacer el germen de Democracia Nacional.
Siempre entendí a los nazis como una ideología <> y por eso nunca acabaron de caerme bien del todo. Es cierto que me encantaba contemplar, en los documentales de la tele, los impresionantes desfiles que las juventudes hitlerianas realizaban en Nüremberg frente a su Führer, y que también me gustaba escuchar los discursos del líder alemán aunque, la verdad sea dicha, no entendía ni una palabra de lo que decía. Pero los horribles crímenes que cometieron desvirtuaban el resto de su proyecto y, por aquella época, jamás intenté saber demasiado sobre ellos.
Hasta esa fecha, mis contactos con los ambientes nacionalsocialistas fueron esporádicos. Ya he comentado que los primeros conocidos carentes de complejos para identificarse así pertenecían al PENS, y no llegamos a tratar mucho. Con los de Cedade congenié algo más, aunque tampoco demasiado, a pesar de que tuve muy buenos amigos en sus filas. Los skinheads casi no existían, y a los pocos que había nadie les hacía ni puñetero caso; su ideología tenía más de estética y camorrista que de ideales, al menos por entonces.
Salvando las distancias, a las únicas personas con pensamientos similares que respeté, y con los que compartí bastantes ratos, fueron los ex-combatientes de la División Azul. Desde muy joven me acostumbré a acudir al local que esta hermandad tiene en la avenida del Barón de Cárcer en Valencia y disfrutaba al escuchar sus experiencias. Ciertamente no podría calificárseles de nazis porque no lo eran, pero conocieron esa <> en primera persona al pelear como soldados en la 250 División de Infantería del Ejército Alemán. Muchas tardes, pasaba las horas muertas escuchando sus relatos y mirando las fotografías que me mostraban, donde aparecían vestidos con los uniformes militares nazis. Resultaba impresionante comprobar que el abuelito que tenía sentado frente a mí había sido, en sus tiempos, un combatiente español bajo las órdenes de la todopoderosa Wehrmatch. Como apasionado de la historia, disfrutaba con las suyas y, sobre todo, con las que me contaba un alto cargo de esta asociación, el camarada Ferrara.
Aquel otoño del treinta y nueve, la inmensa maquinaria bélica alemana se puso en marcha. La innovadora <>, utilizada inicialmente contra Polonia, supuso un duro golpe para las adormecidas conciencias occidentales que contemplaban desesperadas como, en apenas un cuarto de siglo, el viejo continente se enfrentaba a otro segundo conflicto de consecuencias impredecibles.
El mundo entero observaba estupefacto el avance imparable de los ejércitos del Tercer Reich. Los sueños de grandeza del Führer y de su pueblo comenzaban a materializarse; el <> iniciaba su espectacular despegue…
La luz roja se encendió en el resto de potencias cuando el color de la sangre volvió a teñir, de forma intensa, campos y villas de la antigua Europa. Roncas quedaron las sabias voces que, desde hace lustros, alertaban sobre esa posibilidad y cuyos consejos cayeron en saco roto.
Sin embargo, en España el conflicto se vivía con fuerza y era difícil para quien se permitía dudar en público de una fulgurante victoria germana. Las opiniones estaban divididas entre quienes deseaban la entrada plena de nuestro país en la pugna y quienes buscaban mantenerse al margen, la inmensa mayoría. Por fortuna para todos, Franco decretó la neutralidad en la contienda; pero esa actitud no sentó muy bien en Berlín y desde las alturas nazis insistieron al jefe del Estado para que reconsiderara su decisión. Al fin y al cabo, la ayuda germánica fue un factor importante para asegurar la victoria franquista y ahora era el turno de devolver el favor.
En junio del cuarenta, forzado por las circunstancias, el Caudillo resolvió modificar la neutralidad española por la declaración de <>; de esta forma, se posicionaba junto al Eje, aunque de momento sólo moralmente.
Alemania seguía victoriosa y la mayoría de analistas militares auguraban un éxito cercano; en ese ambiente de euforia contenida se celebró, en octubre, la entrevista entre Franco y Hitler, en la localidad de Hendaya.
La finalidad del encuentro era simple: por una parte, el Führer trataría de intentar por todos los medios la entrada de España en la guerra; en el fondo, sentía desprecio hacia ese general rechoncho con el que pensaba llegar a un acuerdo, pero la estratégica situación de nuestro país le convenía a todos los efectos. Si conseguía el apoyo militar del Generalísimo, las tropas de la Wehrmacht lograrían abastecer y reforzar a sus unidades africanas en poco tiempo y, de paso, tendría un control completo sobre el estratégico estrecho de Gibraltar.
Pero Franco no estaba dispuesto a ceder fácilmente a las intenciones del líder germano. España acababa de salir de un largo conflicto que había sembrado de miseria a nuestra piel de toro. Tenía que oponerse a las ideas del Führer, pero con inteligencia: no podíamos permitirnos el dudoso lujo de otra guerra y tampoco de enemistarnos con el amo de Europa.
La estrategia del Caudillo español estaba clara: de entrada no rehusaría las pretensiones del Eje, pero las dificultaría exigiendo compensaciones imposibles de satisfacer. Y así, Franco solicitó como condición indispensable para nuestra entrada en el conflicto que, entre otras cosas, Alemania nos cediese todas las colonias francesas del norte de África.
Hitler se quedó atónito; no podía, ni quería, entregarnos lo que pertenecía a Francia (y eso lo sabía su interlocutor). Ante las pretensiones del líder español, el dueño del mundo encolerizó y, quizá pensó en invadirnos, pero sus consejeros le advirtieron contra esa idea: Napoleón había cometido el mismo fallo y sus tropas fueron aniquiladas por los guerrilleros hispanos.
Del mismo modo, no podía obviarse que España estaba en ruinas y destrozada, pero fuertemente escudada. Durante los tres años de guerra civil, las potencias occidentales dotaron de armamento moderno y abundante a los dos bandos, y el pueblo que aguardaba tras los Pirineos disponía de un ejército de más de un millón de personas perfectamente pertrechadas y acostumbradas a luchar: una invasión alemana suponía un riesgo impredecible.
Franco volvió de su encuentro en Hendaya con la tranquilidad de saber que había ganado el primer asalto, pero con la incertidumbre de que aún quedaban más. Hitler aseveró después de la entrevista: <>.
A mediados del cuarenta y uno, el Generalísimo ordenó a Serrano Suñer que iniciara la creación de una división española de voluntarios para marchar a combatir al nuevo frente ruso. Quizá así conseguiría ganar más tiempo y contentar al Führer.
Como cada mañana, Ferrara se levantó temprano a coger el tren que le llevaría a Valencia, donde se incorporaría a su trabajo como instructor del Frente de Juventudes; le quedaba más de una hora de pesado trayecto en el <> y, generalmente, lo solía afrontar con paciencia. Pero esa mañana los nervios le invadían. La noche pasada no había podido pegar ojo y todo por un comentario que su padre había realizado durante la cena: el gobierno preparaba el envío de una fuerza voluntaria para luchar, bajo mando alemán, en el frente soviético.
Ferrara, como hijo de la Benemérita, había sido educado desde muy niño en el amor a España y en el valor del honor como principal divisa. Cuando comenzó la guerra civil contaba con catorce años y no participó en ella; eso no fue excusa para que en su hogar viviese las tristezas del conflicto y las penurias de la posguerra. El sentido de la justicia, unido a un profundo patriotismo, le impulsó a afiliarse al partido oficial del Régimen. Buscaba servir a su nación y pensó que en las filas del Frente de Juventudes estaría su puesto. No se equivocó, y allí encontró su segundo hogar.
En el fondo, le remordía la conciencia pensar que pertenecía a una generación sin gloria. Vivía, día a día, las calamidades que dejó tras de sí la guerra, pero no podía referirse a esa etapa con orgullo: él no había podido participar en nada. No le quedaba la satisfacción de saber que con su valor había contribuido a la victoria. Quizá, si hubiera nacido unos años antes todo sería distinto, ahora podría sentirse protagonista de una historia que, por su edad, no colaboró en construir.
El mundo giraba vertiginosamente. A los pocos meses de concluir la cruzada, estalló la guerra en Europa. Ferrara creyó que España participaría activamente, pero se equivocó; los rumores que apuntaban a esa posibilidad fueron disipándose y cada vez quedaba más lejana la idea de combatir junto al Eje. Por eso, la noticia que le transmitió su padre lo llenó de satisfacción.
El joven Ferrara no quería luchar por odio, de eso estaba seguro. Lo que realmente ansiaba era contribuir a mejorar su mundo. Buscaba erigir una sociedad mejor y más libre. Exactamente lo mismo creían sus adversarios.
Sus primeras ilusiones de alistarse se desvanecieron en seguida cuando comprobó que no le admitían por ser menor. Días después, y por medio de la prensa, supo que los primeros efectivos españoles ya habían partido al frente entre aclamaciones y vítores de la muchedumbre, quien los bautizó cariñosamente como <>, por el color de sus camisas falangistas. Las tropas arrancaron alegres bajo el lema: <>.
Ferrara seguía con interés las andanzas de éstos y se enteró de que, al poco de llegar a Alemania, fueron reagrupados en el campo de entrenamiento de Grafenwör a fin de recibir la instrucción y los equipamientos que les permitiría convertirse en la División 250 de la Wehrmatch. Leyó que el 31 de julio de ese año cuarenta y uno la División realizó el juramento de fidelidad ante el Führer y que el 12 de octubre, Día de la Hispanidad, sus compatriotas recibieron el bautismo de fuego junto a las orillas del Wolchow, ya integrados en el XVI Ejército Alemán. A partir de esa fecha no hubo tregua para los españoles, que no abandonarían jamás sus puestos en la primera línea, luchando en Possad, Waldai y en el blindado frente de Leningrado.
Lo que Ferrara todavía desconocía era el profundo desprecio que habían sufrido los divisionarios por parte de los mandos germanos a su llegada a Alemania. Tampoco sabía que, para calentar motores, los oficiales nazis habían forzado a nuestros compatriotas a caminar de tirón más de mil kilómetros por barrizales y hielo atravesando Estonia, Letonia y Lituania hasta los campos de batalla soviéticos; ni sospechaba que el comportamiento irregular y poco predecible de los hispanos no encajaba en la cuadratura teutona. Y mucho menos suponía que el respeto finalmente alcanzado hacia los españoles había sido ganado con creces ante el heroísmo y arrojo demostrado por nuestros paisanos en los más duros combates, hasta el punto de que el mismísimo Hitler dictó la siguiente orden: <>.
Ferrara también ignoraba que aquellos integrantes iniciales de la División 250 abarcaban todos los sectores de la sociedad: falangistas recalcitrantes, personas con sospechoso pasado rojo que buscaban lavar su imagen, comunistas confiados en pasarse al bando ruso, escaqueados de la guerra civil buscando ganar puntos para su regreso, aventureros… La primera llamada de voluntarios fue impresionante, y se dieron multitud de casos de oficiales y suboficiales que marcharon como soldados, puesto que se habían agotado las plazas de su categoría.
Lo que muy pocos sospechaban es que al invicto Generalísimo Franco le venía de perlas enviar a los pocos sobrevivientes de la Falange a morir en las frías estepas. Con su decisión de crear una fuerza expedicionaria de voluntarios, consiguió matar dos pájaros de un tiro: contentar a Hitler y acabar con los últimos seguidores del pensamiento de José Antonio. Después de esa experiencia bélica, el Caudillo modeló a su antojo el legado doctrinal de Primo de Rivera, creando una organización política nueva que sólo mantenía, del ideario original, la simbología. Pero eso es otro cantar…
Desafiando todos los pronósticos, el conflicto se agravó amenazando con extenderse mayor tiempo del previsto. Muchos soldados españoles tenían experiencia militar anterior y conocían al dedillo el funcionamiento de muchos tipos de armas. Esa ventaja les permitió utilizar, indistintamente a su conveniencia, armamento y prendas soviéticas y alemanas. Todo ello, unido a la tendencia hispana por las emboscadas y la guerrilla, contribuyó a que se ganaran una página de honor en la triste historia de la segunda gran guerra.
El carácter de estos soldados tenía más en común con el de los rusos que con el de sus socios de armas. Esto permitió que miles de enemigos prefirieran rendirse a la División antes que entregarse al ejército nazi, que probablemente los hubiera pasado por las armas.
Desde Carcagente, Ferrara seguía los partes diarios y maquinó un plan para conseguir ser admitido en la División: buscaría una puerta falsa. En el cuarenta y uno se alistó en el Ejército del Aire y consiguió ser asignado a la Escuadrilla Azul; por último, fue destinado a Rusia para cubrir bajas en el frente.
La jugada le salió bien y comenzó a servir en un grupo antitanque de la primera línea; comprobó que el armamento con el que los equipaban, era de inferior calidad que el utilizado por los alemanes, pero no le preocupó. Si existe un arte en donde resaltamos los españoles, es en la improvisación y, mal que nos pese, ese defecto en la guerra es una virtud.
Comenzó a conocer a jóvenes que, como él, soñaron un día con cambiar la humanidad. Algunos llevaban meses combatiendo y sus facciones de niños habían mudado en semblantes austeros ante el horror cotidiano que impregnaba sus retinas; pero sus caracteres siempre acababan resaltando ante las vicisitudes y, a pesar del caos, buscaban cualquier tregua para reagruparse y cantar bulliciosas canciones de su terruño delante de los ojos pasmados de sus socios de combate. Los primigenios uniformes de la Wehrmacht, que les habían entregado meses atrás, poco tenían en común con aquellas prendas que Ferrara y sus compañeros vestían: los pesados cascos de acero teutones fueron cambiados por gorras de lana rusas o monteras andaluzas; las inútiles botas germanas, por sus equivalentes soviéticas, que abrigaban mucho más.
Sufrió lo indecible con su peor enemigo: el frío, (muchos amigos perecieron por esta causa). El <>, como lo denominara el pequeño corso, se convirtió en el mayor adversario de la División Azul.
Ferrara colaboraba con entusiasmo junto a sus compatriotas, mientras contemplaba el transcurrir de los meses que llegaban cargados de pesimismo. El conflicto se enquistaba, y el frente ruso parecía imposible de superar.
Gracias a su forma independiente de ser, él y sus camaradas, supieron destacar de entre el resto de las tropas, en ese ambiente caótico, y luchaban mejor que cualquier unidad alemana. Nuestro protagonista guerreaba codo con codo, junto a sus paisanos, pero muy poco tenía que ver este ojeroso soldado con el joven que había dejado su patria meses antes.
La vida militar era dura, tremendamente dura. El alto mando desplazaba continuamente su sección: ahora repliegue táctico, mañana avance fantasma, vuelta a retroceder… Pero siempre con la moral alta, Ferrara y sus compañeros amenizaban las interminables marchas con una canción que decía:

Era Katiuska, una joven rusa
Que habitaba a orillas del Wolchow
Y una triste mañana de mayo
¡Vio pasar la División Azul!

Y sus tropas que van a la gloria
Van cantando y sin descansar,
Van cantando las tristes estrofas
¡De una guerra qué ya terminó!

Primavera lejos de mi patria,
Primavera lejos de mi amor,
Primavera, sin flores y sin risas,
¡Primavera a orillas del Wolchow!

Y sus aguas que bajan al Volga
Van trayendo una triste canción
Canción triste de amor y de guerra,
¡Triste canción de guerra y amor!

Y cuando ebrio avanza el enemigo
Lleno de vodka y falto de valor
¡Rasga el viento más fuerte qué la metralla!
¡Las estrofas de mi Cara al sol!

Cara al Sol, canción antigua y nueva,
Cara al Sol, es el himno mejor,
Cara al Sol, es morir peleando
Si la patria así te lo pidió.

Y si acaso muero en la batalla
Formaría en la legión de Honor
Formaría en la guardia de los luceros
¡Formaría junto al fundador!

Cuando entonaba las estrofas, el joven valenciano sentía un intenso escalofrío de emoción. Le venían a la mente los recuerdos de su patria chica y de la novia que esperaba su retorno. Esta canción le agradaba mucho. En la misma no se hablaba de odio, ni concurría una sola sílaba que incitara al rencor; las melancólicas letras mandaban un mensaje de esperanza y resignación por la muerte que, quizá les aguardara en cualquier recodo del camino. Eso formaba parte de la forma hispana de entender la vida, uniendo júbilo y tragedia a la vez.
Nunca supo quién fue el autor de esa canción; si vivía o si, por el contrario, había caído en combate; pero lo que no dudaba era que, estuviera donde estuviera, con esa cantinela había ayudado a elevar la moral y el ánimo de sus compatriotas divisionarios. Ese mensaje, que se transmitía en forma de coplillas, les ayudaba a continuar porque, pese a su ilusión, no podían obviar que llevaban enterrados a cuatro mil colegas.
A mediados del cuarenta y dos, la División se posicionó en las afueras de Leningrado, en las sangrientas planicies de Krasny-Bor. En ese lugar, las continúas explosiones transfiguraban los crepúsculos en amaneceres y raras eran las jornadas que transcurrían sin sobresaltos.
Ferrara estaba en los parapetos de la primera línea, a menos de trescientos metros de las posiciones rusas. Para sobrevivir, aprendió a invertir el día por la noche: cenaba al amanecer, comía cuando se ponía el sol, pernoctaba vestido con el armamento a punto: todo con tal de estar dispuesto, en cada minuto, a repeler las acometidas contrarias.
Hasta que llegó el año 1943 y concluyó la guerra para él (o, quizá, emprendió algo peor).
Ocurrió una tarde de febrero. Ferrara pertenecía a la élite de los veteranos. Prácticamente conocía todos los campos de batalla del temible frente del Este: Ladoga, Ilnea, Wolchf, Pushkin, Nowgorod, Krasny-Gardeg, Kolpino, Krasny-Bor…
A última hora, su posición llevaba resistidos, a duras penas, tres asaltos consecutivos con cuantiosa infantería y el infalible apoyo de los carros de combate T-34 soviéticos; casi todos los suyos habían caído bajo el poder de la metralla enemiga, y sucedió lo inevitable.
En la cuarta irrupción, y después de una dura pelea cuerpo a cuerpo, los escasos supervivientes fueron apresados por las milicias del ejército rojo. Durante la disputa, él cayó herido como consecuencia de la detonación de una granada que un español había hecho estallar contra su pecho al grito de <<¡antes muerto que prisionero! ¡¡Arriba España!!>>.
En el enfrentamiento, nuestro personaje perdió la cartera con su documentación personal. Quiso el azar que, esa misma noche, dicha posición fuera de nuevo reconquistada por la infantería hispana y hallados los papeles entre restos humanos. Como resultado de una confusión, fue dado por muerto y su familia recibió la desoladora misiva que anunciaba su fallecimiento en acto de servicio. Meses después, el ayuntamiento de su localidad natal dedicó su nombre, como homenaje póstumo, al de una calle de la población.
El <>, ignorante de los funerales que se celebraban por su alma, fue trasladado a un campo de concentración. Los siguientes once años viviría en ellos, logrando sobrevivir a epidemias de tifus y disentería, enfermedades que provocaron hasta un ciento por ciento de muertes en algunos presidios. Resistió el hambre sustentándose de raíces, lagartos, trigo pútrido, brotes de hierba. Convivió con presos de guerra extranjeros y españoles; entre estos últimos, con republicanos exiliados en Rusia, condenados por los Tribunales Populares rojos por no apoyar el sistema político de la URSS.
Desde el cautiverio, dejó de tener referencias de la situación de la guerra. Nadie le informó que en octubre del 43, debido al inesperado giro que dio el conflicto en favor de los aliados, Franco ordenó la repatriación inmediata de toda la División. Mucho menos pudo suponer la sorprendente e ignorada historia de algunos de sus compañeros que desoyeron la llamada del Caudillo y decidieron quedarse, bajo mando directo alemán, a proseguir la lucha contra el comunismo aun a sabiendas de que no tenían posibilidad de victoria. Estos dos mil luchadores, proscritos del Régimen, adoptaron el nombre de Legión Azul y con el lema: <>, permanecieron combatiendo hasta el final en los campos de la URSS, e incluso en la defensa de Budapest. Su resistencia fue tan fiera que cuando el ejército ruso, al mando del mariscal Zukov, cercaba esa capital dio la siguiente orden: <<¡Soldados húngaros, rumanos, croatas y alemanes! ¡¡Rendíos!! …respetaremos vuestras vidas y seréis repatriados cuando termine la guerra… ¡¡Pero los soldados españoles, aunque se rindan, serán pasados por las armas!!>>.
Los pocos supervivientes engrosaron las filas de las SS y permanecieron defendiendo el búnker de Hitler, durante el desplome de Berlín. Para ellos no existieron los homenajes al regresar a España, es más, el gobierno de Franco los persiguió por desertores. Perdieron la guerra tanto fuera como dentro de nuestras fronteras, y su historia fue silenciada para siempre.
Ajenos a estos devaneos, los cautivos españoles de la División Azul esperaban con impaciencia su repatriación al concluir la guerra.
En 1947 tuvieron lugar las Conferencias de Malta y Teherán, donde se aprobó disolver el ejército alemán; los prisioneros de guerra fueron despojados de su rango militar y tratados como vulgares delincuentes. En esas mismas fechas, el Tribunal de Nüremberg juzgó a los responsables nazis, y así, entre una cosa y otra, los españoles fueron condenados por criminales de guerra. Su delito: combatir voluntariamente contra el ejército rojo.
Recordando este acontecimiento, Ferrara relataba una anécdota protagonizada por un compadre que, al conocer la acusación, exclamó jocosamente: <<¡Qué gloria para mi pueblo! ¡Su zapatero condenado por criminal de guerra!>>.
Durante años, sospechó que jamás volvería a pisar su patria y pensó morir en algún remoto lugar de Liberia, pero el caprichoso destino le quiso marcar otra salida. En 1954 y desaparecido Stalin, el nuevo gobierno soviético anunció la liberación de todos los prisioneros de guerra españoles y su repatriación inmediata. Aunque en principio no creyó en la noticia, pronto comprobó que la cosa iba en serio. Junto con el resto de sus paisanos fue despojado del maltrecho uniforme y, vestido de civil, trasladado al puerto de Odessa, donde embarcó en el buque Semiramis, que lo trasladó directamente a Barcelona.
Aquel retorno supuso un acontecimiento de inmensa magnitud social para la época. Después de once años de cautiverio, los últimos supervivientes de la División Azul pisaban suelo español. Para ellos la segunda guerra mundial acababa de finalizar.
En enero de 1987 me incorporé a las filas. Realicé el servicio militar en la Brigada de Cazadores de Alta Montaña, en el acuartelamiento de Sabiñánigo, Huesca. Durante los doce meses que permanecí en el ejército, volví a Valencia en muy pocas ocasiones. Cuando regresé a mi tierra, a principios del 88, muchas cosas habían cambiado…
Mis camaradas de Primera seguían reuniéndose, pero casi no participaban en política. Las culpables de esta situación fueron las novias, quienes apartaron a más gente de la militancia que todo un ejército de policías. La única organización que mostraba una constante actividad era Acción Radical. Me sorprendió lo mucho que había crecido en el último año: más que en cantidad, en calidad de afiliados.
Conocía a casi todos sus miembros desde hace mucho tiempo y recibí invitaciones para incorporarme a su grupo. En principio me negué, pero luego intenté conocerlos más a fondo; quizá tuvieran razón y en sus ideas radicara nuestro futuro…
Rafael Pardo Parrizas, Rafa para los amigos, tenía un par de años menos que yo. Iniciamos amistad al principio de los ochenta, exactamente la tarde en que acudió a afiliarse a Fuerza Nueva. Posteriormente, continuó militando en Unión Hispana, participando vivamente en cuantas actividades realizábamos. Siempre se comportó como un chaval sensato y jamás lo vi participar en acciones violentas de ningún tipo; estéticamente vestía como un niño pijo de la época y sus hábitos no se diferenciaban de los de éstos. Durante mucho tiempo formó parte de mi camarilla de amigos y solíamos salir juntos en grupo a tomar alguna copa. Su carácter tímido hizo que lo apodáramos El Callado; la última vez que nos vimos fue unos días antes de mi partida a la mili. Como casi todos nosotros, se encontraba desorientado y confuso sobre el futuro político que le aguardaba. Comentó la posibilidad de afiliarse a la Falange o a la Juntas Españolas, pero su camino tomó derroteros distintos e insospechados...
Me lo encontré una noche por la calle o, mejor dicho, él me halló a mí. Caminaba abriéndome paso en medio del gentío por una franja de pubs, cuando sentí que alguien me llamaba. Me volví buscando a mi interlocutor, hasta que se acercó y me soltó una fuerte palmada mientras decía:
-¡Tío…! ¡Cuánto tiempo! ¡Por fin estás de nuevo en casa!
Me aparté turbado, en principio sin acabar de conocer a quien me interpelaba, hasta que caí en la cuenta de quien se trataba.
¡Joder, estaba irreconocible! Había modificado su apariencia totalmente: llevaba el pelo con largas patillas, rasurado al uno; vestía unos desgastados pantalones vaqueros con botas militares y se destacaban unos tirantes con la bandera española sobre el color blanco de un polo de manga corta. Igualmente, reparé que sus brazos aparecían profusamente tatuados con signos desconocidos: runas celtas, según supe luego, y leyendas alusivas a la supremacía blanca, tipo: white power y <>; como colofón, llevaba un llavero donde, en colores muy vivos, resaltaba una esvástica nazi. Me quedé de piedra y se lo hice saber.
-¡Perooo…! ¿De qué vas disfrazado?
-Estoy en Acción Radical con Manolo Canduela, el Peluca, Andrés Romaguera y muchos otros de los antiguos… -explicó-. Casi todos los veteranos estamos aquí. ¡Es lo único serio que queda!
-¡Pero, Rafa! ¿Qué coño tiene que ver todo esto con lo que siempre hemos defendido? ¡Si recuerdo que tú mismo sentías aversión hacia todo lo nazi!
Empezamos a conversar. Me explicó que la idea que siempre sintió hacia España quedaba obsoleta ante sus nuevas convicciones de una Europa blanca, unida y fuerte; comenzó a informarme que Hitler fue uno de los precursores ideológicos de lo que hoy en día sería la Unión Europea. A nivel político, me contó la fuerza que estaban tomando los grupos de su índole en todo el viejo continente:
-Las juventudes nacional revolucionarias europeas estamos en marcha. Hemos reunificado eslóganes, símbolos, estéticas. Nuestros pensamientos han conseguido extenderse rápidamente mediante Internet, que se ha convertido en un fabuloso aliado para ayudarnos a expandir ideas. Nos estamos convirtiendo en un verdadero ejército planetario, que en breve dará mucho que hablar.
Me sorprendió escuchar tantas palabras seguidas de sus labios, aunque seguía encontrándome reticente ante sus explicaciones. Siempre fui bastante incrédulo y sonreí cuando le oí referirse a sus camaradas con el término: <>; pensé: <<¡Pero si juntos no suman más de veinte!>>.
Tampoco me sentía ilusionado con lo de <>. Creo que tenemos más cosas en común con los guineanos o sudamericanos que con los finlandeses, por muy blancos que sean.
Sabía que estaba viviendo una etapa nueva y, en mi fuero interno, no dejaba de preguntarme si estaría tomando el camino acertado. Decidí probar y participar en sus actividades para comprobar lo que sus ideas podían aportarme, quizá tuvieran razón. A partir de ese día, comencé a quedar con ellos en una bodega donde solían congregarse, que estaba ubicada en la céntrica avenida del Reino de Valencia.
Introducirse en el grupo era muy complicado, pero yo no tuve ese problema porque los conocía a todos desde hacía muchos años. Toda una vida de firme compromiso político me servía de aval. Al principio acudí de buena fe con la intención de integrarme, pero conforme transcurría el tiempo, y cuanto más departíamos, me chocaba comprobar el giro radical que habían sufrido sus ideas políticas, que nunca llegaron a satisfacerme.
Todas las tardes quedaban en el citado local con el fin de tomar unas litronas de cerveza y, de paso, tratar sobre sus asuntos. Los fines de semana realizaban el mayor número de actividades, que la mayoría de las veces consistía en escuchar charlas doctrinales en el domicilio particular de alguno de ellos; en ocasiones, buscaban captar acólitos para incrementar el grupo, aunque resultaba más sencillo obtener una plaza como magistrado juez de la Audiencia Nacional que lograr introducirte en una de estas facciones sin levantar recelos. Pero una de las citas cuya presencia era inexcusable era en los partidos de fútbol que tenían lugar en el Mestalla. De pronto, a todos les entró una afición desmedida por este deporte y comenzaron a visitar las gradas acompañados por los miembros de la peña Yomuss.
Nunca me gustó el fútbol, pero recuerdo que, por entonces, me invitaron a asistir a un encuentro de máxima rivalidad con el equipo competidor por antonomasia: el Barça. Era la primera acción guerrillera, como la denominaban ellos, en que los vería en acción con sus nuevos atuendos paramilitares.
El popular bar Penalti, situado justo enfrente del campo del Valencia, rebosaba de hinchas aquel domingo por la tarde. Llegué sólo a eso de la media tarde y busqué con la mirada a mis amigos; en principio no los divisé, pero al poco comenzaron a llegar en grupos, hasta acabar reuniéndose cerca de medio centenar. Pude contemplar a algunos de los históricos skins de la lechería, precursores de los otros y fundadores de la peña futbolística valencianista. Todos demostraban una desbordada euforia, que supuse sería normal en esta clase de concentraciones.
Jamás me he sentido atraído por el deporte <> y, la verdad, no comprendía tanta excitación. En teoría, me habían ofrecido la posibilidad de ver el partido con ellos, pero tanta aglomeración hizo que desistiera. Preferí quedarme en el exterior a tomar unas cervezas en algún bar de la zona; un par pensaron lo mismo que yo y me siguieron.
Sentí decepción. Previamente, me habían asegurado que, una vez dentro del ambiente que rodea estos eventos, quedaría hechizado y repetiría, pero ocurrió todo lo contrario: acabé agobiándome y sintiéndome incómodo entre tanta gente dando <>. Los cabezas rapadas invadían la acera provocando las miradas temerosas de los transeúntes, que variaban su paso al verlos; los saludos nazis del tipo: Heil Hitler o Sieg Heil, llenaban el espacio ocupado por chavales que, alzando sus brazos tatuados, vociferaban consignas alusivas al odiado equipo rival:
-¡El Barça no es un club! ¡¡Es un puticlub!!
O
-¡Ali bote, ali bote! ¡¡Boixo el que no bote!! -remachaban persistentemente.
Pertenezco a otra generación y, aunque respeto a todos los que luchan con nobleza por un ideal, me chocaban aquellos cambios tan radicales en la estética y en los pensamientos. No entendía la inquina que sentían hacia las peñas contrarias, aun compartiendo en ocasiones las mismas ideas políticas. Me resultaba inadmisible que alguien acudiera a un estadio de fútbol a buscar pelea en lugar de diversión.
Uno de los que permanecieron a mi lado fuera del campo fue Manolo Canduela, líder de Acción Radical. Lo conocía de los tiempos de <> y lo tenía como una persona sensata y entregada; a él tampoco le gustaba el balompié, pero entendía que podía ser el lugar idóneo para captar simpatizantes, e incluso, para hacer llegar sus ideas a una sociedad que les negaba expresarse libremente en los medios de comunicación públicos.
La primera parte del encuentro departimos sobre la estética y la simbología que utilizaban. Me confirmó lo que me había adelantado Rafa, que la juventud nacional revolucionaria europea había unificado símbolos y el más usado consistía en una cruz superpuesta en un círculo, a la que denominaban <>, y que todos los grupos la utilizaban. Me mostró varios fanzines de organizaciones análogas en los que se representaban a sí mismos como unas ratas vestidas con <> de cuero y con célticas en los brazos. Me chocó esa comparación y le pregunté el porqué de dicha semejanza con un bicho tan inmundo; hasta entonces, todos los emblemas animales que conocía y que representaban a grupos afines reproducían águilas imperiales, en ocasiones bicéfalas, toros, caballos... en fin, especies nobles.
Su respuesta no se hizo esperar:
-Nuestro distintivo es la céltica. Hemos arrinconado la esvástica porque en muchos países occidentales está prohibida y significa la cárcel para nuestros camaradas. En las publicaciones nos personificamos como ratas porque el objetivo que nos hemos marcado es socavar los cimientos del Estado desde las entrañas del mismo. Fíjate en que estos animales están por todas partes, aunque en ocasiones ni las podamos ver; se enteran de todos los entresijos, lo ven todo y, sin embargo, son casi invisibles. Los científicos dicen que, en caso de guerra nuclear, serían de los pocos seres vivos capaces de sobrevivir a la extinción planetaria: eso implica fuerza. Las ratas son seres inteligentes y valientes. En el fondo, somos como ellas: mal vistas por el sistema, pero inextinguibles. Hemos sido apartados a las bravas por una sociedad que no quiere conocer nuestro mensaje y que nos ha llevado a las cloacas. ¡Ése es ahora nuestro espacio vital! El único que nos han dejado libre, y desde ahí iniciaremos una nueva revolución nacional para conquistar el poder y restablecer la justicia y la grandeza de nuestra vieja Europa. Mientras tanto, nos entretenemos con las sobras... ¡Ya llegará el momento! No tenemos ninguna prisa.
Atendí a Manolo con atención. A diferencia de la mayoría de las personas que militaban con él, sabía que no era un tonto y que su firme compromiso no significaba algo pasajero. Se sentían portadores del legado de las antiguas SA nazis y de las juventudes hitlerianas.
Sus puntos de vista sobre determinados asuntos eran, cuanto menos, originales. Negaban la historia sobre el nazismo y la achacaban a la manipulación sionista; no creían en la existencia del Holocausto, aunque a muchos no les hubiera afectado demasiado que el exterminio hubiera sido un hecho. Sabían que sus estéticas paramilitares y sus desnudos cráneos los convertían en objetivo fácil para la policía, pero en principio estaban dispuestos a asumir todos los riesgos.
Permanecimos un buen rato charlando sobre temas triviales hasta que un clamor proveniente del estadio nos hizo comprender que el partido había concluido. Miramos los relojes y vimos que era tarde: charlando se nos pasó el rato en un plis-plas. Abonamos las consumiciones y acudimos a la puerta del Penalti, donde habíamos quedado con el resto de la tropa.
Los vimos llegar excitados y nerviosos: los gritos que habían entonado durante el encuentro no lograron acabar con la carga de adrenalina que acumulaban en su interior. Comenzaron a desplegar banderas nacionales y de la peña Yomuss en las inmediaciones del campo; al momento, retomaron los cánticos que dejaron interrumpidos en el interior y que buscaban ofender a sus rivales deportivos:
-¡Puto Boixo, puto Boixo... el que no bote... es... es...! ¡Puto Boixo, puto Boixo... el que no bote... es... es...! -coreaban otros a la vez que daban saltitos sobre la acera.
Al unísono, los valencianistas entonaron uno de sus lemas de combate:
-¡Ultra... YOMUSS!! ¡¡Oé!! ¡Ultra... YOMUSS!! ¡¡Oé!!
Los ánimos comenzaban a caldearse entre las hinchadas concurrentes. La policía optó por acompañar a los Boixos Noixos hasta sus autobuses a fin de evitar incidentes. Desde la distancia observábamos a los catalanes subir a los transportes rumbo a sus casas. Por mi parte, deseaba que todo acabara bien lo antes posible cuando, de repente, empezó el jaleo.
No participé en el mismo, de hecho no concebía tanta violencia por un motivo tan pueril, pero aconteció. Varios miembros de los Yomuss, acompañados por algunos jóvenes de Acción Radical, sortearon el cinturón policial y comenzaron a golpear con cadenas y piedras las lunas de los autocares. En cuestión de segundos se inició la violencia, y los trozos de cristal comenzaron a tapizar las calles de las inmediaciones del Mestalla. Los antidisturbios, bien pertrechados, corrieron porra en mano a poner final a los incidentes. Al ver llegar a los maderos, los skins abandonaron el lugar, desperdigándose por las vías cercanas.
Justo es decir que la mayoría de militantes de Acción Radical, entre ellos casi todos sus jefes, permanecieron inmutables a mi lado sin participar en los disturbios, a la vez que observaban las carreras que unos y otros realizaban por las cercanías. De improviso, apareció una dotación de la policía local compuesta por dos mujeres, una de las cuales comenzó a perseguir a un histórico cabeza rapada, apodado el Piscinas, a quien consiguió dar caza mientras trataba de ocultarse en un bar. Al poco y viendo que los sucesos se extendían, decidí marcharme; jamás volví a acudir a otro encuentro deportivo y desde entonces veo una mamarrachada la actitud de las peñas radicales que, teóricamente, apoyan a sus equipos. Los acontecimientos se prolongaron durante un rato, y algún que otro simpatizante del Barça, resultó lesionado. Al día siguiente, los medios de comunicación hablaron de varios detenidos que fueron puestos en libertad en pocas horas.
Aquel 1988 finalizó normal. A mediados de ese año conseguí un empleo como guarda en Empresa de Seguridad, y entre eso y mi naciente noviazgo con quien sería mi mujer, no estuve para muchos jaleos.
A mis amigos de Primera seguía viéndolos asiduamente y a los de Acción Radical de vez en cuando; el episodio del fútbol me apartó un tiempo de ellos, aunque seguía manteniendo la amistad con algunos. Fue en el 89 cuando viví, en su compañía, una emocionante historia...
Ocurrió impensadamente. Aquel viernes de abril salí de trabajar y, curiosamente, no tenía servicio durante todo el fin de semana. No sé como sucedió, pero mientras paseaba por la calle acompañado por Andrés Santos, un antiguo militante de Fuerza -que más tarde sería el delegado del partido de Ynestrillas en Valencia-, nos encontramos de frente con Canduela y su gente. Vestían, como siempre, indumentaria skinhead, y me fijé en que iban cabizbajos y con los semblantes serios. En seguida entablamos conversación:
-¡Qué tal Manolo! ¡Cuánto tiempo! ¿Qué te cuentas? -interpelé.
-Buenas tardes -saludó-. Pues aquí estamos todos los camaradas intentando solucionar un problema, pero sin demasiada esperanza...
-¿Y de qué se trata, si puede saberse? -preguntamos Andrés y yo al unísono.
-Veréis -prosiguió el líder de Acción Radical-, este domingo se conmemora en Madrid el 20 de abril y Cedade organiza un acto público junto con otras organizaciones afines, nacionales e internacionales. Queríamos ir y habíamos quedado con los de Bases Autónomas, pero no tenemos coches ni dinero para acudir y, aunque habíamos pensado coger un tren, el otro problema es que no tenemos sitio para dormir y mucho nos tememos que nos va a tocar quedarnos aquí.
Escuché boquiabierto sus explicaciones sin entender nada. De entrada no tenía ni idea de qué fecha representaba el 20 de abril. A mí me sacaban del 20–N, del 18 de Julio o del I de abril y estaba más perdido que un miembro del Ku kux klan en Harlem. A los de Bases Autónomas no los conocía ni había oído hablar nunca de ellos, pero de entrada eso de <> me sonaba a independentistas catalanes o vascos. Los puse al corriente de mis pensamientos a la vez que observaba que me miraban con perplejidad. Curiosamente fue Andrés quien me puso al día:
-Verás -explicó-, el 20 de abril es el aniversario del nacimiento de Hitler y es una fecha que conmemoran anualmente todos los nazis. Bases Autónomas es una organización madrileña del tipo de Acción Radical en Valencia, sólo que más fuerte. Casi todos sus miembros forman parte de los Ultrassur y están bastante coordinados.
Observé que Manolo Canduela asentía a todas las afirmaciones que realizaba Andrés. De repente tuve una idea:
-¡Oye! ¿Y si fuéramos en mi coche? expuse.
Noté que abrían los ojos de par en par, Andrés secundó mis palabras:
-¡Es una buena idea! Yo también tengo auto y este fin de semana no tenía nada pensado. Si nos juntamos los dos vehículos, podemos irnos entre ocho y diez personas. La putada es el alojamiento.
-¡Eso es lo de menos! -señaló Canduela-. Podemos telefonear a los de Bases y que nos busquen sitio para dormir. ¿Cuándo podríamos salir?
-Por mi parte, ya mismo -señalé.
-¡De puta madre! -gritó Manolo-. Llamo inmediatamente a los camaradas.
Se acercó a una cabina y observamos como marcaba y conversaba con alguien al otro lado de la línea. Me sentía satisfecho, nunca había acudido a un acto propiamente nazi y quizá encontraría nuevas sensaciones desconocidas... ¡Quién sabe! Entré en un bar y telefoneé a mi novia explicándole mi plan. No le hizo mucha gracia porque ella pasaba de la política, pero me conocía y sabía que si no acudía me arrepentiría siempre. Sonreí. En ocasiones he sido poco reflexivo y esta vez era una de tantas; una hora antes no tenía ningún plan para ese fin de semana; luego, iba a asistir acompañado de un grupo de cabezas rapadas a la conmemoración, en un lugar secreto, del centenario del nacimiento de Adolf Hitler. Una ocasión así era única y no podía perdérmela.
Manolo colgó el auricular y se acercó sonriendo:
-¡Vale! He hablado con los de Bases, hemos quedado a las nueve de la noche en la Gran Vía. Ellos se encargarán de buscarnos alojamiento.
Sin más preámbulos fuimos a por los automóviles y nos acomodamos en ellos. En mi viejo Ibiza se sentaron: Manolo, el Peluca, Andrés Romaguera y otro chaval que no conocía; en el de Santos subieron otros cuatro.
Salimos a media tarde y eso nos permitía ir a velocidad normal, aún quedaba tiempo. El viaje transcurrió con normalidad y lo pasamos departiendo como buenos amigos; mis compañeros no estaban al tanto de las actividades que pensaban realizarse, creían, eso sí, que habría alguna charla, quizá una comida de hermandad, poco en definitiva, pero importante. Al llegar esperábamos que los de Bases nos pusieran al día; todo el asunto se trataba con el máximo sigilo y no era para menos.
De entrada se esperaba la presencia de varios miembros de conocidas organizaciones nacionalsocialistas europeas y la ley, en determinados países, no era tan abierta como la nuestra, al menos por entonces. Nos aseguraron que en Alemania y Austria, el simple hecho de portar una cruz gamada, saludar brazo en alto o decir Heil Hitler implicaba, como mínimo, un año de prisión; en otros países occidentales la legislación al respecto no era mucho más permisiva, y bastantes de los camaradas extranjeros temían ser detenidos, al regreso a sus naciones natales, por haber participado en actos de esta índole en España. También se prevenían, y así lo hicieron saber, contra el Mossad; los famosos y temidos servicios secretos israelíes estaban al tanto de estas concentraciones y, según mis amigos, solían infiltrar a gentes para hacer sus propias indagaciones.
Seguíamos charlando cuando nos dimos cuenta de que estábamos entrando por Vallecas... ¡Joder, el viaje nos pasó en un suspiro! Miramos los relojes y vimos que eran las ocho y media de la tarde. ¡Íbamos sobrados de tiempo! Con tranquilidad enfilé el coche por Cibeles hacia la Gran Vía. En pocos minutos tendría ocasión de conocer a los camaradas nazis de la capital.
Estacionamos en la plaza del Callao y seguimos a pie hasta el lugar de encuentro. El centro urbano estaba muy vivo esa jornada y eran numerosos los peatones que deambulaban presurosos por las calles y que abrían los ojos de par en par al verse frente a más de media docena de skinheads que andaban por mitad de la vía como si tal cosa. Noté que la gente nos esquivaba y no me gustó, me sentía incómodo y se lo hice saber a Manolo:
-¡Al que no le guste, que no mire! -fue su tajante respuesta.
-¡Ya! -solté-. Pero creo que quizá con vuestro aspecto hacéis que vuestro mensaje no sea escuchado por la sociedad. Les dais miedo y eso no es bueno, pienso que os estáis discriminando vosotros mismos.
Realmente yo tampoco acababa de entender lo que pretendían transmitir, pero esperaba encontrar la respuesta aquel fin de semana. Canduela no replicó a mis palabras y asintió con la cabeza. Pocos años más tarde, el líder de Acción Radical abandonaría la estética skin para continuar trabajando por sus ideas dentro del entonces inexistente partido Democracia Nacional.
-¡Míralos, ahí están! -gritó el Peluca mientras señalaba el patio de una finca cercana.
Efectivamente, en ese lugar se encontraban cuatro chavales de edades que rondarían los veinte años; Sólo uno de ellos no vestía la consabida indumentaria skin. Los de Canduela saludaron, brazo en alto y con unos sonoros Sieg Heil, a quienes nos esperaban; ellos respondieron de igual manera y, posteriormente, se fundieron en fraternales abrazos; luego nos presentaron a Santos y a mí como <>. Finalizadas las presentaciones, nos pidieron que los acompañáramos a un bar cercano donde habían quedado con el resto de compañeros de Bases Autónomas.
Instintivamente me arrimé al único de ellos que vestía ropa normal e iniciamos conversación. Se llamaba Toni y me explicó que estaba afiliado en Bases desde su inicio; antes había militado en una asociación cultural heredera de Fuerza Nueva, pero se dio de baja porque, según él, <>. En las filas de este grupo se encontraba a gusto:
-Todos los camaradas están motivados y hay mucha juventud, no como en el resto de las organizaciones en las que sólo militan viejos nostálgicos. Además, por primera vez estamos organizados con los restantes grupos tanto nacionales como internacionales. Con los de Acción Radical, por ejemplo, existe muy <>, son luchadores nacionalsocialistas muy comprometidos. Aquí, en Madrid, somos un montón y cuando más coincidimos es en los partidos del Bernabéu. ¡Joder, tío, es una pasada! ¡Nos juntamos centenares y comenzamos a enarbolar nuestras banderas y a gritar consignas! ¡Es muy fuerte, toda la peña del campo se queda con la movida y de paso hacemos mucha publicidad para la causa nacional revolucionaria! -explicó.
-Estáis con los Ultrassur, ¿no? -pregunté.
-No estamos –aclaró-, ¡somos los Ultrassur! Casi toda la gente de la peña viene de Bases, y no te puedes ni imaginar lo que hemos crecido en este último año.
Proseguimos andando, apartados un poco del resto. Toni me dijo que le gustaría vestir con estética de cabeza rapada, pero sus padres se lo habían prohibido expresamente:
-Mis viejos son gente maja, pero están influenciados por los medios de comunicación y por la propaganda sionista y a estas edades es imposible cambiarlos. De todas formas, me dejan ir a la mía, siempre y cuando no me meta en follones. Además, en la Facultad no mola ir vestido así, los profesores en seguida te calan y te suspenden el curso.
-¿Vas a la facultad? -pregunté sorprendido-. ¿Y qué es lo que estudias?
-Psicología -fue la tajante respuesta.
Me quedé con la boca abierta. Probablemente, era el trabajo que menos hubiera imaginado para un militante nazi. Se lo hice saber y explicó:
-La verdad es que suena un poco raro que estudie esa carrera. En principio quería hacer ciencias políticas, pero no le vi muchas salidas; sin embargo, la psicología está abierta a muchos campos, incluso al político. Aprendes a conocer al personal, sus inquietudes, las formas de convencerlos... la masa es manipulable y creo que estudiar esta carrera será útil para la causa y para mí mismo. Lo que queremos es que la gente deje de estar aborregada, que piensen por sí sólos. Somos una juventud obrera antisistema y antiburguesa, pero debemos actuar con la cabeza, como los comunistas cuando la época de Franco. ¡Fíjate! Los rojos tuvieron <> y se infiltraron en el ejército, en la policía, en despachos de abogados, en el mismo <>, de tal forma que cuando murió Franco les costó muy poco cambiar el sistema, porque ya lo habían copado con anterioridad. Nosotros buscamos hacer lo mismo y conseguirlo lleva tiempo y gente formada y dispuesta, pero pienso que vamos por el buen camino.
Todos los militantes neonazis con los que hasta la fecha había hablado mostraban la misma fe ciega en su victoria, pero francamente dudaba muchísimo que la misma llegara a producirse.
Entre charla y charla, llegamos a una cervecería del barrio de Salamanca donde habían quedado con los demás.
Desde la calle se barruntaba el tremendo barullo que había montado en el local. Tan pronto abrimos las puertas y accedimos, pude observar a no menos de cuarenta o cincuenta jóvenes cabezas rapadas que bebían jarras de cerveza mientras gritaban simultáneamente lemas de su causa política y entonaban, de vez en cuando, alguna canción de grupos musicales nacional-revolucionarios.
Con la entrada de los de Acción Radical se incrementó el revuelo y todos empezaron a saludarse mientras alzaban sus brazos pronunciando los consabidos Sieg Heil! Nunca antes había podido contemplar a tanto skin junto y, ciertamente, después de aquel fin de semana no volvería a coincidir con tantos de una vez. Encontrarme en medio de esa dantesca escena no acababa de satisfacerme; por supuesto, conocía a todos los de Valencia presentes y eso me servía de salvoconducto... ¡Vamos! Al menos eso esperaba.
La estética era similar en casi todos: muchos tatuajes con leyendas alusivas y runas celtas, cabezas peladas y profusión de cinturones con célticas y esvásticas.
Instintivamente, permanecí cerca de la puerta del local observando todo lo que se desenvolvía junto a mí. Comencé a escrutar con interés cada rincón, cada gesto, cada situación. Advertí que Manolo se acercaba a saludar efusivamente a un par de chicos que, curiosamente, no vestían ropaje skinhead; aunque debido al ruido no podía atender lo que trataban. Se notaba que entre Canduela y estos últimos existía una complicidad mucho mayor que con el resto. Evidentemente, saltaba a la legua que no pertenecían a la tropa de base.
En ese instante me percaté de que estaba solo; a escasamente un metro y poco vi a Andrés Santos, que se encontraba en la misma situación: aislado, aturdido y sin acabar de encajar. Me vino un pensamiento a la cabeza:
-Andrés, ¿qué demonios significa Sieg Heil? -de pronto caí en la cuenta de que llevaba horas escuchando dicha expresión y no tenía ni idea de su significado. Intuía que sería un saludo nazi del tipo <<¡arriba España!>> que usábamos los falangistas, pero nada más.
Mi amigo prorrumpió en risas al darse cuenta de que le pasaba lo mismo que a mí y respondió no muy seguro:
-Creo que significa: <>.
-Bueno -pensé-. No me acostaré sin saber algo más.
Canduela y sus interlocutores vinieron directos hacia nosotros:
-Os voy a presentar a dos camaradas de Madrid -señaló el jefe de Acción Radical-. Andrés y Juan, os presento a Nacho y Carlos, dos de los jefes y fundadores de Bases Autónomas.
Nos estrechamos cordialmente las manos mirándonos directamente a los ojos. Por primera vez en todo el rato que llevaba en ese bar, me sentí bien. Iniciamos una distendida conversación a la que en seguida se unió Toni, el estudiante de psicología. Este trío se veía distinto que el resto de componentes del grupo.
De entrada, y como he señalado antes, aunque portaban emblemas nazis no los mostraban tan ostentosamente; su imagen no pertenecía a la estética skinhead y sus cabellos cortos, pulcramente peinados, se alejaban bastante del típico cráneo patilludo afeitado al uno.
Nos relataron cómo participaron en crear Bases varios años atrás y refirieron que la militancia política de ambos provenía de hacía mucho tiempo, desde los tiempos en que, como yo, iniciaron su andadura por partidos <>. Si mi memoria no falla, acababan de finalizar la carrera de Derecho y ejercían como abogados; no hacía falta que lo indicaran, a la postre se notaba que tenían una cultura muy superior a la media de la gente que ahí estaba.
Miramos los relojes y nos dimos cuenta de que faltaban pocos minutos para las once y media de la noche... ¡Y sin cenar! Carlos y Nacho nos comentaron la posibilidad de ir a tomar unos bocadillos de jamón serrano a un conocido restaurante de la zona de la Gran Vía que todavía permanecería abierto. Dicho y hecho, en minutos se vació el local y juntos emprendimos la marcha por el centro de Madrid.
El espectáculo era impresionante: durante el rato que permanecimos en la cantina fueron acudiendo más y más miembros de Bases, casi todos cabezas rapadas, hasta llegar a juntarnos no menos de un centenar. En manada avanzábamos por las vías de la capital hacia nuestro destino.
Sé que ante dicha situación puedes sentirte atrapado por el poder del grupo y acabar siendo uno más, pero no fue el caso de Andrés ni el mío. Nos sentíamos extraños en un mundo que no era el nuestro. Observaba las miradas de pánico que los caminantes mostraban, notaba como bajaban los ojos y cambiaban de acera intentando evitar cruzarse en nuestro camino. Los dos experimentamos cierta incomodidad.
Durante años yo mismo formé parte de otras manadas, sabía lo que significaba pertenecer a un grupo intocable, a una jauría de lobos humanos. Aquello se veía diferente, quizá las vestimentas marginales, ciertamente no lo sé, pero no me gustó. No obstante, quise vivir a tope ese instante y abrir mi mente: puede que en los dos días que me quedaba compartir con los skins aprendiera a comprenderlos…
Disimuladamente, fuimos aminorando el paso hasta quedarnos a quince o veinte metros detrás de ellos. A nuestro lado permanecieron Carlos, Nacho, Toni y Canduela. Supongo que estos se percatarían de la incómoda situación que atravesábamos, pero nos comprendieron e intentaron hacer de cicerones lo mejor posible.
Al poco, llegamos al típico establecimiento especializado en jamón ibérico. Ver las caras de los clientes al notar como el recinto se llenaba en segundos de más de un centenar de cabezas rapadas, era todo un poema. En ningún momento existió provocación alguna por parte de nadie, ni siquiera el mínimo conato de altercado, pero eso no fue óbice para que la clientela fuera disimuladamente abonando las cuentas y saliendo apresuradamente del local. Por nuestra parte pedimos ciento y pico bocadillos de buen serrano y, tras zampárnoslos, enfilamos hacia la zona antigua, a un pub denominado El Búnquer.
Dicho lugar era un hervidero de skinheads. Por dentro estaba decorado al modo de las antiguas fortificaciones blindadas de la segunda guerra mundial; las paredes lucían adornadas con réplicas de banderas del Ejército Alemán y alguna que otra portada de fanzines de publicaciones nacional revolucionarias.
Nuestra llegada, sobre todo de los miembros de Acción Radical, supuso un acontecimiento de primer orden en el centro de ocio. La música que se oía pertenecía a grupos neonazis bien conocidos por los asistentes, aunque para mí supuso todo un descubrimiento. Los skins comenzaron a bailar de forma muy peculiar: saltaban alocadamente lanzando sus piernas hacia delante con fuerza, como si dieran patadas, mientras chocaban bruscamente unos con otros gritando: <>; más que un baile semejaba una pelea multitudinaria, pero nadie se enfadaba, todo eran risas y, de vez en cuando, los consabidos Sieg Heil! Me dijeron que a ese bailoteo lo denominaban ska y era el típico de estos grupos.
La fiesta seguía en el abarrotado local. Permanecí en un rincón junto con Andrés, charlando con Carlos, Nacho y Toni, quienes se comportaron como verdaderos anfitriones y no nos dejaban ni a sol ni a sombra, supongo que para evitar que algún joven skinete nos provocara pensando que éramos policías. De improviso, cesó la música y una potente voz resonó por megafonía:
-¡Camaradas! ¡En el centenario de su nacimiento, realicemos un brindis en honor del genio más grande que ha dado la humanidad! ¡¡Nuestro Führer: Adolf Hitler!!
Mientras se oían estas palabras, varios chavales comenzaron a repartir vasos de plástico con un licor que no supe identificar. Prosiguió la voz:
-¡Camaradas! ¡Por nuestro Führer! ¡¡Por Adolf Hitler!!
-¡¡Por Adolf Hitler!! -clamamos todos a la vez.
Por los altavoces continuaron las consignas rituales:
-¡Camaradas! ¡Gritad todos conmigo! Sieg Heil!!
-Sieg Heil!! -refrendamos al unísono.
-Sieg Heil!! -volvió a marcar la voz de siempre.
-Sieg Heil!!! -manifestamos excitadamente al borde del paroxismo.
-Sieg Heil!!!! -tercera y última vez.
Y todos, como uno solo:
-Sieg Heil!!!!
Percibí que se me erizaba el vello; fue una sensación extraña que me envolvió por completo, como si viviera un nuevo episodio de los que había visto cientos de veces en las películas, como si diera un salto al pasado...
Miré a Andrés y sonrió; aprecié que había sentido lo mismo, sobraban las palabras. Nos pareció estar en Nüremberg marchando ante el Führer en medio de miles de miembros de las juventudes hitlerianas. Por unos segundos abrigamos intensamente esa sensación que impregnaba a los presentes, y quizá llegué a pensar que me prendería, pero no sucedió así. Sólo fue un instante, luego volví a comprender que unas exclamaciones protocolares no implicaban lo suficiente como para disponerme a sacrificar todo por unas ideas que todavía no acababa de conocer. Pensé que cuando pasara el fin de semana las tendría más claras.
La fiesta prosiguió y sobre las cinco de la madrugada estaba totalmente destrozado y con un sueño terrible. Nueve horas atrás estaba en Valencia sin suponer que viviría esa experiencia.
Pasé la noche hablando con mis nuevos conocidos. Toni, el psicólogo, no paró todo el rato de hablarnos de la necesidad de una revolución proletaria, de que había que acabar con los cerdos burgueses; Carlos y Nacho empleaban otro discurso más idealista, provenían de una escuela distinta y, aunque creían firmemente en sus ideas, creo que en el fondo sabían que la moda skinhead no significaba más que algo pasajero y que había que aprovechar al máximo, puesto que muy pocos de los que ahora bailaban ska, proseguirían con su lucha más adelante.
-Existe mucha presión policial y mediática en nuestra contra -justificó Carlos-. Con estos chavales pasará lo mismo que con los de Fuerza o Cedade: tan sólo los más capacitados aguantarán y servirán de base a los que vengan después. La lucha es larga, estamos solos contra todos, pero el ejemplo del Führer prenderá en las nuevas generaciones y llegará el día en que renazca el Cuarto Reich. Aunque supongo que eso no llegaremos a verlo, pero siempre quedará el consuelo de saber que pusimos un grano de arena en la construcción de la revolución nacionalsocialista europea.
-Aún queda mucho por hacer -interrumpió Nacho-. ¡Pero lo conseguiremos! Recuerdo cuando montamos Bases: éramos cuatro gatos... ¡Y fíjate ahora!
-¿Pensáis que acudirá mucha gente al homenaje del domingo? -inquirí.
-¡Hombre! La verdad es que no lo creemos, pero por nuestra parte hemos avisado a la gente para que acuda, aunque no hay demasiado <> con los de Cedade -añadió Nacho.
-¿Y eso...? -pregunté intrigado.
-Pues porque son muy puristas y muy cabezas cuadradas. Tienen camaradas muy preparados, pero les falta pisar la calle -explicó Carlos-. Son un poco como las monjas de clausura: Nadie duda de que sean buenas personas, pero viven de espaldas al mundo real, escondiéndose de todo. El acto del domingo está bien, pero tenían que haber contado con todas las asociaciones NR.
-¿Y no lo han hecho? -interpelé.
-No. Para ellos, todo lo que se salga de su forma de ver las cosas está contaminado por el sistema; intentan apartarlo, y más en lo que a skins se refiere.
-¿No les gustáis?
-Sinceramente, no -sentenció Carlos.
-No obstante, es positivo que se hayan decidido a realizar actos públicos y dejarse conocer. Hace falta tenerlos bien puestos para atreverse a reivindicar la figura de Hitler -explicó Nacho.
Toni metió baza en la conversación:
-Mira, Nacho, lo que están haciendo los de Cedade es dar los últimos coletazos antes de morir políticamente. Se han dado cuenta de que les estamos arrebatando su espacio y la militancia, y están dando palos de ciego intentando no desaparecer. El homenaje de pasado mañana va a ser un fracaso, ¿quiénes irán? ¿Los pocos de siempre? Muchos de los históricos nazis prefieren celebrar el nacimiento del Führer como tú ya sabes, en vez de dar la nota.
Esta intervención me llenó de curiosidad:
-Toni, ¿qué significa eso que has dicho: <>?
-Nada -medió Carlos-. El aprendiz de psicólogo este, que se le va la cabeza de vez en cuando.
-¿Celebráis algo más aparte de lo de Hitler? -volví a interrogar.
Noté que mis interlocutores se ponían nerviosos. Volvió a ser Carlos quien tomó la palabra:
-Mira, Juan, realmente no es nada importante, pero tal y como están las cosas, se podía poner en un serio aprieto a más de un camarada.
-¿Y eso? -articulé.
-Te lo voy a contar, pero porque los de Acción Radical nos han asegurado que eres de total confianza -justificó-. Verás, sabes que a España vinieron muchos nazis escapando de la represión aliada, ¿no?
-Sí -afirmé.
-Pues bien, muchos de esos antiguos combatientes alemanes e incluso miembros fundadores de las juventudes hitlerianas siguen evocando el 20 de abril con un banquete especial en sus casas. Es algo muy trascendente que se realiza en señal de respeto y como recuerdo al Führer -concluyó.
-¿Sólo eso? -consulté extrañado.
-¿Te parece poco? ¿Sabes lo que darían los judíos por saber cuando y quienes acuden? -soltó Nacho.
-¡Qué va a ser sólo eso! -pronunció enfáticamente Toni.
-Calla tío que las paredes tienen oídos -aconsejó Nacho.
-¿Pero qué coño hace esa gente que tanto misterio tiene? -exclamé un tanto asqueado de tanto sigilo.
-Verás -explicó Carlos-. Tienes que ser discreto sobre esto. Piensa que algunos permanecen todavía buscados por el Mossad.
-Por mi parte no hay problema -exclamé.
Después de intercambiar varias miradas cómplices entre ellos decidieron poner punto y final a su relato.
-Escucha, todos los años, en esa fecha, muchos de los excombatientes del Reich, entre los que perdura algún mando destacado del Régimen, se reúnen en la casa de alguno de ellos y celebran, con el máximo secreto, una comida o cena de hermandad donde renuevan los juramentos de fidelidad al Reich y al Führer. Lo verdaderamente emocionante es que estos veteranos camaradas visten, para tan solemne ocasión, los uniformes y emblemas que portaron en su día y que conservan como oro en paño. Es casi imposible acudir a los mismos a no ser que estés unido estrechamente con alguno de los asistentes; es decir, generalmente se juntan abuelos, padres y nietos con otros abuelos, otros padres y otros nietos de excombatientes leales al Régimen. Y, entre todos, rememoran el pasado glorioso de Alemania mientras cantan himnos de esa época.
-Es muy impresionante -dijo Toni-. No hay palabras para describirlo.
-¿Has acudido alguna vez? -pregunté.
Asintió con la cabeza. La emoción le impedía articular palabra. Carlos aclaró este punto:
-¿Es que nuestro aprendiz de psicólogo no te ha dicho que es nieto de alemán?
-Mi abuelo paterno luchó como capitán en el frente de Stalingrado ganando la Cruz de Hierro por el valor demostrado en combate -afirmó orgulloso-. ¡Se la impuso el mismísimo Führer!
Me vino esta escena a la cabeza: todos los años, decenas de viejos nazis desempolvando sus uniformes y, como en una fantasmal escena, departiendo amigablemente con paisanos y camaradas con los que guerrearon en su juventud. Los imaginé en un chalé cualquiera de la costa mediterránea, ocultos, reviviendo su pasado por unas horas para posteriormente volver al disimulo cotidiano y a la vida normal sin levantar sospechas, realizando sus actividades normales de jubilados.
Fue en esta ocasión donde escuché por primera vez estas historias. Posteriormente, volvería a oírlas pronunciadas por otros labios y en circunstancias diferentes. Me dijeron que estas celebraciones no excedían del medio centenar de personas por miedo a llamar la atención.
Nunca acudí a esta clase de eventos, pero me ocurrió alguna anécdota en este sentido. Una de ellas tuvo como protagonista a un maduro matrimonio belga con el que mi familia mantenía estrecha relación de amistad. Sabíamos que vivían en España desde siempre y que gozaban de una posición económica holgada. Conocían mi militancia falangista, pero jamás emitieron una opinión al respecto. En cierta ocasión, coincidí casualmente con ellos en una conocida población costera. Ignoraba que veranearan allí y les mostré mi extrañeza. Decidieron invitarme a cenar a su impresionante chalé. Fue una velada agradable y, tras los postres, surgió el tema político y mi afiliación a la Falange. Después de cruzarse unas miradas cómplices, abrieron sus corazones y me explicaron que en su Bélgica natal militaron en el partido Rexista de León Degrelle, al que conocían mucho. Después de esta aclaración, me condujeron a una amplia estancia de su hogar. Allí, detrás de un espejo de pared, perfectamente oculta de las miradas indiscretas, existía una vitrina, y en la misma, una gran foto enmarcada de mis anfitriones junto a Adolf Hitler. A ambos lados de la misma, perfectamente colocados en unos percheros, dos trajes de gala lucían sus tradicionales encajes.
-Fue con motivo de una recepción que organizó el Führer en Berlín el año 1938 -explicaron-. Los trajes son los que llevamos ese día. ¡Fíjate en que en el ojal de la chaqueta está la insignia de oro del partido!
Efectivamente, una esvástica blanca sobre fondo dorado lucía sobre la inmaculada prenda.
-El Führer era todo un caballero -explicó la señora-. ¡Y tan correcto! Pero hay que guardar todo esto en secreto, la gente dice muchas mentiras.
Me quedé sin palabras: nunca habría relacionado a este matrimonio con el Tercer Reich. Me hicieron jurar que no revelaría sus identidades y que ocultaría estos detalles incluso a mi familia, y así lo hice y seguiré haciéndolo.
Ni el más listo de entre los listos hubiera supuesto jamás la adoración secreta que este anciano matrimonio sigue profesando hacia su Führer más de medio siglo después de su muerte.
-¿Y el tema del fútbol? Los Ultrassur y todo eso, ¿qué tiene que ver con la política? -pregunté a mis amigos cambiando radicalmente de tema.
-Verás... -dijo Carlos-. Los Ultrassur sirven para captar gente y tenerlos motivados constantemente. De paso, es una forma de poder publicitarnos y expandir nuestras ideas y simbología.
-¡Hombre! No sé, pero pienso que puede resultar contraproducente mezclar política con fútbol, ¿no? -inquirí.
Esta vez fue Nacho quién respondió:
-Es lógico que te plantees eso. Aquí mismo, en Madrid, existen camaradas que no creen que sea algo positivo para la causa, pero lo cierto es que desde que se instituyó Ultrassur, Bases Autónomas ha captado mucha gente, en principio, vinculada sólo al fútbol pero que han acabado aproximándose a nuestras ideas.
El alumno de psicología intervino en la charla:
-¡Tampoco es exactamente así, Nacho! Sabes perfectamente que la gente de Bases es la misma que la de Ultrassur. Siempre que organizamos una cena de la peña acuden los mismos que cuando Bases organiza un acto NR. Es un círculo cerrado y lo sabes.
-Quizá sea así, en parte -medió Carlos-, pero lo cierto es que nuestra experiencia ha sido calcada por otros grupos afines y, al menos, hemos conseguido que se hable de nosotros. Sin ir más lejos, el mismo Canduela reconoció que Acción Radical ha incrementado su militancia desde que colaboran conjuntamente con los Yomuss, y eso significa algo.
Tratamos sobre estos temas durante toda la noche, de pronto Carlos me preguntó:
-A propósito, ¿esta noche tenéis alojamiento?
-¡Leches! ¡Con tanto ajetreo se nos había olvidado buscar un sitio para dormir! Aunque a malas, siempre podíamos recurrir a una pensión o un modesto hotelito.
Fue Toni quién solucionó el problema:
-No os preocupéis, mis padres están fuera y si os arregláis para dormir en sillones, por mi parte os cedo mi casa.
Le agradecimos sinceramente su amable ofrecimiento y lo aceptamos. Estaba a punto de despuntar el nuevo día y optamos por marcharnos a pernoctar. Busqué a la gente de Canduela, y salimos a la calle en busca de los coches. En la puerta me despedí, con un fuerte abrazo, de Nacho y Carlos.
-Que descanséis, y espero que nos volvamos a ver dentro de poco. Sieg Heil! -dijo este último a modo de despedida.
-Lo mismo os digo y muchas gracias por todo. Sieg Heil! -respondí.
Sería la última vez que hablaba con ellos, y con Carlos no habría posibilidad de hacerlo nunca más.
Carlos Rodrigo Ruiz de Castro se suicidó unos pocos años después. Varios amigos de Acción Radical me comunicaron el triste suceso, y realmente me conmocionó. Aunque sólo lo traté esa noche, lo recordaba como un chico inquieto, trabajador por su causa, inteligente y muy, muy idealista, quizá en exceso. Supe que se disparó un tiro en la cabeza con una escopeta de caza y que dejó escrita una nota de despedida donde, por lo que tengo entendido, justificaba su drástica decisión al creer que la causa nacional revolucionaria por la que luchaba carecía de futuro. Me dijeron que últimamente estaba depresivo y comentaba que consideraba su lucha perdida de antemano a causa de la feroz represión de los medios de comunicación. Su óbito me dolió, pero no me sorprendió; a mis recuerdos acudió la figura de otro amigo, esta vez valenciano, que se había matado un poco antes por algo similar.
A José Manuel lo conocía de los tiempos de Fuerza, y desde el principio intimamos. Se trataba de un joven simpático, inocentón, sin malicia alguna. Creía en Piñar como si fuera el mismísimo Dios y hubiera dado la vida por él sin dudarlo. Cuando Fuerza Nueva se disolvió, quedó destrozado, negándose a admitir el porqué de la decisión de su intocable líder; posteriormente, acudió a la llamada de Blas y se afilió a Unión Hispana, donde siguió trabajando con ilusión y alegría hasta que esta asociación cerró las puertas.
José Manuel intentó rehacer sus truncadas ilusiones políticas y se aproximó a las nacientes organizaciones nazis, pero no le gustó lo que vio y no llegó a integrarse plenamente. Finalmente, canalizó sus esperanzas en una preciosa chica a la que conoció y con la que empezó a salir. Tenía unos años menos que yo, pero era un hombre de los pies a la cabeza; desde muy joven trabajaba para sacar adelante a sus padres y a su hermano, puesto que su progenitor padecía una enfermedad degenerativa que le impedía realizar labor alguna. Con <> era un ser maduro e infeliz; le tocó cargar en sus espaldas el tremendo peso de mantener dignamente a su propia familia.
Su novia le devolvió la ilusión y él se entregó por completo a ella; pero quiso la desdicha que, unas semanas antes de su boda, un fatal accidente segara de cuajo la vida de la joven. Todos nos volcamos en nuestro amigo, ofreciéndole nuestro incondicional apoyo, pero fue inútil.
Lo vi por última vez un sábado, tarde; se encontraba sentado en un bar que frecuentábamos. Estaba sólo y tomé asiento junto a él, se le advertía destrozado.
Pasamos toda la tarde hablando. Me contó sus sueños truncados, la profunda impotencia que le llenaba por la trágica pérdida de su chica y salió a la conversación (¡cómo no!) el tema político. Recuerdo que dijo:
-Mira Juan, todo el mundo me abandona. Primero fue Blas con sus mentiras, ahora Dios se lleva a la persona que más quería. He perdido la fe por culpa de quienes nos dirigieron en su día y he perdido las ganas de vivir sin ella a mi lado. Mi hermano ya es mayor y puede ayudar a mi familia... Yo... ¡ya no tengo fuerzas!
Su discurso me impactó, nos conocíamos desde siempre y no me salían las palabras para intentar consolarlo. Supuse que aguantaría, que sería capaz de soportar tan duro golpe.
-No sé que decirte, pero estoy seguro de que lo superarás. Sé que es difícil y más estando todo tan reciente, pero llegará el día en que esto no será más que un triste y lejano sueño. Tienes que aguantar por ella, debes ser feliz y lo serás.
Sonrió lánguidamente mientras asentía con la cabeza; no pronunció vocablo alguno, pero su rostro denotaba la tremenda lucha que se desarrollaba en su interior. Nos despedimos pasada la medianoche. Menos de veinte horas después se quitó la vida tomando veneno.
Supongo que, en el fondo, las muertes de Carlos y José Manuel fueron más de lo mismo. Sin ilusión no se puede vivir y una vez perdida cuesta mucho restablecerla. Desgraciadamente, los cementerios están sembrados de ideales.
Subimos a los coches rumbo a la casa de Toni, antes lo acerqué a su vehículo. Los de Valencia partimos hacia su hogar. Toni enfiló hacia las afueras, mientras Andrés y yo le seguíamos pendientes de no perderlo; al poco, llegamos a su <> ¡Un <> en el centro de La Moraleja!
Mientras aparcábamos en su amplio garaje, intercambié una mirada con Andrés y Manolo... ¡Joder! ¿Tanto rollo antiburgués y proletario para vivir ahí? En fin, una experiencia más.
Toni se percató de nuestra sorpresa e intentó justificarse:
-Bueno, chavales, ésta es la casa de mis viejos... ¡Es que mi padre es médico! ¿Sabéis?
-Sí... sí... algo así suponíamos... ya... ya... -repetimos irónicamente.
Pasaban las seis de la mañana y nos acomodamos en su mansión. Los de Acción Radical se acomodaron en sofás; para Andrés y para mí nos reservó una cama en el cuarto de invitados. Antes de acostarme le pregunté a nuestro anfitrión:
-¿Y mañana que hay previsto?
-¿Mañana? ¡Querrás decir hoy! -señaló sonriendo.
-Bueno, pues hoy... -balbuceé mientras se cerraban mis párpados.
-A las doce del mediodía tenemos que estar en la sede de Cedade. Hay prevista una conferencia de Pedro Varela y León Degrelle.
Abrí los ojos de par en par al escuchar el nombre del histórico general de las SS:
<<¡Anda…! ¡Va a estar Degrelle!>> -pensé.
Como aficionado a la historia, me atrajo de inmediato la idea de oír a esta persona. El viejo militar era toda una leyenda dentro de los círculos neonazis europeos. Belga de nacimiento, en los años anteriores a la segunda gran guerra fundó en su país el Partido Rexista, de ideología fascista. Durante la contienda, luchó activamente junto al Reich y alcanzó el grado de general de las tropas SS, convirtiéndose en uno de los mandos más jóvenes del Ejército Alemán. Su arrolladora personalidad y la capacidad de oratoria que poseía le granjeó de inmediato la amistad del Führer, quien comentó más de una vez que, de haber tenido un hijo, querría que hubiera sido el joven líder belga. Tal era la admiración mutua que se profesaban.
Finalizada la contienda y rendida Alemania, las autoridades aliadas intentaron detener al líder rexista, pero Degrelle consiguió alcanzar la península en un avión tras realizar un aterrizaje de emergencia en plena playa de la Concha. En España recibió asilo político por parte del régimen de Franco y aquí vivía desde entonces.
Al contrario que otros líderes nazis, jamás se escondió y participaba activamente en coloquios y conferencias donde profesaba sus profundas y firmes ideas nacionalsocialistas, así como también su admiración total hacia Adolf Hitler. Firme defensor del <>, León Degrelle negó siempre en público la existencia del Holocausto judío, justificándolo como una invención sionista para conseguir victimizarse y, de paso, sacar indemnizaciones del Estado Alemán. El Mossad no fue ajeno a sus movimientos e intentó secuestrarlo en algunas ocasiones para juzgarlo como <>, pero la brava actitud del líder nazi frustró las operaciones judías y, de paso, acrecentó su leyenda en los sectores neonazis.
Por mi parte, esperaba con ilusión escuchar en vivo a una reliquia de otros tiempos. Dentro de poco sería la gran oportunidad; tenía menos de cinco horas para cargar fuerzas.
Con paso presuroso, Andrés y yo, corríamos (más que caminábamos) en busca del local de Cedade. Pasaban unos minutos del mediodía y acabábamos de estacionar por las inmediaciones siguiendo las instrucciones que el estudiante de psicología nos había proporcionado antes de decirnos que estaba <> y que lo excusáramos, pero no acudiría a la charla ya que prefería descansar. Los de Acción Radical se dividieron en dos grupos: uno, capitaneado por Manolo Canduela, venía a unos pasos detrás de nosotros; los restantes acudieron a un bar dónde habían quedado con los de Bases Autónomas y se incorporarían más tarde. A estos últimos no volvimos a verlos en toda la jornada.
Esa noche habíamos dormido como lirones hasta que el despertador nos sobresaltó a las 10.30. Costó litros de agua conseguir que despegáramos los ojos, pues parecían soldados con plomo. Tras darnos una buena ducha y despedirnos de nuestro anfitrión, acudimos a la cita. Sólo sabíamos que la sede nazi estaba situada en la madrileña calle Princesa y que ésta no se encontraba muy lejos del pub al que habíamos acudido la pasada madrugada. Con esas referencias y preguntando a los transeúntes, nos acercábamos cada vez más a nuestra meta.
-Debe de ser en una calle de éstas -dijo Andrés parado frente a varias estrechas callejuelas del centro urbano.
Como si de una señal se tratara, en ese preciso instante observamos a un chico alto y rubio, con buena planta, adentrarse por una vía cercana y meterse en un portal. El chaval portaba, a modo de cubrecabezas, un gorrito tipo cuartelero de color gris; ese detalle hizo que nos fijáramos en él e instantáneamente lo relacionáramos con el acto nazi que debía tener lugar por las inmediaciones. Ignorábamos que los de Cedade portaran prendas de uniforme, al menos en Valencia nunca los habíamos visto usarlas. Manolo nos sacó de la duda:
-Los de Cedade suelen evitar el uso de uniformes e insignias conocidas para no causar mala impresión cuando difunden sus mensajes. No obstante, en ocasiones visten camisas pardas o gorros grises como el del chaval ese. Cuando más suelen portarlos es en los solsticios.
Esta afirmación me llenó de curiosidad: <<¿Qué demonios pasaría en los solsticios? ¿Y qué tenían que ver los nazis con esas fechas?>>. Antes de que finalizara el fin de semana tendría respuesta a estas cuestiones.
Seguimos los pasos del chaval y observamos, con agrado, que nuestro instinto no había fallado. En un lateral, un rótulo bien visible señalaba que nos encontrábamos en la calle Princesa. Sin pensarlo dos veces, entramos en el portal de la antigua casona que permanecía entreabierto. Nos sorprendía el profundo silencio que emanaba del mismo y que nos hacía dudar de que allí tuviera lugar cualquier tipo de acto público, pero nos equivocamos.
Al penetrar, nos quedamos sobrecogidos. Una muchedumbre ocupaba todo el rellano interior y se agolpaba en las escaleras de acceso. Habría más de dos centenares de personas, casi todas jóvenes, y muchos tocados con el quepis gris. Los aspectos de los asistentes no tenían nada que ver con el de los skins de la noche anterior, es más, no recuerdo haber visto en ese instante a ningún cabeza rapada y, de haberlos, su presencia era mínima y no se hacían notar. Probablemente, preferían la fiesta y las borracheras antes que la asistencia a actos puramente nacionalsocialistas.
Lo sorprendente de la situación era que, a pesar de la impresionante cantidad de gente existente, ni un solo murmullo brotaba de sus labios: todos permanecían en el más asombroso silencio haciendo gala de una disciplina espartana asombrosa. Únicamente se percibía una voz suave que parecía salir de algún oculto altavoz. Canduela me susurró al oído que quien hablaba era Pedro Varela.
Iniciamos el ascenso por las amplias escalinatas, aunque no sin esfuerzo. Lentamente fuimos ganando metros y alcanzamos las puertas del local, que permanecían abiertas. Abriéndonos paso discretamente, penetramos hasta acabar situándonos a un par de metros de la mesa presidencial. Resultaba imposible acceder más: la abundante y precisa seguridad de Cedade impedía dar un solo paso hacia la tribuna de oradores. Allí, además de Varela, creí conocer a Christian Ruiz y... (¡cómo no!) al veterano general de las SS.
Nuestra llegada coincidió con el fin de la intervención del líder nazi, quien cedió la palabra al siempre orgulloso León Degrelle. Éste inició su alocución, en su peculiar castellano, refiriéndose a la profunda amistad que le unió con el Führer. Cada vez que pronunciaba esta palabra la muchedumbre rompía su mutismo y prorrumpía en acompasados y atronadores Sieg Heil!
El líder belga defendió la honradez y la grandeza de Adolf Hitler y del Tercer Reich alemán. A cada frase suya, los asistentes, al borde del síncope, repetían sus gritos rituales. Degrelle se refirió a la bravura de los mil españoles que formaron parte de las tropas SS, de la farsa del Holocausto judío y de la inexistencia de cámaras de gas en los campos de concentración nazis. Cada aseveración que realizaba era aclamada por el público, que lo escuchaban como si les hablara el mismo Dios.
El viejo jerarca nazi finalizó su disertación refiriéndose al próximo advenimiento del todopoderoso y definitivo Cuarto Reich que devolvería al mundo la ilusión y la gloria perdida. Tras una ensordecedora ovación, Varela cedió la palabra a un viejo alemán de cabello cano, a quien presentó como <>. El anciano, que no hablaba ni un poco de español, pronunció unas breves palabras en su idioma natal que posteriormente fueron traducidas por uno de los organizadores: <>
Los Sieg Heil! del público casi revientan el edificio ante esta nueva declaración de un veterano combatiente de la Whermacht. Desde la tribuna de oradores se cedió la palabra a otro septuagenario germano, también centinela en el mismo campo y compañero del anterior. Éste se aproximó al micrófono y en un irreconocible español articuló su nombre y dijo, igual que el otro:
-¡En Autswitch nunca hubo cámaras de gas! Sieg Heil!!
Su breve frase fue coreada de nuevo por todos los presentes.
El acto finalizó y Varela invitó a los congregados a asistir, al día siguiente, a la concentración prevista para finalizar el homenaje a Adolf Hitler. Los conferenciantes fueron abandonando sus asientos y bajando hacia la calle por las escaleras. El que más fervor levantaba era el líder rexista: brazo en alto, descendía los escalones entre los encendidos gritos de apoyo y cientos de respetuosos Sieg Heil! que marcaban su paso decidido.
Lo vi cuando pasó junto a mí: su mirada altiva mostraba satisfacción, y una leve sonrisa marcaba su rostro. Quizá, creyó visualizar las multitudinarias manifestaciones que había presenciado, hacía más de medio siglo, en Nüremberg, Berlín... y en tantos otros lugares que permanecerían en sus recuerdos. Puede que creyera ver la estampa del Führer alzarse en medio de esas nuevas generaciones o, tan sólo, pensara lo que pudo llegar a ser y no fue.
Mientras anduvo a mi lado, durante unos segundos, su orgullosa figura engominada semejaba a un viejo saurio conocedor de su extinción. Hubiera dado lo que fuera por conocer los pensamientos que ocupaban su mente en esos instantes, aunque eso es algo que él se llevó a la tumba.
Alcancé la calle y agradecí un soplo de aire fresco que me dio de lleno en la cara. Los actos habían concluido por ese día. Rebusqué en mi cartera e hice cálculos... todavía disponía de 25.000 pesetas. Decidí alquilar una habitación en algún hotel y echar una cabezadita, luego sería otro día.
Encontré alojamiento en una pensión cercana y dormí plácidamente. Me sentía destrozado. Mi cerebro tenía que asimilar todo lo vivido para sacar conclusiones.
Me desperté a la hora de cenar y salí un rato con Andrés a la zona del día anterior. El Búnquer estaba saturado de jóvenes eskinetes danzando ska. Con los de Acción Radical habíamos quedado para la mañana siguiente. Preferían ir a su marcha...
Tomamos un par de copas sin ver a ningún conocido. Nos impactó la canción que canturreaba un grupo con visibles síntomas de embriaguez. Ésta seguía exactamente la melodía del popular villancico navideño El portal de Belén, aunque la letra estaba siniestramente transformada y decía:
Por el camino que lleva a Berlín,
¡¡Reich!! ¡¡Reich!!
Baja hasta el búnker que la sangre cubrió,
¡¡Reich!! ¡¡Reich!!
Las SS quieren ver al Führer,
¡¡Reich!! ¡¡Reich!!
Le traen judíos en un viejo camión,
¡Para que haga jabón! ¡Para que haga jabón!
Y si judíos no pudiesen traer,
¡¡Reich!! ¡¡Reich!!
¡Que traigan al rey!
¡¡Reich!! ¡¡Reich!!

El mensaje tan radical de la baladita de marras nos puso los pelos de punta. ¿Cómo podían acumular tanto odio unos chiquillos que no pasarían de los veinte? Los mozalbetes iniciaron otro tema, tan patético como el anterior, cuya letra era la siguiente:

¡Ni negritos, ni judíos!
¡¡Viva, viva...el Ku-Kux-Klan!!
¡Queremos hogueras grandes y un negrito pa´quemar!

Ya teníamos bastante por ese día, no quisimos escuchar más, y sobre las dos de la mañana volvimos a la posada. <<¡Anda, que si nuestro futuro dependiese de estos!>>, pensé.
Pocas horas después concluiría el homenaje al Führer con la prevista concentración en una plaza de la capital, y no queríamos perdernos ese evento.
Y llegó el ansiado domingo. Cuando las primeras luces del amanecer penetraron por la ventana entreabierta de mi dormitorio, abrí los ojos. Me encontraba a gusto descansando, dentro de poco todo daría fin y volvería de nuevo a mi casa. Desperté a Andrés y me introduje en la ducha. Al salir de la misma, inicié un ritual que había realizado cientos de veces, siempre que acudía a cualquier clase de acto político destacado. Aunque suene trivial, el rito consistía en atusarme pausadamente mi pelo hacia atrás con gran cantidad de fijador. Creo que, para mí, ese acto simbolizaba lo mismo que cuando los <> se coloreaban los rostros antes de entrar en combate, y... ¿quizá igual que los skinheads mientras se rasuraban los cráneos? Esta última cuestión me vino a la cabeza en un instante, sin proponérmelo, y creí intuir que igual no éramos tan desiguales los unos de los otros... ¿O sí?
Me cubrí con unos vaqueros y esperé a que Andrés finalizara. Sabía que los pantalones tejanos no serían del agrado de los nazis de pura cepa, pero ese detalle me importaba un bledo; en ese instante me daba igual herir susceptibilidades por algo que consideraba absurdo. Cuando mi compañero estuvo listo, abonamos la cuenta en recepción y partimos hacia la cita con los herederos del legado ideológico de Adolf Hitler.
Mientras andábamos por las vacías avenidas, escrutamos las paredes en busca de carteles que anunciasen la convocatoria, pero salvo algunos folletos que vimos el día anterior en los callejones aledaños a su sede, nada avisaba de la concentración. Todo había sido programado con un secretismo impresionante y, seguramente, sin los medios económicos necesarios. Conjeturábamos sobre como sería ese homenaje… Probablemente no acudiría mucha gente. ¿Llevarían banderas nacionalsocialistas? ¿Portarían insignias con esvásticas? ¿Vestirían los asistentes camisas pardas? Nos hacíamos todos estos interrogantes hasta que llegamos a la precipitada conclusión de que acabaríamos congregándonos cuatro gatos. ¿Y los skins? ¿Asistirían esta vez? En breve, tendríamos respuesta a estas cuestiones.
Sobre las 11:30 alcanzamos el lugar, y el desánimo más absoluto cayó sobre nosotros, ¿Seríamos los únicos en acudir? A falta de tan sólo media hora para que se iniciara el esperado mitin nazi, simplemente vislumbrábamos, en cada rincón, a gran número de policías de la Unidad de Intervención. Los había para todos los gustos: a caballo, en moto, a pie, con cascos, rondando con pastores alemanes. Pero nuestra experiencia en ese tipo de eventos nos hizo advertir que el Ministerio del Interior no esperaba mucha afluencia y, desde luego, pocos o ningún follón. Las despreocupadas caras de los maderos, junto con la ausencia de escudos y porras, lo decía todo.
Cerca de nuestra perspectiva, prestamos atención a tímidos grupitos de jóvenes con aspecto de intelectuales, algunos de los cuales nos sonaba del acto en la sede de Cedade. Poco a poco fue uniéndose más gente a la escena, aunque sin atreverse a penetrar en la pequeña plaza, se situaban por los alrededores. Se notaba, a la legua, que la falta de actividades públicas de esta organización y su reciente salida de las catacumbas del sistema los limitaba en estos escenarios donde debían dar la cara.
A pocos minutos del mediodía, y cuando todo hacía suponer que la invitación había sido un calamitoso fracaso, un clamor llegó a nuestros oídos provocando que nos girásemos en la dirección de donde arrancaba el barullo. A un par de manzanas, varios cientos de personas, encabezadas por Pedro Varela, concurrían hacia la explanada voceando consignas que no acabábamos de entender. La muchedumbre penetró en la zona prevista y empezaron a ocupar la plazoleta; casi todos tenían el aspecto pulcro de los afiliados a Cedade, estéticamente más próximos a los mormones que a cualquier otro clan. Algún pequeño grupo de cabezas rapadas no quitaban ojo desde la distancia. Quedaba claro que los organizadores preferían prescindir de tan molestos acompañantes.
Calculé la gente que habría y, haciendo un cómputo benévolo, creo que no pasaríamos del millar de personas... ¡Más de lo que esperaba! No vi casi pancartas, sólo alguna bandera con el anagrama de Cedade: un águila imperial con las alas extendidas, quieta sobre un yugo.
Tomó la palabra Varela, quien recordó el legado del Führer, la grandeza de una Europa unida y, ¡por enésima vez!, las invenciones sionistas sobre el <> y la <> inexistencia de cámaras de gas en los campos de concentración alemanes. En una estudiada soflama, el líder nazi animó a los asistentes a perseverar en su lucha y a divulgar la realidad sobre el nacionalsocialismo; igualmente hizo un llamamiento a los skins, para que renunciaran a su estética y a las conductas violentas, y acudieran a integrarse en organizaciones que defendieran su pensamiento sin caer en el error de convertirse en tribus marginales urbanas. Posteriormente, tomaron la palabra otros oradores que fueron en la misma línea argumental que el anterior. Se clausuró el acto gritando varias veces: Sieg Heil!
Algunos corrillos de manifestantes comenzaron a corear apocadamente las primeras estrofas del himno nazi, aunque pronto fueron acallados por los organizadores. No obstante, las frases iniciales permanecieron flotando en el ambiente durante breves segundos, decían más o menos así:

Camisa parda, ¡de esvástica en el brazo!
Llevaba yo, ¡cuando te conocí!
¡Perseguidos por izquierdas y por las derechas!
Camisa parda ¡también llevabas tú!
La juventud, está en nuestras filas.

Poco más pude sentir, pues entre el temor de los que iniciaron la entonación y las excesivas precauciones del resto pronto se autodisolvieron e iniciaron el retorno a sus vidas monacales de siempre.
Fue un acto breve y supongo que emotivo para los asistentes, aunque yo me sentí espectador en algo ajeno que seguía sin llenarme. Observé a algún que otro extranjero, realmente no muchos, quizá debido a la excesiva presencia policial. Por supuesto, no ocurrió ninguna clase de incidente. Sobre el aspecto de los presentes, baste decir que en el reportaje que, a la semana siguiente, publicó la revista Interviú, aparecía en primer plano, con el pelo engominado y el brazo en alto, Andrés Santos, a su lado permanecía yo, y probablemente costará alguna instantánea en los archivos de dicha publicación. Sin serlo, dábamos el estereotipo del típico militante nazi. ¡Si es que los pobres chavales de Cedade se pasaban de discretos!
Ahí finalizaron las jornadas. Posteriormente estaba prevista una comida de hermandad, pero me notificaron que se había eliminado por causas ajenas a la organización.
Después del homenaje, buscamos a los de Acción Radical para retornar a Valencia. Los localizamos en un lugar cercano a la concentración, pero decidieron permanecer con los de Bases y partir al día siguiente por sus propios medios; así pues, iniciamos la vuelta.
Durante el viaje, recapacité prolongadamente sobre lo sucedido y llegué a la conclusión de que semejaban una secta. Por un lado conocí a gentes de Bases Autónomas consecuentes e ideológicamente bien formadas; pero la mayoría de la militancia eskineta estaba más preocupada en armar camorra, bailar ska, agarrar cogorzas y acudir a los encuentros del Real Madrid que en la política propiamente dicha.
Por parte de Cedade, sólo se limitaban a justificar, una vez tras otra, las supuestas quimeras sobre el pretendido exterminio judío, pero no revelaron las ideas que tenían para perfeccionar la sociedad. Todos sus movimientos giraban en demoler las, según ellos, falsedades del sistema sionista sobre la pretendida realidad de la segunda guerra mundial. Nada más, exclusivamente demostrar lo que, en todo caso, ellos nunca hicieron.
Quizá, amigo lector, cuando leas estas páginas especules que pretendo inducir a la doctrina nazi, y, ciertamente, no podría hacerlo aunque quisiera, porque la desconozco en gran parte. No obstante, creo que es tan injusto atribuir los crímenes de Stalin a los comunistas actuales como culpar a los nuevos simpatizantes neonazis, de lo que, indiscutiblemente, no perpetraron. En esta aseveración no incluyo a la mayor parte de cabezas rapadas, que en general son unos ignorantes descerebrados. Pienso que todas las ideas, incluso las peores, tienen algo positivo que vale la pena descubrir y que por encima de todos los pensamientos políticos están las personas.
He vivido mucho y con gente muy diversa y diferente, pero en la mayoría he encontrado una parte de humanidad, en ocasiones insignificante, pero sólo en ocasiones. Hace tiempo que huyo de los estereotipos y mis lemas principales son: <>, <>, por desgracia, no siempre pensé así...
Prosiguiendo con la historia, lo que más llamó mi atención, y en lo que no paraba de pensar mientras regresaba hacia mi casa, fue un fugaz comentario realizado por los cabecillas de Bases y que, posteriormente me corroborarían los de Acción Radical. El mismo versaba sobre la tradicional conmemoración de los solsticios, celebrados por los militantes de élite nacionalsocialistas. Dichas ancestrales evocaciones tienen lugar en las fechas exactas correspondientes a los dos cambios anuales de estación y dónde, según la mitología celta, fuerzas ocultas de la naturaleza recobran su poder y dotan, a quienes sepan demandarlas correctamente, de sabiduría y vigor para lograr sus objetivos. Sé que dichos ritos son guardados en secreto por aquellos nazis contemporáneos que se sienten <>. Los espacios donde tienen lugar estas invocaciones suelen ubicarse en lo que denominan, <>. En ocasiones son parajes supuestamente dotados de energía, como antiguos menhires, castillos o conventos abandonados.
Por amigos que han acudido, sé que emplean antorchas y efectúan solemnes juramentos y procesiones mientras declaman frases recónditas de origen celta; también tengo entendido que ser invitado a estos solsticios supone un verdadero honor para los emplazados, en ocasiones mandos del ejército y de la Guardia Civil o populares empresarios. Por ejemplo, recuerdo que en un baluarte cercano a la localidad valenciana de Serra tuvo lugar, en la década de los noventa, una de estas ceremonias; a la misma acudió como invitado de honor José Luis Roberto, propietario de Levantina de Seguridad y fundador de Anela. En dicha conmemoración hubo tal profusión de gente portando teas que los vecinos del lugar, espantados por el impresionante resplandor que surgía tras la fortaleza, avisaron a la Guardia Civil creyendo que se trataba de un incendio forestal.
Supongo que los nazis del siglo XXI han mistificado sus posturas hasta límites casi religiosos. Quizá sea lo único que les queda, convertirse en otra opción de fe.
Después de esas jornadas celebrando el nacimiento de Adolf Hitler, decidí seguir a la mía. Lo que presencié no me convenció, y, desde luego, no se trataba de lo que buscaba. Continué trabajando en Levantina de Seguridad, sin coincidir con la gente de Canduela hasta varios meses después cuando di con parte de ellos en una céntrica calle de mi ciudad.
Ocurrió por casualidad y tampoco estaban presentes los habituales, de hecho, ninguno de sus líderes se encontraba en el lugar. Sólo conocía a uno de los siete u ocho skins presentes, Rafa, con quien, como comenté con anterioridad, me unía un largo y verdadero afecto desde hacía mucho tiempo.
Recuerdo que era un sábado por la tarde, aproximadamente sobre las seis y pico. Esa noche tenía que prestar servicio en una discoteca y pensaba dormir un par de horas, pero todavía quedaba bastante tiempo para charlar con mi amigo. Le hablé sobre el homenaje de Madrid al cual no había podido acudir por estar enfermo:
-Me dijo la Peña que los pijos de Cedade <> en el acto y no acudió ni Dios -señaló.
-¡Hombre, Rafa! Tampoco fue exactamente así; dentro de sus posibilidades, estuvo bien. ¿Y a ti cómo te va? ¿Estás a gusto con esta gente?
-Son los únicos que hacen algo, ya sabes que los de Cedade de Valencia están con nosotros.
-Sí, estaba al tanto.
-Además, Canduela es todo un líder, es un tío que da ejemplo, tú ya me entiendes...
-Sí, es una persona muy inteligente -ratifiqué.
-¡Oye tío! -soltó mi amigo.- ¿Por qué no te vienes con nosotros a tomar unas copas y seguimos hablando?
-Es que no voy muy bien de tiempo, esta noche trabajo -declaré intentando excusarme.
La verdad es que no tenía ningún problema en ir con mi colega a tomar un piscolabis, pero sus compañeros no me causaban buena impresión, se les veía muy jovencitos y excesivamente radicales en sus comportamientos. La experiencia me decía que si a esa mezcla se le sumaba alcohol, solía derivar con demasiada frecuencia en violencia y, la verdad, desde hacía mucho tiempo no quería saber nada de peleas. Le hice saber a Rafa mi intranquilidad.
-No te preocupes por éstos, sólo tomaran alguna que otra litrona, pero no montaran ninguna bulla. ¡Vamos! Eso te lo garantizo.
-¿Y adónde pensáis ir?
-Nos dirigimos a un <> del Carmen, es de unos colegas y acudimos de vez en cuando. Nos dejan cantar nuestras canciones sin problemas y los precios están bien. ¡Bueno, ya sabes a lo que me refiero!
Me convenció, aunque ni me gustaban sus camaradas ni la zona del barrio de Carmen adonde iban. Nos encaminamos sin prisa hacia dicho lugar; media hora después nos hallábamos en el sitio indicado. Se trataba de una antigua bodega transformada en bar, donde podían degustarse diversas variedades de vinos y licores. Pedimos unos refrescos de cola y los camaradas de Rafa iniciaron la velada bebiendo litros y litros de cerveza como si se fuera a acabar en unos minutos. Estuvimos un buen rato charlando. La tarde llegaba a su fin y me disponía a marcharme cuando ocurrió lo que temía.
Un gran alboroto proveniente de la vía pública nos sacó de nuestro diálogo. Como una exhalación, giramos las miradas indagando el origen del jaleo hasta que lo encontramos: los <> estaban haciendo de las suyas.
Los <> se habían transformado en gallos de pelea y la emprendían a patadas y golpes contra un chico de aspecto sudamericano; la novia del mismo intentaba evitar la paliza, rogando e interponiéndose entre atacantes y atacado. Desde la puerta de la taberna oíamos claramente los chillidos de pánico de unos y las imprecaciones de los otros.
-¡Tú, sudaca de mierda! ¡Vete a tu puto país con la zángana de tu chica! ¡Sólo has venido a robar y a quitarnos el trabajo! -escupía uno de los skins.
-No he hecho nada. ¡Lo juro! -balbucía el pobre chico.
-¿Me estás llamando mentiroso? ¡Tíos, el puto indio me está llamando mentiroso! -berreó uno de los eskinetes ante el regocijo de los suyos.
-Perdón... perdón... -imploraba el chaval enroscado en el suelo.
Noté como comenzaba a hervirme la sangre, ¡Ya era demasiado tanto abuso! Decidí poner punto y final a dicha aberración. Salí decidido, dispuesto a detener tanto desenfreno. Noté que Rafa venía junto a mí y me tranquilicé, sabía que aun siendo de ellos era mi amigo y podía contar con él.
-¡Qué coño hacéis, hatajo de niñatos! ¡Dejad en paz a esa gente! -increpé mientras me liaba a empujones.
Al principio se mostraron boquiabiertos por mi actitud, me conocían de vista y me creían uno de ellos, se equivocaban. La sorpresa inicial cambió en ira cuando sintieron herido su orgullo por los trompicones que les encajé. Noté que se reagrupaban y que uno de ellos metía con disimulo la mano en el bolsillo trasero del pantalón. Conocía ese gesto, sabía que pensaba sacar un arma, probablemente una navaja o un puño americano. Busqué por las inmediaciones algún palo que pudiera servirme de defensa, mientras percibía como la pareja buscaba abrigo tras de mí.
Cuando la pelea parecía inevitable, sucedió lo impensable: Rafa, mi amigo skinhead de Acción Radical, desplegó una porra y comenzó a dar trancazos a sus camaradas para defenderme. No eran golpes de pega, qué sonaban... ¡y bien! Pero con su actitud, sus colegas quedaron perplejos y más después de oír como vociferaba con furia desatada:
-¡Malditos pijos de mierda! ¡Skins de pacotilla! ¡Juan es mi amigo y cuando todavía mamabais leche de la teta, ya tenía los huevos pelados de pegarse con los rojos! ¿Alguno de vosotros tiene cojones para meterse con él? ¡Porque quien lo haga se está metiendo conmigo!
Me emocionó tanta fidelidad por su parte, se estaba enfrentando a sus compañeros por mí.
Sus colegas lo respetaban, él les sacaba más de diez años y mucha más experiencia política que la que pudieran acumular todos juntos.
-Perdona, Rafa, se nos ha ido la cabeza -dijo uno intentando justificarse.
-¡No me comáis el tarro! ¡Ya hablaremos de esto en la próxima reunión! ¡Ahora volver al <>, y las boquitas calladas! -advirtió.
Volvieron a la taberna como corderitos. Me acerqué a la pareja y me interesé por ellos. Se trataba de la primera ocasión en que ayudaba a algún extraño y sentía un sentimiento penetrante que me satisfacía como nunca antes había estado.
-Estamos bien, señor, muchas gracias... ¡Qué Dios lo bendiga! -articularon ambos.
Me ofrecí a acompañarles a algún ambulatorio, pero el chaval no quiso. Sólo mostraba contusiones, por fortuna, leves.
-Joder, Rafa, ¡Menudos compañeros de viaje te has buscado!
-¡Ya! Son unos mierdas -atajó.
-Se me hace tarde y tengo que irme. Muchas gracias por todo, y espero que pronto volvamos a vernos.
-Como me des las gracias te arreo un collejón que te desmonto -expresó bromeando-. Venga, cuídate mucho.
Nos dimos un fuerte abrazo y nos despedimos con un <<¡hasta pronto!>>. Lo que ninguno de los dos supusimos es que ese saludo se prolongaría por más de diez años a causa de un desgraciado suceso que protagonizarían parte de sus camaradas y que provocaría la ilegalización de Acción Radical.
Unos pocos meses después de vernos, cuando Rafa tomaba unas copas con los mismos de esa tarde, se inició una espectacular reyerta contra unos gitanos que paseaban por la calle. La pelea pasó a mayores e hicieron aparición cuchillos, navajas, puños americanos y barras de acero. La policía fue avisada. Al llegar, distinguieron sobre el cálido pavimento a un joven calé con la espalda destrozada. La brigada de información realizó sus pesquisas y señalaron como culpable a mi amigo Rafa. Sé, y todos los suyos saben, que no fue el autor de la salvajada que acabó con un chico postrado, para siempre, en una silla de ruedas. Pero sus tatuajes lo delataron y se decretó una orden de busca y captura.
Ayudado por organizaciones neonazis españolas y extranjeras, se le facilitó documentación falsa y la posterior huida a Londres. La Interpol descubrió su paradero años después y, alertado por uno de los policías que le buscaban, regresó a España donde vivió con otra identidad hasta que prescribió el delito. El auténtico responsable de la paliza no fue condenado nunca, aunque muchos -policía incluida- sabían de buena tinta su filiación.
Después de esa jornada en el Carmen, permanecí muchísimo tiempo sin relacionarme con esta gente. Supe que Canduela y algunos camaradas suyos de Acción Radical crearon un grupo de música ska que, con el nombre de División 250, logró triunfar en sus círculos, a la vez que trató de ser un homenaje a la División Azul.
Puede que a Ferrara, el antiguo cautivo en Rusia, le hubiera gustado formar parte de esta banda y tocar el bajo, aunque mucho me temo que no es así. Pertenecen a mundos diferentes, a pesar de que algunos pretendan equipararse a lo que jamás llegarán a ser.
En la segunda mitad de los noventa legalicé un partido político en el Ministerio del Interior que dio mucho que hablar. Por entonces, volví a retomar contacto con varias organizaciones nacionalsocialistas, aunque sobre este punto ya me referiré en el capítulo correspondiente.