miércoles, 21 de julio de 2010

TÍAS PUTAS!!

Cuando tenía unos seis o siete años, mis padres, en un pequeño viaje, me trajeron como recuerdo un coche de juguete. De esos pequeños, a los que se les abrían las puertas de delante y no tenían matrícula, cosa que a mi siempre me extrañaba mucho. Yo siempre he sido muy aficionado a los coches, de todas las formas y colores. Mayúscula era, pues, mi alegría por recibir aquel regalo. Era domingo por la tarde.

Al día siguiente, mi padre iba a la barbería y me preguntó si quería acompañarle; gustoso accedí porque él siempre me dejaba libertad de movimiento para poder jugar a mis anchas en la calle con mis coches, además la barbería estaba rodeada de altas aceras que hacían de estupendas carreteras para mi nueva adquisición. La ocasión perfecta para hacerle un buen “rodaje”.


Dicho y hecho. Salí a la calle. Era noviembre, recién anochecido, y había llovido un poco, por lo que la calle tenía esa pequeña capa de extraña suciedad característica de un día gris, mezcla de agua, polvo y neumáticos. Me dispuse a acercarme a una acera próxima que parecía una pista perfecta para mi propósito. Pero un bordillo traicionero me hizo perder el equilibrio y el poder sobre mi pequeño coche. Salió disparado directamente al centro de la calzada, donde los coches (los de verdad) pasaban con asquerosa frecuencia. Se lo iban a cargar.


Y así pasó. Un coche rojo oscuro pasó encima de mi pequeño coche, convirtiendo mi precioso deportivo en un triste sándwich de metal y plástico. Por lo menos rodaba.

La cuestión, y es lo que me marcó para siempre, es que pasó una pareja de mujeres con niños y me vio con la cara completamente desencajada. Mi terror era absoluto, indefinible aún tras más de veinte años que han pasado. Recuerdo que una de ellas se ofreció a ayudarme y recuperar mi coche, ya maltrecho pero expuesto a un nuevo envite de cualquier otro vehículo; y yo no me atrevía a cruzar solo. Pero la otra mujer reía a carcajadas mirándome y decía a la primera que se dejase de tonterías, que iban tarde. Mi salvadora probable se convirtió en fallida. Se fue sin ayudarme. Allí estaba yo, pensando en que si cruzaba, casi mejor que me atropellara antes que llegar a casa y que vieran el coche recién comprado como un guiñapo. Tías putas!

Respiré hondo y me lancé a la carretera. Los coches me pitaban, yo corría. El pobre cochecito yacía herido de muerte y yo me acercaba, mientras corría. La carretera no se acababa. Los coches se me acercaban y yo no paraba, en pleno paroxismo. Como aquellos corredores de relevos, me agacho rápidamente y tomo el coche-guiñapo. Sigo corriendo hasta estar a salvo al otro lado de la calle. Si me hubiesen hecho un electrocardiograma en ese momento, hubiese chafado los fusibles.

El resto de la historia es corto. Volví por el paso de peatones a mi punto de origen y callé. Callé hasta hoy, cuando transcribo lo ocurrido y reflexiono sobre todo. Llevo reflexionando sobre aquello toda la vida. Respecto al pobre cochecito, le di una digna jubilación en un pequeño desguace que monté en su honor. Nadie supo jamás qué le pasó al coche.

Y ahora que soy algo más alto que entonces, me planteo el hecho de ayudar a alguien en apuros como una forma de curar la herida causada aquella funesta tarde-noche. Más aún siendo padre. No existe en mi mente escenario posible donde no ayudase a mi pequeña hija ante el más estúpido de los problemas; por supuesto que no lo digo por mi padre, que el pobre era ajeno a todo lo ocurrido mientras le pelaba el buen Julián, que en paz descanse. Seguro que me hubiese ayudado. O no, eso no me preocupa. Me preocupa que yo alguna vez en la vida pueda ser igual que cualquiera de esas dos personas que no me auxiliaron. No me lo perdonaría nunca.

Quizá esté todo un poco sacado de quicio, lo se. Tiendo a analizar en exceso las cosas que me pasan hasta sacarles una punta que quizá no tienen. La cuestión es que tengo rachas de fe en la raza humana, pero si me hubiesen ayudado esas dos pájaras, a lo mejor mis rachas buenas serían más largas. O sencillamente, más.

SP

No hay comentarios:

Publicar un comentario