Acostumbramos a decir, ¡Como se va el tiempo! y no es este el que se va, somos nosotros los que nos vamos yendo, los que cada día que pasa sentimos un poco más de cansancio, nos damos cuenta de que ya necesitamos las gafas para todo, de que siempre hay algo que nos duele, cuando no es en el cuerpo es en el alma, a veces es difícil mostrar alegría cuando lo que sientes es ganas de llorar, nos invade la tristeza por que no puedes hacer todo lo que quieres.
A la juventud no le interesa la experiencia de los mayores, está pasada de moda, ahora se vive y se piensa de otra manera.
A la juventud no le interesa la experiencia de los mayores, está pasada de moda, ahora se vive y se piensa de otra manera.
Tengo una vecina que siempre que me ve dice " Marinela, ¡que fea es la vejez" y cuanta razón tiene, y no es tanto por las arrugas que por lo incapacitante que es, por ese querer y no poder, y si haces todo lo que puedes por mantenerte activa de cuerpo y mente, llega un día y te preguntas ¿Merece la pena tanto sacrificio?
Antes o después necesitaremos la ayuda de otros, unos nos la darán con cariño para otros seremos una carga.
Esta fotografía está tomada junto a la Catedral, dos adultos, hombre y mujer y un niño o niña, no se distinguía el sexo, ellos tocaban sus guitarras y el niño-niña hacia sonar el tambor con un ritmo impresionante para la poca edad que representaba. Su música atrajo a la gente que pasaba por allí y se paraba a ver el espectáculo improvisado de esta familia que recordaban a los hippies de los años sesenta. Yo me pregunto: ¿Sera esa una forma de libertad? Unos trapos viejos, unos euros para comer y su música para alimentar su espíritu.