En posesión de una cultura,
o de una religión específica -- o sea de valores supuestamente superiores que justifican cualquier guerra--, las etnias y
las comunidades religiosas toman las armas en contra de la cultura mundial unificadora. Esto incluye a la civilización occidental
entera, especialmente en donde la autonomía del individuo tiene una especial preeminencia. La resistencia de las comunidades
étnicas y religiosas a las pretensiones totalitarias de una potencia mundial pone en movimiento las más antiguas estructuras
sociales: la comunidad como bastión sólido o como último escape. Tanto las etnias como los guerreros de la fe persiguen un
territorio propio en el que puedan preservar sus religiones, sus mitos y sus cultos y, en la mayoría de los casos, un tipo
de colectivismo económico y social. La pureza étnica, o sea, el proceder de un grupo sin mezcla racial, un pasado común, una
religión singular y a veces también una lengua propia se plantean como formas de resistencia en contra del capitalismo dominante
a nivel mundial, así como en contra de su hegemonía cultural. La comunidad se entiende como alternativa: cuando todos se conocen
y se quieren, el mundo todavía está en orden.
Las etnias son construcciones
que los seres humanos abrazan con gusto por darles un techo protector. La identidad étnica que se busca por todas partes es
un producto del miedo. Al igual que las religiones, las etnias, en beneficio de la conservación de la comunidad, no pueden
prescindir de los mitos y las manifestaciones culturales. Continuamente deben evocarse a sí mismas, puesto que no son ni presupuestos
indispensables ni resultado lógico de un desarrollo genuino. Cuando la comunidad es conservada gracias a la magia del mito,
la etnia misma es ya un mito que posibilita la identificación.
En griego, el término ethnos originalmente se refiere a familias, clanes y comunidades de gentiles extranjeros,
o sea a gente que no participa del culto propio: pueblos extranjeros. Ahora los movimientos étnicos regresan a lo mismo. Toman
la palabra y con ello enfatizan su ser diferente. Étnico significaba gentil, pagano, y en la Antigüedad se refería tanto a
los individuos como a los pueblos que no tomaban parte en el culto romano. En la Biblia, los judíos eran regidos por etnarcas,
y todavía, en el siglo diecisiete, a los jefes de naciones extranjeras, los europeos los llamaron etnagogos. En realidad,
estas culturas siempre fueron el producto histórico de una mezcla de múltiples culturas, rituales y mitos. Las culturas étnicas
no responden a un plan previo, son productos casuales que responden a hechos sociales ocurridos por razones específicas, en
situaciones históricas particulares. Su establecimiento temporal las contrasta con la ficción de ser una tradición eterna.
Las tradiciones quieren presentarse como algo dado por un dios, algo natural o sobrenatural, sin embargo, bien sabemos que
toda tradición fue alguna vez inventada. Los nuevos cultos y mitos aparecen cuando ocurre alguna catástrofe o cuando así lo
requiere la economía de la colectividad, y se abandonan cuando ya no se tiene necesidad de ellos. Esto ha sucedido por causas
externas, debido al sometimiento militar y a la misión que se lleva a cabo en guerras religiosas, o bien en guerras internas
organizadas por los chamanes y los administradores del culto, y sucede hoy que las crisis y las catástrofes se advierten por
todas partes con mucho temor.
Una cultura étnica es siempre
endogámica y autoritaria. Es totalitaria también en el sentido de dictar todas las acciones y actividades de sus miembros
y de guiar sus conductas y sentimientos. Los hombres no alcanzan a convertirse en individuos autónomos, porque sólo existen
en función de ella, como parte de un rebaño. Con la fascinación o el terror que imponen sus mitos, sus ritos y su folclor,
la cultura étnica exige la sumisión a sus costumbres. Justamente la palabra etnia
quiere decir eso: costumbre; y la palabra ethos tiene sus raíces en los cultos
tribales de reproducción. Sin los elementos del culto religiosos o para-religioso, los movimientos étnicos carecen de sustancia.
Son formaciones sincréticas y, al mismo tiempo, son comunidades excesivamente sacrificiales que reclaman su origen en celebraciones
de culto. A esto se añade la ideología de la pureza, para la que “etnia pura” es sólo otro modo de decir “raza
pura”, o sea una construcción que recurre a la naturaleza – a la sangre y a l carne – para eliminar los
obstáculos y fomentar la disposición a exterminar todo aquello con lo que la comunidad no esté conforme. Cuando se rompe el
tabú del homicidio, ya no hay nada que lo pueda detener. O sea, cuanto una etnia acepta la pena de muerte para preservar su
cultura, la tradición se echa a andar como su instrumento más útil e inhumano. Con la limpieza étnica, o al menos con la ejecución
terrorista de la cultura étnica o religiosa, los movimientos étnicos generan, consciente o inconscientemente, la exclusión
de más y más seres humanos de la sociedad. Esta no es una solución a los problemas del capitalismo actual, sino que nada más
representa la otra cara de la medalla: una práctica de la exclusión que es tan destructiva como la que se desarrolla a través
de la acumulación y la reproducción ilimitada del capital.
Las comunidades fundamentalistas
étnicas y religiosas son tan totalitarias como los grupos sociales en los que el individuo sólo es un fragmento de un todo
supuestamente orgánico. No reconocen ni los derechos humanos ni los derechos individuales. El sujeto es el cuerpo de la etnia o de la comunidad religiosa, frente a la cual todos sus
miembros se encuentran en una relación de dependencia. Así se oponen a cualquier forma de universalismo en la que cada individuo
reconoce en cualquier otro individuo a un representante del mismo género humano.
Cada identidad específica
-- la propia palabra así lo señala -- excluye todo lo que no es idéntico. Es una forma de exclusión social. Se trata de un
antiguo mecanismo para determinar quién pertenece a una comunidad y quién no. Actualmente se invoca la pertenencia al grupo
por medio de la identidad colectiva. Los que son aceptados en la etnia deben convertirse completamente: aprender su lengua,
cultivar su religión, comer sus alimentos, fascinarse con sus cantos y bailes. Lo que alguna vez fueron razas y pueblos, hoy
se ha convertido en identidades étnicas. No importa que sean etnias o comunidades religiosas: las identidades colectivas no
reconocen ningún tipo de universalismo, trátese de una sociedad civil o de los derechos humanos. El primer derecho de todo
ser humano, o sea el de ser un individuo no idéntico, es rechazado desde el principio de la identidad colectiva. Con ella
regresan las comunidades y los clanes étnicos, incluida la horda arcaica. Este problema lo advirtió hace alrededor de 20 años
el sociólogo Michel Maffesoli en su libro sobre el deterioro del individualismo El
tiempo de las tribus. Maffesoli demostró cómo, desde el campo hasta las cantinas, la retribalización mundial es una tendencia
cotidiana.
El modelo de la etnización
mundial y de la formación de identidades colectivas es impuesto casi sin alteraciones también cuando se crean identidades
corporativas en los grandes consorcios económicos y en la propaganda para sus productos. Corporate
identity es el lema con el que se pega a los consumidores en su delirio por adquirir mercancías y a los empleados de los
grandes consorcios a la comunidad de los trabajadores de la empresa. Esto va mucho más allá de un simple logotipo. La corporate identity es un símbolo y es la ética de la identidad de determinadas relaciones humanas, definidas por
mercancías y por un lifestyle. Si el público adopta a la corporate identity, también adquirirá, sin la menor crítica, todos los productos de la empresa. Esto puede tener
supuestas buenas intenciones, como lo demuestra el gran número de prósperas organizaciones de amor al prójimo, o bien puede
conducir simplemente a pertenecer a algo, como por ejemplo ser admitido en la comunidad étnica de los amigos de un producto
adorado.
Los grupos étnicos o religiosos
que reclaman hoy en día su autonomía siguen este mismo modelo, quieren forzar a la gente que vive en su territorio a obedecer
su religión y a seguir sus costumbres. Pero frecuentemente las culturas también son invenciones impuestas por intereses cuyos
objetivos son ganar o mantener el poder de unos líderes o caudillos. En el caso de la charía,
el derecho islámico, los grupos fundamentalistas exigen el regreso a formas penales medievales que no corresponden a la sociedad
actual ni tampoco a un islam ilustrado que ya las había superado en otras épocas. La lapidación no es nada más que una pura
barbaridad, al igual que todos los actos penales que desmembran el cuerpo de un delincuente. El retorno de estas "costumbres"
muestra que sus defensores nada más están interesados en mantener su poder.
La autodeterminación de los
pueblos es la frase motriz con la que las etnias luchan por poder e influencia. Pero en realidad se trata de una regresión
que se remite a formas comunitarias que supuestamente tuvieron un desarrollo histórico. Cuando las sociedades democráticas
colapsan, es señal de que ha llegado su momento. Estructuras de clan, cacicazgos y la familia como unidad económica son sus
formas de organización. Estas parecen haber sido cortadas a la medida a partir de relaciones social-darwinistas en la economía
y la sociedad, donde las mafias y las bandas marcan la pauta. No es de extrañar que en épocas de crisis estas mafias y bandas
dominen el mundo sin ningún problema. Su energía psicológica la obtienen esencialmente del victimismo, una simulación patológica
de sacrificio con cuya ayuda, en forma estilizada, se ven a sí mismas como víctimas, y a partir de ahí extraen el derecho
de poder sacrificarse a sí mismas e igualmente a todos aquéllos que no pertenezcan a su comunidad.
Actualmente, la lucha por
la autonomía étnica o religiosa parece pertenecer también a la estrategia de algunos consorcios del mercado informal: el movimiento
étnico o religioso con su corporate shell como distintivo de determinadas empresas,
sus guerras como parte de las actividades económicas. Economía con medios distintos. A diferencia de lo que ocurre con la
democracia, los intereses de lucro capitalistas no son un obstáculo para la etnización mundial, por el contrario, el surgimiento
y el desarrollo de las identidades colectivas de los guerreros religiosos fundamentalistas resultan de gran utilidad, pues
contribuyen a la destrucción de la sociedad civil. “La política de la identidad”, dice Susan George en una entrevista,
“constituye una gran ventaja para la clase dominante, por ello los expertos de los grupos de trabajo la recomiendan
una y otra vez con especial énfasis. El apoyar a las personas que buscan su identidad histórica, política, religiosa, racial
o sexual evita que se ocupen en pensar en lo que podrían lograr si actuaran unidos. Así se bloquea la solidaridad. (…)
Parece completamente evidente que la política de la identidad es extremadamente útil para distraernos.” La búsqueda de la identidad, la llamada a defender los usos y las costumbres de una determinada cultura niega cualquier humanismo
universal así como los derechos universales que unen a los seres humanos.
Las empresas globales con
sus culturas empresariales, sus ritos, sus usos y sus costumbres para lograr la identificación de sus empleados y de sus consumidores
con la empresa trabajan de la mano con los buscadores de la identidad étnica y religiosa. La búsqueda de la identidad contradice
y obstaculiza la realización del humanismo universal en el cual cada individuo es protegido como individuo por una ley de
derechos humanos universales que garantizan su integridad como ser humano inconfundible, su derecho a la vida y, por supuesto,
el derecho que tiene cada quien a no ser discriminado.
|