lunes, julio 31, 2006

El retorno

Una de la mañana, comienzo a preparar mi entrada triunfal después de que el taxista baja la maleta de la cajuela, y yo busco las llaves. Pensé que no era prudente que pidiese a mi señora progenitora fuera por mí a la terminal, como toda hija conozco sus reacciones que suelen ser más predecibles que las mías, sé que habrá sermón y busco a toda costa evitarlo.
Entro sin molestarle el sueño, y su silencio significa que está molesta.

Día…

Todo parece más gris, despierto en la cama que no es mía, cubierta con la cobija amarilla vieja, evidencia simbólica de recuerdos sepultados que mi madre repite sin dejar morir su pasado “Esa la compró tu papá”.
Respiro el mismo aire, mi ausencia parece tan corta como incoherente a ésta rutina que no concuerda con mi anterior autismo de felicidad temporal.
Día de incertidumbre, los chismes carcomen en el trabajo, que si nos van a quitar horas, que si vamos a ganar menos, que si el jefe está de mal humor, que dos compañeros de trabajo renunciaron, que acaban de echar balazos en el llano, quesque el Gober quiso espantar a los maistros con polecías, que Lolis anda triste porque su ex marido la fue a asustar a su casa todo drogado, que un tipo fue a amenazar a mi jefa porque fue aval de una tipa que no pagó sus abonos chiquitos en “banco azteca”, y digo entre dientes -¡bola de usureros!…

En la tarde…

¿No merezco que me avises que estas bien en cuanto llegues?
Si, perdón, lo siento. –La noto violentada, más de lo normal y pienso que lo más probable es que haya descubierto mi engaño, preparo mi explicación si comienza con el discurso obligado de madre preocupada, preparo mi única justificación: “Probé la felicidad que jamás imaginé, no tengo más que decir”, mi hipótesis es refutada cuando pregunta:
¿Fuiste a ver a tu abuela?
No. -Respondo con ganas de que mamá no siga abundando en el tema, ella sabe de antemano que no me gusta dar explicaciones, y no es raro que no quiera hablar de ello, me siento más tranquila, pero insiste.
¿Y Luci, está trabajando?
Si. –Esta vez me digo que detesto las mentiras, que no sirvo para mentir y comienzo a ponerme nerviosa, mientras retaco mi boca de comida para evitar hablar.

No todo es tan horripiloso…

Mi cabello no está maltratado, Lolis dice que luzco ligeramente más delgada, que la cara me delata, y por eso digo que prefiero recordar cosas más gratas.
Iré a echarme unos mezcales o el alcohol que encuentre para ahuyentar el mal sabor de las noticias, ahora que recuerdo, tengo vino en el juguetero, Ana dice ¡ah qué proletaria! Y Lili justifica ¡por fin es quincena y día del orgasmo! ¡ay que celebrar!


Geisha

martes, julio 25, 2006

Rivales

Ayer descubrí que el abuelo todavía tiene sexualidad, a sus 72 años, aprecia la belleza femenina y reivindica su virilidad populacha y placera.
Como su nuevo refugio es mi cuarto, ya empieza a marcar territorio. Cuando llegó instaló una silla al lado de la cama, lo primero que amarró al espaldero fue un Cristo viejo, que dice, le ahuyenta los fantasmas y las almas en pena, pues me ha contado que en las últimas fechas le asustaron en su cuarto y amenazaron con darle el patatuz para llevárselo bien muertito, pero en cuanto les mostró el Cristo salvador los intrusos desaparecieron, supongo que es ahora el superman, el batman, o spiderman que le protege a toda hora.
Al lado de donde pernocta, tiene el bote de basura atiborrado de papel higiénico con pedazos vejez moquienta, en la silla que ha bautizado como intento de buró, también se encuentra su desodorante, el alcohol, el peine de su cabeza calva, su cartera atiborrada de lo que presume: su historia personal y las fotos que avalan sus recuerdos.
Frente a la cama hay un mueble que almacena la televisión, mi diminuta colección de pelis, la enciclopedias viejas, los álbumes de fotos; en la parte superior los marcos que enarbolan los buenos recuerdos y los peluches que siempre dejo en la caja donde me los han regalado, con una tirita de diurex mal pegada, el abuelo puso un póster extraído de alguna revista de chismes de artistas, que supongo hurtó de mi mamá, nada más y nada menos que de Alejandra Guzmán en una pose muy sexy, según ella pues, el detalle me causó tanta risa y ternura, que hasta escribirlo me cuesta porque me mata de la risa.
Un detalle que completa la expropiación del espacio, es que lo puso precisamente donde tengo enmarcado al artista de mis penares.
Me extrañaba que días atrás no me hubiera preguntado del cuadro, pero ahora noto su reacción, inconsciente o consciente de celos.
Un día antes de que me diera cuenta del detalle, tuve un sueño que como nunca, me mostraba el máximo esplendor mi complejo de Electra con mi señor padre-abuelo, supongo era presagio de mi rivalidad con la Guzmán. ¡Ja, ja, ja!


Geisha

lunes, julio 24, 2006

Retorno de la hija pródiga

Retorno al mi lugarcito querido, a mi cuadernillo de intimidades compartido con ustedes, después de recibir negativas, regaños sobre cobardía y la autoconmiseración, me puse a pensar sobre mi caso, fue necesario el descanso de mis ideas, de todo lo que ocurría en ese momento y como bien lo he aprendido, las tragedias ayudan para madurar un poco.
No dejé de escribir, está vez tomé una libretita pequeñita y anoté todo lo que se me venía a la mente, desde mis miedos, complejos, unos poemitas, una que otra chaquetita, y los deseos susurrados al oído de mi ladrón, con mis letras horripilosas.
Fueron días para toparme con Baudelaire, a quien leí en un oportuno momento…

La necedad, el yerro, la culpa, la codicia
ocupan nuestro espíritu, trabajan nuestro cuerpo
y como los mendigos se nutren de miseria
nosotros nos nutrimos de los remordimientos.

Nuestro pecado es terco, la contrición cobarde;
nos hacemos pagar muy bien los confesado,
y creyendo lavar con vil llanto las culpas,
nos volvemos alegres al camino del fango.


Lo tomé personal y me salió un santo chichón en la cabeza, que ayudó para sacar la pus de coraje acumulado.
Nos les daré el gusto de cerrar mi espacio ¡jo, jo, jo! Si, es cierto que uno se encariña, y tiene que aprender que las críticas no deben limitar o prohibir, solo proporcionar puntos de partida. Eso lo leí de Ezra Pound.
Hoy cumplo diez días de la ausencia en mi virtualidad. Suficiente tiempo para repensar, para darle una manita de gato al blog y escribir más tragicomedias mías, y tal vez de los que me rodean, es algo que definitivamente no podré dejar de hacer.
A quienes causé daños, pues bueno, tendrán su añorada excepción, ahora que me siento más libre, pienso que dieron demasiada importancia a un simple e insignificante escrito que alardeaba de mentiroso, dada mi natural tendencia a exagerar las cosas o ponerle un toque picaron.
A quienes me regañaron, a quienes fueron portadores de un sincero cumplido, a quienes se toman el tiempo de dejar un comentario, a quienes regularmente me recomiendan un amante, a quienes dicen que deje de hablar de los “hubieras del sexo”, a una que otra enemistad, a una que otra rival, a las personitas maravillosas que he conocido por este medio, ¡Estoy de regreso!

¡Qué vivan los tacones altos! Y las taloneadas literarias que pienso dar con ellos.
¡Qué vivan las camas que rechinan! Porque pienso hacer muchas veces el amor sobre ellas.
¡Qué vivan las palabras melosas! Porque ahora si las creo y sonrío como colegiala.
¡Qué vivan las cámaras fotográficas y mi tendencia al exhibicionismo! Que pienso desgastar mi cuerpo con el flash de mi desnudez.
¡Qué vivan las faldas cortas! Porque pienso abrir las piernas para que me vean el bikini (si es que traigo, ¿me das permiso mi vida?).
¡Qué viva mi nueva amiguis Lolita, porque será mi próxima victima! Porque es un culo de vieja (independientemente de su gran trasero) y tiene una vida increíble. ¡Ay amiguis disculpa pero no puedo evitar explotar tu historia! Je, je, je.
¡Qué vivan las vacaciones! Porque me fugo, pero no para siempre.
¡y por Baudelaire también, que chingaos!

Y dijera Myn con su porra de peggy ¡A la bio a la bao a la bin bom ba! ¡¡¡Por las penas, por los pleitos, por el abuelo, por las lloraderas, por esas personas que siempre me hacen escribir!!!
¡RA, RA, RA, RA! ¡griten conmigo Ra, Ra, Ra!

Geisha

viernes, julio 14, 2006

Rosita

Desde que vi la foto de Rosita me enamoré de su rostro, sentí esa empatía que uno suele tener por las personas que nunca conoces, que siempre ves, pero nunca te atreves a dirigirles la palabra. Me gustó su rostro porque de alguna manera la fantasía me envuelve y desearía ser ella, o por lo menos alguna de sus descendientes, que de manera simbólica (abusando de mi deseo y soberbia) me asumo como tal.
A veces largos ratos me quedo mirando la foto deteriorada por el tiempo y le encuentro una belleza infinita.
El viejo la recortó y casi me da un infarto cuando la vi en su cartera enmicada.
Se la he pedido prestada para mandarla a restaurar, él, aprovechando la oportunidad me ha mandado a hacer ampliaciones de las fotos de mi bisabuela y mi bisabuelo, eso ya no me agradó, pues compararlos con la chinita joven sería una aberración, arrugas contra un recuerdo joven de una mujer de 1930.


(No pude subir la imagen pero pueden verla por aqui:)

La historia comienza así…

Rosita fue el nombre con la que se autonombró al llegar a México, la esposa de uno de los comerciantes chinos que venían a administrar las propiedades de uno de los extranjeros que llegaron en las épocas de Porfirio Díaz, para construir las vías ferrocarrileras en todo el istmo de Tehuantepec.
La mujer extranjera tuvo la desgracia de tener un vientre inútil para su reproducción, deseaba ser madre, su deseo rebasó los celos y le dijo a su esposo: “consígueme un hijo”.
Supongo que fue más amor que calentura, Raymundo tomó a una sirvienta sana y hermosa para engendrar el deseo de la mujer que amaba.
Mis tías dicen que Aurora, la portadora del niño, (pero gestado en la ilusión de Rosita), vendió a un precio monetario al primer hijo de Raymundo.
La chinita, al tenerlo en sus brazos contempló la posibilidad de ser madre, pocos años duró su amor, cuando las malas lenguas envenenaron su estabilidad.
“Raymundo no te quiere a ti, quiere a la mamá del niño”.
Tal vez fueron tan repetitivos los cuchillazos de las palabras, tal vez había más infidelidades de su esposo, tal vez había problemas, pero en un arranque de ira, ella intentó huir con el pequeñuelo, Raymundo, exigió su derecho de paternidad, se percató de la huída y prefirió antes a su primogénito, que ha una madre que le arropase en su pecho deseado.
Rosita se fue del istmo, sin hijo, sin esposo, y sin ilusiones.

“Ella también es mi mami, porque por ella nací, ella me deseó, por ella estoy aquí”.
Dice el abuelo, y veo en sus ojos la nostalgia de un hijo al que le fue arrebatada toda una vida con su verdadera madre.

Geisha



Veneno, veneno, veneno… ese es el que arruina.

jueves, julio 13, 2006

Bolas

El abuelo se estaba muriendo en la porquería del abandono, mamá regresó a su tierra natal por la muerte de una de sus primas, después de cinco agonizantes años que tratasen de inyéctale vida por medio de la diálisis, finalmente murió.
Mamá dejó de enviarle dinero a su progenitor, a raíz de que meses atrás se enterara que el viejo rabo verde, tiene una hija de quince años. El senecto, notó el disgusto y en cuestión de semanas dejó de comer, enfermó de los oídos con la vil intención de dejarse morir y dejar de oír las críticas familiares que siempre le repiten que es un güevon mediocre.
Cuando su hija lo visitó, sintió que cargaría una gran culpa si su padre moría en semejantes condiciones, todo porque no tenía para pagar una consulta medica con el otorrinolaringólogo. Postergó su visita funeraria, para jalarlo a la vida, limpió el polvo de su habitación, lavó su baño pestilente de orines y sarro, le compró ropa nueva y junto con él, fue al mercado para pagar sus deudas de comida, finalmente lo llevó a un médico particular y le compró las medicinas para sanarlo.
Semanas después lo trajo a casa para que cambiara un poco la rutina y pudiera sanar más rápido y para ver la posibilidad de que sea operado de las cataratas que no le dejan ver.
Todos los días de manera intencional, me ve y pregunta, ¿eres wiri? (adjetivo que con el que me ha bautizado desde que llegó a casa) Yo le digo en voz alta porque tampoco escucha bien… Si abuelo, soy Liliana ¿quién más puede ser?... y me abofetea con su respuesta, implorando su operación de rayos laser, diciendo: “Es que estas chingadas cataratas apenas y me dejan ver, te veo, pero borroso…”. Me carcome la conciencia de ser egoísta y no poder darle el dinerito suficiente para la operación, que apenas y podría costear con mis ahorros, con menos de la mitad del costo en un hospital particular.
Como él, es principal testigo de mis desveladas, en las mañanas me ve acostada y me dice preocupado: Wiri, Wiri, ¿son las nueve, no vas a ir a trabajar?, así sea sábado o domingo, siempre hace la misma pregunta, yo entre despierta le digo con la boca babeada en sueño: No abuelo, hoy es sábado.
Él a veces se sienta en la cama, y se extraña de su actitud amable conmigo al poner su mano en mi cabeza, o cerrar las cortinas para que el sol no entre y me deje dormir.
Adoro esos detalles que pocas veces mi familia tiene conmigo, él abuelo a veces sin previo aviso me abraza, a nadie le he escuchado que le diga “mi amor”, es una frase que sólo lo he oído decirme a mi, o tal vez nunca he querido percibirla en alguien más, ni a su regordeta mujer, ni a mi propia madre.
A veces pienso que soy una egoísta al acaparar su atención, pero una tipa sin padre como yo, busca la figura paterna en alguien y yo la encontré con mi abuelo, que es una lindura, bueno, casi nadie opina eso de él, más que yo, mi mamá se la vive reclamándole su infancia despreciada, mis hermanos su mal genio, su mujer, su incapacidad para mantenerla; yo, no le reclamo nada, fui feliz el tiempo que viví con él, ahora lo comprendo, en su momento creía que no lo era, pero no me daba cuenta de que tenía cosas que nunca antes me habían regalado: atención paterna.
Cuando me regañaba era porque lo merecía, cuando espiaba las platicas por teléfono con mis noviecitos era porque se preocupaba; recuerdo cuando iba a firmar mis boletas porque mi mamá nunca lo hizo, o cuando iba a las juntas familiares, o cuando le pedía dinero para gastarlo en las maquinitas donde me vivía en las tardes, o cuando hacía los hot-cakes ponpochos, o el chocomilk sin azúcar que todos los días me preparaba antes de ir a la escuela.
Cuando era niña me compraba golosinas, muchas grasas para que según el “engordara”, pero solo bastó con que me regresara a mi mamá, para que me atiborrara de comida chatarra; los pellejos que tenía en mi cuerpecito diminuto, se convirtieron en grasa aleccionada para las bolas que me salieron por todos lados.

(Este fue un post que no terminé y no encuentro un final, así que lo dejaré reposar... supongo que no terminaré en un post con el abuelo).

Geisha

Eres...

¿Eres cierto o te vuelves realidad?
¿Eres virtual o te haces suspiros en mi respiración?

¿Eres el puente de palabras o la inagotable tinta?
¿Eres el papel que me arropa cuando duermo entre páginas o los diálogos interminables que me acarician?

¿Eres fantasía o el sueño sexual que alimenta a mi cuerpo en la penumbra?
¿Eres el cielo de vainilla o la salida del infierno en el que me ahogo?
¿Eres el alquimista poético o el minero que rompe las asperezas?
¿Eres lo buscado y lo ahora encontrado?


Por quien cada noche enseño y me enseña a desaprender lo no andado.
Geisha

lunes, julio 10, 2006

El chevrolet y el mercury

Estaba escuchando hablar a tu mamá y a Doña Licha que decían algo de ti. Dice el viejo con voz quedita e insistente con la mirada, después de entrar en confianza con el cafecito y las galletitas.
Dime la neta, pero la neta mi´ja. (Aunque para mi suele ser común que mi abuelo de 72 años hable en este lenguaje a otros puede serles gracioso, imaginen su cara imitando a un adolescente que pregunta curioso).
¿Tienes novio? La neta mi´ja. Suelto una gran carcajada.
No abuelo, no tengo novio. Contesto.
Él, no se traga el cuento y a su modo me suelta el sermón.
Porque tu mamá dice que lo que le molesta del cabrón con que andas, es que no te saca a pasear los domingos.
Y me pregunto en mis adentros ¿pos de qué cabrón hablaran? Tiene mucho que me no salgo con alguien, además de mucho tiempo que no tengo novio. El viejo prosigue con el discurso raro.
¡Ni que estuvieras tan pendeja! Con un gesto agrio enfatiza con las manos. No dejes que el cabrón te domine, ¡tú lo tienes que dominar! ¡Ni que tan Federal de caminos estuvieras!
Me enojo, y no tanto porque me haya dicho pendeja, sino por lo de “Federal”, hubiera preferido un “estas bonita” o “estas chula”, al distintivo de “ni tan fea”, osea, (¡uta! ya me salió lo fresa y vanidosa, que disculpen, me resisto a convertirme ¡ups!) quiere decir que soy un poquito fea ¡ja! Y de paso ¡pendeja! Bueno… lo de pendeja se lo paso, pues si no salgo los domingos es porque en mi pendejez no he encontrado a nadie que me invite a pasear, de perdis para que pague las palomitas y la entrada al cine.
No te dejes mi´ja, cuando un cabrón se quiera pasar, nada más dile esto: - me señala dos dedos en forma de uve- Dos carros te voy a menciona: ¡- ve- te -a- Che-vro-let- tu- Mer-cu-ry!
Abuelo y nieta nos atacamos de la risa, mi mamá nos ve extrañada, tiene mucho tiempo que no me ve reír de esa manera, y puedo asegurar que se siente incomoda y un tanto incapaz de poder lograr ese efecto conmigo y con su viejo padre.


Geisha

domingo, julio 09, 2006

Aunque me pidieses...

Estoy sola como siempre, sentada en los macetones, con cigarro en mano, una pierna arriba, los brazos atrás, Germán está a unos metros de mi, voltea y me queda viendo tratando de reconocer si soy o no soy, cuando es inevitable sentir su mirada alzo la mano para saludarlo y decide acercarse.

Su aspecto ha mejorado, trae una camisa de vestir, un pantalón negro y zapatos, pocas veces lo he visto así, ¿cuántos años han pasado? ¿Tres, cuatro, cinco? Cada vez que paso por el andador me recuerdo, nos recuerdo.
Una cinta sujetando mi cabello, el vestido teñido de rojo y negro, mis guaraches y mi bolsa de telar, una gorra en mis manos y mi boca pidiendo cooperación para el chelista.
Partituras en un atril sujetadas con pinzas para prensar ropa; él, no pasa del Suzuki II, toca a su manera, sin respetar correctamente los tiempos, su posición le hace enjutar la espalda, pisa con los dedos callosos la cuerdas mil veces desafinadas.
Jamás me dijo palabras bonitas, jamás un te quiero, jamás un te amo, jamás un quiero estar contigo, sólo tres días después de que nos conocimos me besó y susurró un “me gustas mucho” y sin más preguntó: ¿quieres ser mi novia?
Por él, conocí al Chefo un cantautor camionero, al Yayo un pintor cuyas pinceladas se hacen con una aguja e hilo, al Fredi un gordo con yiembe cantador, al fotógrafo de sangre dulce y siempre respetuoso que me llamaba “amiguita”.

Nunca le pedí que dejara de ser lo que era, un drogadicto sin remedio, un desmemoriado que me contaba cinco veces la misma historia en un día, un dejado que nunca me llamaba por teléfono, un alcohólico que ha menudo era golpeado en los bares, un cazador de gringas y mujeres que nunca recordaba, un incontable detenido por la policía municipal por encontrarle marihuana o estar tocando los yiembes hasta altas horas en la calle. Creo que por eso me gustaba.
Todos me decían lo mismo, “No debes andar con él”, pero me gustaba ver al mundo de otra manera, conocer a los viajeros interminables, a los indigentes jóvenes a quienes muchas veces les regalé comida, con tal de que me contasen sus aventuras, muchas veces mentiras, pocas veces verosímiles, pero siempre con la fascinación de lo que yo nunca podría hacer.
En esa época dejé de usar los sostenes con talla 32, su boca los hizo crecer, su cama era un buen refugio, sus manos recorrían mi entrepierna aún encima de los pantalones, ligeramente húmedos, tomaba mi rostro con sus manos pequeñas y con sus labios carnosos y oscuros por la quema de papel arroz, me enseñaban a conocer su boca.
El, conoció mi cama de niña, me abrazó en el sillón de la sala, lo guié hasta mi cuarto, me mostró su desnudez, y en la colcha roja mis manos exploraron su cuerpo corto, su espalda ancha; sus manos insistentes que no pudieron bajarme las bragas, no quiso obligarme, sabía que no era bueno robar un cielo que no merecía dejarse en su desmemoriada cabeza.
Nunca dijo palabras bonitas, pero lo mas amoroso que pudieron decir su boca de olor a hierba, sus venas piqueteadas, y su nariz polvorienta, fueron “aunque me pidieses, no te pienso dar nada, ni alcohol”*.

¡Hola! ¿Qué has hecho?

Saco el humo de mi boca y respondo desganada. -Nada, lo mismo de siempre.-
Tenemos una charla breve, le ofrezco el sorbo de mezcal que tomé unos minutos antes en una exposición de danza, él me ofrece café.

Un extranjero comienza a tocar una gaita frente a la iglesia de Santo Domingo, que está a nuestras espaldas, me quiero ir a casa, espero un rato más para escuchar el instrumento al que nunca he oído o visto tocar en vivo. Pienso en mi estúpido recuerdo infantil y caricaturesco de Anthony, Archi y Steve, tocando gaitas con faldas de cuadros rojos.
Su sonido retumba fuerte por todo el lugar, construye una atmósfera celta, me decido a despedirme de Germán, él me reitera su invitación para prestarme su instrumento e iniciarme en la música nuevamente, ya no tengo rastro de callos en los dedos, pero extraño mi poco talento en el violoncello.
Digo adiós, enciendo el último cigarro, camino nuevamente sola, jugueteando con mis dedos y escuchando la melodiosa gaita que se aleja conforme desaparezco del lugar.


Geisha
*Ahora pienso que fue un pinche egoísta, ja!

sábado, julio 08, 2006

Preguntas

¿Cuándo terminas?

Me pregunta el abuelo a las dos treinta de la mañana, después de casi dos semanas consecutivas de estar hasta altas horas frente a la computadora, mientras él todas la madrugadas se levanta al baño y de paso me repite otra pregunta clásica ¿hoy hasta a qué hora, a la una o las cuatro?

¿Hasta cuando terminas? Si es que terminas…
- Nunca abuelo, nunca voy a terminar.-
Le contesto con la certeza de que sea día o noche y mientras viva, tendré algo que pensar, algo que escribir, algo que sacar, alguna bilis que escupir, algún odio que manifestar, y aunque no sea profeta o juez, algún juicio ofensivo, inmoral u obsceno que contar en un cuento.
Soy de las personas que hablan poco, escuchan demasiado, enjuician con la mirada.
Hoy hablaban de política en el trabajo, no abrí la boca, hablaban también del “buen o mal” vestuario de las chicas graduadas, fue sorprendente como las viboreaban, tampoco hablé, aunque admito mi culpa, me reí de los comentarios caníbaléscos de las gordas envidiosas, contra los cuerpos de pluma de las flacuchas.
La pantalla de mi computadora, el teclado, el diario de 600 hojas, las libretitas donde anoto las dudas, los pendientes, algunas ideas para desarrollar, son mis instrumentos de expresión, desafortunadamente tienen la ventaja o la desventaja, de ser perdurables, no gozan de la efímera vida de la oralidad, y no me queda más que defender, sostener o refutar algún equivoco, de lo que digo. Eso es lo más difícil, y más cuando creía que no había muchas respuestas a lo escrito.

El abuelo se acerca donde estoy sentada, y con una seña en su mano hace simulando un monche de billetes.

-Ojala te encuentres un platudo, para que dejes de trabajar.- Dice mientras apenas lo miro y él regresa a la cama para retornar al sueño.

No abuelo (dice mi respuesta interna), estar en estos momentos frente a la computadora no es un trabajo, es un placer que me doy a mi misma, es un desfogue, es parte de mi modus vivendi.
Si no escribo hablaré más, tendré que conversar con gente con la que no quiero hablar, dar juicios globales y ligeros antes de que los razone, es andar viboreando mis carencias con la gente que goza de lo que yo no tengo, es andar repitiendo muchas veces como perico lo que me pasa, y no me gusta repetir muchas veces mi historia.
Si escribo menos, lloro más, no tolero las uñas largas, mi piel muta, mis ideas son menos claras y mi cabeza se atrofia con efectos retardados, tal vez si no escribiera mi hermana no viviría, le hubiera cortado el cuello; si no escribiera mis malos momentos no se hubieran convertido en reflexiones que me hacen aprender, si no escribiera ahora no tendría problemas, y enemistades.

En México el periodismo es la uno de los oficios más riesgosos, que incluso los países que están en guerra. Y aunque no soy periodista ni me interesa serlo, aún en el Internet soy un vaso comunicante, que inevitablemente no puede dejar de hacer o decir lo que me plazca. ¿Son tan importantes las palabras y las ideas como para que representen un peligro de quien las dice?

En conclusión, NO me lean, en algún momento me hubiera gustado serlo, pero me llegué a sentir tan cómoda creyendo que solo unos pocos lo hacían, que preferí ese grupo selecto, a la masificada opinión de muchos que dicen de más, sin comunicar nada.

¿Abuelo me abrazas antes de dormir? Tengo miedo del moustro debajo de la cama.


Geisha

lunes, julio 03, 2006

Encanizadas ausencias

No tengo modales en casa, ni cuando estoy sola, ni cuando todos duermen en la noche, revelo mi cuerpo en imágenes que me constituyen desnuda, descomponen mi ropa, la desatan la eliminan para escarchar la dermis. Me siento en una silla, subo las piernas y hago una uve, me gusta mi cuerpo, una mano baja, no la coordino, no estoy en la cama, no puedo recargar el cuerpo para hacerlo rápido, esta vez tiene que ser lento.
Una palabra, un cumplido, un deseo desbordado me arropa, me acaricia y me dice “Bella”.
Encarnizada es la ausencia, mentirosa mi mano, escurrido silencio de mi sexo. Mi rostro se revela, se manifiesta en el infante signo del acné, ¡maldita distancia!
Redondez acentuada, límite de mis senos, erección de mis pezones, dunas en mis caderas, promiscuas ilusiones que me hacen fornicar en letras.
Mis piernas son su camino, son caudal de un miembro que amenaza con morir firme dentro de mi vientre.
Vaivén solitario, deja de moverme para cerrar los ojos y acariciar dedos con los labios de mi boca.
Aroma de sexo insaciado; vertiginoso contraste de soledad y comunión entre los sueños de un hombre en mi cama.
Me monto entre su caudal de aspiraciones, en el tumulto de mi amenaza orgásmica, contraigo mi útero, gemidos chocan las paredes de lo imaginario, de la intimidad enclaustrada, de los viajeros ansiosos, de los que se verán por primera vez, como los amantes no conocidos, producto de las contradicciones no reveladas.

Mientras tanto seguiremos fornincando en palabras.
Geisha

sábado, julio 01, 2006

El cuarto, mi cuarto

Por el cine aprendí que también se puede conocer a las personas por el lugar donde viven, en mi caso, quien se aloje en mi alcoba, puede revisar y esculcar con toda libertad mis cosas (aunque no me agrade tanto la idea), pues no escondo nada bajo llave.
En nuestro cuarto guardamos nuestra historia personal, revela gran parte de los que somos, y es la representación simbólica o la maqueta de nuestra vida actual.
En mi caso me agrada tener un amplio espacio libre, entre menos cosas tenga, mejor, dentro de mi recamara hay siete muebles donde se almacena la ropa, libros, zapatos, papeles, televisión, pinturas y demás secretillos evidentes.
El primer mueble situado en la entrada, es el tocador donde se almacenan las “bragas”(por no decir calzoncitos), los sostenes, calcetines y la ropa de diario, luego el buró donde guardo los zapatos, y algunas de las zapatillas en sus cajas originales, me gusta cuidarlas y con justa razón, pues no valen dos pesos.
Estos dos muebles, son donde guardo las cosas de necesidad básica, el tercero es el librero, que he rescatado del abandono, donde mi hermana arrumbó sus textos de derecho, y mi mamá los de contabilidad, también tengo unas enciclopedias viejas que incontables veces me han sacado de apuros y unos que otros libritos míos que he ido comprando, pero que muchas veces he comenzado y nunca termino.
Valoro tanto los papeles que contengan información, que hasta conservo las libretas de la universidad. Aquí también se alberga el diario que he abandonado desde que escribo en Internet, este gran libro de actas, con más de trescientas páginas escritas, guarda mi intimidad en los últimos años, lo hice pensando que sería leído, aunque limitado a ciertas personas, en múltiples ocasiones de mi desvergüenza y exhibicionismo, lo he compartido con mis amigas y un cuatito, a quien incluso, le permití que escribiera algo.
No dudo que alguna vez mi hermano, que viene a visitarnos cada vez que la luna eclipsa el sol, lo haya leído, además que en mi inicios de fumadora sacó mis cigarros y quiso persuadirme de no hacerlo, pero como viles cómplices que somos, terminamos fumando juntos en un café, él quejándose de su mujer, y yo acusando a mi hermana de lo loca que está, nuestra conclusión fue que era necesario mandarlas a terapia o algo así… inches neuróticas.
Otra de mis grandes glorias en este librero, son dos cuadernillos empastados que considero como mis “hijos”, pues son estudios fotográficos que hice en la escuela, uno es un autorretrato y otro sobre la vida marital de mi mamá, y aunque no son algo magistral, los valoro muchísimo, pues fueron las cosas que más me gustaron hacer en la universidad.
En la parte superior tengo unas artesanías, una de ellas hecha en papel periódico y pintada en acuarela por un hippiteca que me la intercambió por una radio viejo, unas latas de atún y una gelatina, este, viajaba en bicicleta sin ningún quinto por toda la república; recuerdo que una vez caminaba con él en la noche, y me invitó a comer con unos teporochos las sobras de tortillas y guacamole que les habían regalado un taquero del mercado, yo por mi parte solamente los vi, no tenía hambre, y no pretendía quitarles el pan que por fortuna tengo en casa.
Pero ya me desvié de tema, estaba en el librero… casi en el un rincón está el mueble de la tele, a un costado de ella hay un archivero pequeñito de tres cajones, donde guardo algunas cosas curiosas, en el primer cajón están los cigarros y los cerillos (¿he dicho que me gusta encender los tabacos con cerillos? Aunque el aire apague la flama), en el segundo, una toalla sanitaria tapa una lata de faros, donde tengo la manía de conservar algunos boletos del cine y de mis últimos viajes, más abajito están escondidos los condones, uno de fresa, chocolate y otro normal, en el tercero tengo una que otra credencial vieja y la de blockbuster (¿he mencionado que me choca cargar cartera con credenciales y todo?), y una paquetito de papel arroz que nunca me he terminado. Como es un mueble que ocupa bastante espacio, ahí guardo mi diminuta colección de películas mexicanas, algunas originales, otras piratonas, que mi hermana sin consideración alguna toma prestadas sin avisarme, creo que esas si las pondré bajo llave. El mueble, tiene también un lugarcito donde escondo la botella de vino que hace una semana compré y solamente consumo cuando no hay nadie en casa.
En la parte superior están unos portarretratos, en el más mono está una foto con una de mis primuchis con la que me escapé a Acapulco, en la otra estoy con mamá Chofi, y en un tercero una mala fotografía de mis años mozos con el chelo.
En contra esquina esta mi cama, una matrimonial, donde bien podemos caber dos, jo, jo, jo… luego la mesa de la compu y el mejor de todos los muebles… el ropero viejo, todavía conservo uno de esas reliquias de abuelita, que tienen espejos en la puerta y una herradura de llaves viejas, este sirve solo para colgar la ropa, y no puedo deshacerme de él, pues me encantan sus espejos, testigos de mi desfloración y valorados por ayudar a verme desnuda mientras estoy encima de un male.
Este ropero es otro de los lugares donde oculto cosillas, arriba está el viejo estuche del violín, donde escondo las pastillas anticonceptivas, que para serles sincera me choca, me choca, tomar. En uno de los cajones, están envueltas las dos copas de cristal, que uso para tomar el vino, todas estas cosillas, y muchas más contienen historias que puedo recordar como alguien que añora la felicidad de la infancia… ¡ay que sentimental! Ahora que recuerdo, no me gustó mi infancia, pero algo tenía que decir y justificar este buen humor que me invade después de no dormir la noche anterior.


Geisha