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viernes, 24 de septiembre de 2010

El Hombre Sagitario

El inconformista

El hombre sagitario es el libertario del zodíaco. Extremista del libre albedrío, nadie vive más a tope que él. Siempre agitando los códigos y costumbres existentes, traspasa los límites y triunfa en lo que acomete gracias a que corre grandes riesgos. Como es un personaje tan expansivo, encarna el sentido del abandono, libera las situaciones de los frenos impuestos por la estrechez de miras, establece nuevos criterios y marca el comienzo de un nuevo orden. Como corresponde, puede tener una actitud y comportamiento exagerados. Es el testimonio viviente del adagio: “Piensa a lo grande y vive a lo grande”. En efecto, Sagitario es un ciudadano nato del mundo –que es su refugio- y aborda todas las experiencias con una exuberancia fácil, cuando no con directo sentido de exaltación. Su estilo de vida puede parecer temerario, pero lo que otros califican de “descontrolado” para él a menudo es un estado natural en el que se siente perfectamente tranquilo. En cambio, son las situaciones estáticas las que lo sacan de quicio. En el amor es terriblemente romántico y efusivo, demuestra sus emociones de manera notable y sus manifestaciones de afecto muchas veces son exageradas. Le atraen físicamente las mujeres diez y, a diferencia de la mayoría de los hombres, no se acobarda al insinuarse a semejantes amazonas del glamour. Sagitario rezuma una energía indómita, un encanto renegado que, junto con su típico físico robusto, lo convierten en un ídolo muy codiciado. En una pareja, busca una compañera de juegos que comparta su visión optimista de la vida como una gran aventura. Con los hombres, juega fuerte, y sólo sienta cabeza con un amante que tenga una pinta impresionante, personalidad y mente abierta.

Cuerpo y alma

Como nos dirá cualquiera que conozca íntimamente a un hombre Sagitario, la palabra “no puedo” simplemente no está en su vocabulario. Perpetuamente perdido en la fantasía de la vida, debe ser uno de los hombres más aventureros de la rueda astrológica. Es un arriesgado, una predisposición que tiene como consecuencia grandes beneficios personales o la llegada de un peligro auténtico. De todos los atributos de la Novena Casa, es el del “crecimiento a través de la experiencia” el que se manifiesta más claramente en el varón arquero: está destinado a lanzarse entero al mundo para adquirir los conocimientos que emocionan y la exaltación que producen. Sus aventuras son, sobre todo, reales, y Sagitario aprende el alcance de su propia capacidad humana a través del paracaidismo, el alpinismo y todo tipo de deportes y actividades extremos. Otros se embarcan en viajes a la conciencia, en los que este prodigio con su tercer ojo de capacidad reparadora se gradúa en un chamanismo hecho y derecho que procura mantener destellos de iluminación en busca de una visión durante toda su vida. Del mismo modo que el arquetipo de sagitario, Zeus, está dotado del poder del rayo que ilumina y le pasa el testigo a su propia reencarnación, su hijo Dioniso, también vemos que el poder personal de Sagitario surge de iluminar su propia condición: la libertad de lanzarse a la vida como si fuera un viaje fantástico. En la literatura, el alma sagitariana está personificada por personajes dionisíacos tan sobrenaturales como Heathcliff, Tom Jones o Huckleberry Finn, cuyo autor, con el seudónimo de Mark Twain (“una marca entre dos polos”, en inglés), ilustra perfectamente la perspectiva terciaria, de tercer ojo, de su signo. Y es a través de esa expresión de su lado salvaje, de su sentido de la aventura y la complacencia, como estos personajes consiguen, paradójicamente, una redención social. Esta cualidad resulta evidente en sagitarios auténticos e imaginativos como William Blake, Jonathan Swift, C. S. Lewis, Walt Disney y Steven Spielberg, así como en aquellos que recurrieron a las drogas en busca de visiones chamánicas de éxtasis –Jim Morrison, Jimi Hendrix, Keith Richards, Richard Pryor, Billy Idol, Greg Allman, Dennis Wilson-, todos ellos hombres que, discutiblemente, conectaron a través de la desconexión. De una manera u otra, el varón Sagitario exige liberación. Por suerte, la mayoría la busca en la reacción química que produce el esfuerzo o la emoción extremos más que en las sustancias. Los sueños también brindan el mismo traslado alquímico: recordemos que para el sagitario la vida “es” sueño. Estar naturalmente colocado, incluso con lo que las endorfinas ofrecen, contribuye, y en realidad corresponde, a la expansión del varón Sagitario y a su característica sensación de inmortalidad. A menudo se señalan los pocos hombres Sagitario hechos a sí mismos que hay; mientras el resto de nosotros se devana los sesos con el asunto, él anda por ahí perdido en sus ensueños audaces. De igual forma, cuando se digna a hacer las apariciones sociales obligadas, lo hace con expresión distante y ausente. Como consecuencia, frecuentemente lo tildan de tímido o altanero; pero no se trata exactamente de ninguna de las dos cosas, sino más bien de una combinación de ambas. Lo que desea es que no le pongan trabas, e incluso en medio de una multitud suele evitar el contacto visual farfullando alguna excusa o demostrando una falta de entusiasmo total si se le acerca cualquier desconocido que quiere charlar de trivialidades. Es, en una palabra, aprensivo. Se trata de alguien que rara vez se mezcla con los demás y prefiere retirarse a un rincón espacioso en el que apalancarse cómodamente o quedarse apoyado contra una pared para mantenerse lo más lejos posible, pero sin dejar de observar lo que pasa. Sin duda exhala un aire de superioridad, intencionado o no; por lo general, se planta con la cabeza y los hombros por encima de los demás. Aunque no sea alto, pone de manifiesto cierta grandeza en algunos aspectos: como una cabeza enorme, brazos y piernas gruesos, un pecho protuberante y autoritario u otras partes enormes de su anatomía.

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