viernes, 29 de octubre de 2010

Entre un astronauta y un vaquero en calzoncillos

Los niños índigo, como Simón, son aquellos que la corriente de la Nueva Era define con características de constructores, humanistas e investigadores.
Simón es travieso y tierno: todo el tiempo está jugando, haciendo maromas y riéndose. Sebastián es más investigador y curioso, le gusta el deporte, pintar y hacer experimentos. Estos dos hermanos son “niños índigo”. Su madre lo sabe y por eso ha buscado ayuda para guiarse en su educación. Última entrega de este reportaje.


Por María Clara Jaramillo Muñoz
bitacora@eafit.edu.co

Al abrir la puerta me recibió un vaquero con barba irregular y en calzoncillos. A duras penas me llegaba al ombligo (medía un poco más de medio metro), iba descalzo y entonces se bajó de su caballo: “¿Qué es eso?”, me preguntó, refiriéndose a un recipiente que llevaba con brownies. “Yo chero de eso”, dijo mostrando sus pequeños y escasos dientes.

Simón Cano es un alegre niño de tres años. Le gusta estar ligero de ropas pues no soporta mucho el calor, tiene el pelo liso y castaño y una sonrisa que no se quita de encima. Es tremendamente conversador, aunque poco se le entienda de todo lo que dice. Y claro, la barba es pintada con lápiz de ojos.

“Yo tengo algo que ningún médico puede ver y no se puede cortar, o de pronto con un machete”, dice Sebastián sobre uno de sus experimentos.
Son las dos de la tarde y mientras espero a Gloria Rocío Arcila, su mamá, en la sala del apartamento, ubicado en el municipio de Envigado sobre la avenida El Poblado, el pequeño se mueve de un lado para otro, ahora montado en un monopatín. Balbucea algo incomprensible y luego dice, enseñándome la llanta delantera: “Yo la laé; la laé mañana”.

Al final del corredor, al frente de la sala decorada con motivos africanos, se escucha algo. Haciendo énfasis en las “eres”, dice una voz infantil: “Vino María Clara”. A diferencia de la de Simón, esta voz suena perfecta. En esas llega su mamá.

La madre de los niños no les deja ver casi televisión,
prefiere que estén jugando o pintando.
Es conversadora y alegre, igual que Simón, pero en su aspecto físico se parece más a Sebastián, su otro hijo. Tiene seis años, ojos celestes y melena rubia como su madre. Sebastián también tiene su caballo de juguete para cabalgar, pero prefiere ir de sudadera y camiseta.

Se desparrama en un sofá mientras Gloria saluda amablemente, vestida de flores. Al presentar a Sebastián, ella dice:

- Le encantan los deportes extremos. Cuéntale qué te gusta...

- Me gusta montar en bicicleta, patinar, biciclós, motocross, la piscina, nadar, montar a caballo; yo monto así: trun, trun, trun, corriendo rápido. Me gusta montar en moto, ya casi manejo la de mi mamá, cuando tenga siete…

- Le gusta todo lo que termine en cross. Goza haciendo de todo. Lo único que no le gusta es escribir –explica la madre.

Interés por el conocimiento
Simón y Sebastián son alegres, inteligentes, respetuosos y curiosos, educados con libertad para ser, pero con normas que deben respetar.

“Cuando sea grande voy a estudiar para hacer un cohete porque nadie estudia para eso. Voy a ser un astronauta, ir a la Luna. En la Luna no hay nada, pero es para conocerla. Y conocer a todos los planetas y colores, y al Sol que es el más más grande de todos lo planetas. Pero hay un planeta que es más grande que el Sol, pero no sé cómo se llama”, cuenta Sebastián apasionadamente.

“Todo, todo lo de la casa lo desbarata y lo vuelve a armar, yo creo que va a ser ingeniero. Y tiene unas orejas ¡jum! Que parecen radares. Puede estar en la otra habitación y estamos hablando pasitico y escucha todo”, dice su mamá abriendo los ojazos.

Su sensibilidad
De repente una vara de bambú cae al piso; es Simón que está haciendo una “casita e tito” (casita de perrito para nosotros). Había traído una sábana y saltaba eufórico para que la mamá se la pusiera de techo. Ya lista, corrió por un cojín para acostarse dentro. “Así se la pasan, haciendo casitas de perro”, cuenta Gloria.

Ahora Simón ha dejado la casita e tito y me cuenta que no es un caballo en lo que monta: “Tonunononi”. Gloria me mira sin comprender y es cuando Sebastián, el único que le entiende bien, explica: “Que esto es un pony”. Entonces salen corriendo por todo el apartamento haciendo ruidos de cabalgata.

Los juegos de los dos hermanos índigo
son inocentes, sin violencia.
Minutos después aparece el menor con el pelo mojado, peinado con un copete de lado. “¿Usted por qué está así?”, le pregunta la mamá sorprendida. Y de la habitación de sus padres se oye a su hermano que grita: “Yo lo peiné mami pa` que se vea bien bacano en ese caballo”.

Los hermanitos duermen en la misma habitación, pero en camas separadas, con tendidos de animales. La puerta está cubierta casi que por completo por calcomanías, dibujos y fotografías, donde resalta una en la que está Sebastián abrazado con una niña.

“Es mi novia… no me acuerdo cómo se llama, es que ya no la veo porque se pasó de casa, vivía allí”, comenta mientras señala por la ventana unas casas a lo lejos. Los dibujos son dos; uno se entiende que es un tiburón exhibiendo sus dientes y el otro un montón de rayas confusas: “Este es un bus que se chocó”.

Amor familiar
Sebastián es un buen hermano mayor; cuida a Simón, juega con él, le hace peinados y lo regaña sin ser grosero cuando hace algo indebido: “Simón, no se meta el dedo a la nariz que se aporrea”, o “no coja las espinas que se puede lastimar y le sale sangre, y yo no quiero que se chuce”.


Como característica principal de niño índigo, Sebastián es muy curioso. Se nota fácil si se le presta atención unos minutos: observa, oye, busca, explora y hace experimentos.
Y juegan la mayor parte del día. Estudian en el Colombo Británico. Gloria Rocío cuenta que a Sebastián, que está en transición, “a veces le va bien, a veces mal. Lo que pasa es que es muy difícil que se interese cuando le imponen algo que no le gusta. Hay que saber llevarlo para que no le coja pereza y es difícil, pero con buenos maestros que le enseñen, por ejemplo por medio de juegos, logran captar su atención”.

Es lo que ella hace en casa para que ensaye la lectura y escritura. Le lleva ejercicios que son juegos y así ni se da cuenta que está estudiando “porque si le digo que es una tarea o es para estudiar, no lo hace”.

En un libro hay unas imágenes de cerditos, cada uno con su nombre al lado. Gloria los señala uno por uno para que él vaya diciendo los nombres: “Susi, Leo, Mapi, Bruno”, va repitiendo. Le digo que ya sabe leer, y responde: “Como yo ya conozco a estos muñecos…”

Mientras el mayor estudia, el otro hace maromas en una silla del comedor, y se le cuelga a la mamá del cuello, la cabeza, la espalda. La despeina, le da besos, le dice que la quiere hasta las estrellas, hasta el Sol.

Llega la hora de partir. Sebastián está concentrado en su libro poniéndoles nombres a los animales y de despedida me enseña a dibujar un cerdo. Simón me sonríe y me estampa un beso en la mejilla, mientras en un segundo, sin entender cómo, se trepa y cuelga de mi cuello, y tengo que agacharme para que vuelva al suelo y siga cabalgando.

5 comentarios:

  1. a simon le gusta hacer bolita asi en calzoncillos

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  2. post dat atte :fer ferrari guerra flores....

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  3. ES MUY TIERNO SIMON Y ESO ES NORMAL EN TODO NIÑO.

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  4. a simon le gustaria hacerme bolita en calzocillos ami en calzoncillos arriba de mi boca arriba aplastanto mis partes privadas asi super rico a escondidas jugando el y yo los dos solos?

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  5. hey hola que tal muy buenos dias soy yo hacia mucho tiempo que no venia por aqui, bueno como esta todo por aqui espero que super bien, bueno quiero comentarles que el dia de mañana cumplo años

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