viernes, 19 de noviembre de 2010

Sin rastro, sólo lágrimas e incertidumbre

Estas son las tres madres que buscan a sus hijas que fueron desaparecidas por miembros de la Policía: (de izquierda a derecha) Blanca García, mamá de Laura; Beatriz Saldarriaga, de Jennifer, y Amparo Mina, de Yudi. / Foto Luis Echeverri Urrea

Hace más de 17 meses, tres jovencitas del municipio de La Estrella (Antioquia) salieron de sus casas y jamás regresaron. Iban acompañadas por un presunto delincuente y fueron desaparecidas por órdenes del entonces comandante de la Policía de Itagüí. Hasta ahora, sólo uno de los implicados ha sido condenado a 28 años de cárcel. Este reportaje reconstruye en detalle esa historia.

Por Carolina Ospina Foronda
cospinaf@eafit.edu.co

El fiscal leía, mientras el llanto de tres madres retumbaba en la sala donde no cabía una persona más. El piso 18 del Palacio de Justicia de Medellín estaba atiborrado de periodistas en la mañana del 18 de julio de 2009. Tres jovencitas, dos de ellas menores de edad, habían desaparecido mes y medio atrás, y cuatro policías adscritos a la Estación Itagüí estaban vinculados al proceso penal que se había iniciado por este caso.

Luego de la legalización de las capturas y la tipificación de los delitos, en el juzgado se escuchó el posible paradero de las jóvenes y de un delincuente conocido con el alias de “28”: “Semanas después de las reuniones en la casa de Moncada, le pregunté a mi mayor Manrique por las femeninas y me dijo que a esas viejas y a ‘28’ los habían picado y los habían botado al río Cauca”.

Así decía el testimonio escrito del teniente Juan Gabriel Herrera, quien hacía parte del mismo comando que los implicados y quien fue cobijado con medida de protección a testigos.

Esta declaración se convirtió en la principal prueba de la Fiscalía para que cuatro policías fueran llevados a la Cárcel Nacional Bellavista con cargos imputados de desaparición forzada agravada, concierto para delinquir agravado y hurto calificado y agravado.

Una situación confusa. En medio de la confrontación entre bandas delincuenciales por el control del microtráfico de droga en la ciudad, que en 2010 ha dejado más de 1.500 muertos en Medellín, miembros de la Policía Metropolitana estaban presuntamente involucrados en ayudar a delincuentes.

Las bandas de La Unión y La Raya se enfrentaban en Itagüí (sur del Valle de Aburrá), mientras el mayor Luis Augusto Manrique, comandante de la Policía de ese municipio, era acusado de ponerse del lado de uno de los bandos criminales.

“A veces pienso que las vendieron”
Luego de la audiencia en la que conoció a los presuntos implicados en el crimen de su hija Jennifer Puerta, Beatriz Saldarriaga dejó de ir por cuatro meses a su negocio de alquiler de vestidos de fiesta. A su esposo, Albeiro Puerta, también le cambió la vida.

“Le digo mucho al Señor: si a mi niña me la mataron, muéstrenos la fosa; y si está viva, tráigamela en sus hombros, pero tráigamela”, dice doña Beatriz.

Pasaron 10 meses antes de que la familia Puerta Saldarriaga decidiera cambiar su domicilio. Ellos vivían en La Estrella al momento de la desaparición de Jennifer. Los días pasaban, de la joven no se sabía nada, y don Albeiro se refugiaba en la habitación vacía de su hija a llorar su desventura.

“Estuvimos a punto de dejarnos luego de 25 años de matrimonio. Recién pasó la desaparición de Jennifer, mi esposo intentó matarnos dos veces en el carro. A mí me daba miedo montarme cuando él manejaba porque decía que no merecíamos vivir sin la niña y empezaba a mover la cabrilla bruscamente. Hasta que le dije que jamás me volvería a subir en ese carro, que se matara él”, explica Beatriz, a la que a veces se le quiebran los ojos, nunca la voz.

Pero en Caldas, localidad vecina donde ella tiene un negocio hace 17 años, el matrimonio encontró la solución. Hace algunos años, un padre desesperado se tiró a las vías del Metro con sus dos hijos. La madre de esa familia, luego de su tragedia, decidió estudiar psicología y después de enterarse de la situación de la señora Saldarriaga la buscó y le ayudó a salvar su matrimonio.

“Mi corazón me dice que Jennifer está viva. A veces pienso que las vendieron a una organización de trata de blancas o a la guerrilla. El abogado nos dijo que nuestras hijas fueron vendidas en 600 millones de pesos; eso fue lo que le dieron al mayor. Yo sueño mucho con Jennifer y la última vez se me apareció en la ventana y me saludó. Yo le dije:

- Jennifer: ¿usted qué está haciendo aquí?

- Vengo caminando desde Itagüí –me respondió.

Entonces le abrí la puerta, nos abrazamos y desperté. Hay mucha familia que la ha visto vestida de guerrillera en sueños”, cuenta doña Beatriz.

Si se hubiera subido a la moto, se hubiera salvado
Jennifer se graduó de bachiller en 2008. Con 18 años cumplidos el 20 de mayo de 2009, administraba el negocio que tenía su padre e iba a estudiar inglés el segundo semestre de ese año: el martes 26 de mayo le había llevado la cotización del curso a su mamá. El viernes 29 de mayo, desapareció.

Ese día, Jennifer llamó a su mamá alrededor de la 1 de la tarde. Luego, en otra llamada, las dos se pusieron de acuerdo para asistir a la ceremonia de Pentecostés esa noche. A las 3 de la tarde fue la última vez que Beatriz habló con Jennifer.

Desde ahí, la madre reconstruyó los pasos de su hija a través de sus propias averiguaciones.

Vanessa, una amiga que Jennifer conocía desde el colegio, dijo que llamó al citófono de la familia Puerta Saldarriaga e invitó a Jennifer a comprar un cuido al parque de La Estrella. También planearon ir a comprar malta con un paquete de papas fritas. Salieron de la casa con esos planes en mente.

Pero la suerte de Jennifer cambió cuando se encontró cerca de su casa con Andrés, otro amigo. Lo que pasó, se supo porque el joven visitó a doña Beatriz tres días después de la desaparición.

El muchacho explicó que estaba conversando con Jennifer (ya Vanessa se había despedido), y que, en ese instante, de los lados del parque bajó el carro de Diego Alejandro Mejía Parra, alias “28”, en el que iban tres jóvenes. Una motocicleta los seguía.

Mejía Parra detuvo su Mazda 6 blindado, saludó a Andrés (quien fue cuñado de su hermana) y lo invitó a un partido de fútbol en el vecino municipio de Sabaneta. Él no aceptó.

Alias “28” miró a Jennifer y le preguntó al muchacho que si la joven no se iba con él para el partido. Andrés le dijo que era mejor que le preguntara a ella.

El joven le aseguró a doña Beatriz, y luego a la Fiscalía, que no conocía los antecedentes penales de Mejía Parra porque si los hubiera conocido le habría advertido a Jennifer del peligro.

Para el momento de su desaparición, Diego Mejía, alias “28”, era señalado de ser uno de los cabecillas de la banda La Unión, grupo delincuencial que opera en el municipio de Itagüí.

En su diálogo en la calle, “28” invitó a Jennifer al partido y luego ella le preguntó a Andrés si era buena idea aceptar. “Decida usted”, le respondió. Ella se montó en el carro con la promesa de que volvería pronto.

A una de las jovencitas que iban en el Mazda, llamada Leidy, la bajaron del vehículo y la acomodaron como parrillera en la moto que los seguía.

Jennifer se sentó al lado de Laura Cristina Echeverry García y de Yudi Alejandra Castillo Mira, ambas de 17 años, a quienes conocía sólo de vista. A las tres cuadras, en los alrededores del Motel Motivos, una patrulla de la Policía interceptó el carro.

Doña Beatriz, con un metro de costura al cuello y mucha nostalgia, recuerda: “Los investigadores me contaron que cuando Michael, el muchacho que seguía a ‘28’ en la moto vio el retén de la Policía, dio la vuelta y la muchacha se salvó. Si Jennifer se hubiera ido en la moto, se hubiera salvado”.

Esta eucaristía por las jóvenes desaparecidas se celebró en julio de 2009 en la Basílica Menor de La Estrella, municipio donde residían. / Foto Luis Echeverri Urrea

Como el primer día
La alegría de Blanca García y de su familia desapareció. Luego de la pérdida de su hija Laura Echeverry, la madre optó por olvidarse de las celebraciones.

Cristian, el hermano mayor de Yudi Alejandra Castillo, prefiere el silencio. Dice que el dolor de su madre y el suyo son indescriptibles y que sólo la privacidad de su familia lo puede aliviar un poco. Se reserva su testimonio, a diferencia de doña Blanca, quien habla para que el caso de su hija no se olvide.

“Hoy estamos como el primer día. En nada nos ha colaborado la Policía y nadie. Estamos iguales, nos dejaron solas”, dice Blanca quejándose de la poca asistencia que recibió, primero de la Policía y luego de la Alcaldía de La Estrella.

“Al principio las madres tuvimos la visita del general Dagoberto García, quien entonces era el comandante de la Policía Metropolitana del Valle de Aburrá. Él vino con el personero de La Estrella, pero nunca volvió. Luego, la Personería mandó a unos psicólogos que nos estuvieron visitando durante los tres primeros meses después de la desaparición, pero jamás volvieron”, explica la señora.

El último día que doña Blanca vio a Laura, la joven le dijo que saldría a dar una vuelta con su amiga Yudi. Al ver que era de madrugada y su hija no regresaba, comenzó a llamar desesperada al celular de la chica, pero nunca recibió respuesta.

“Al otro día llegó Michael a decirnos que él había llamado a Alejandra por la noche y le había armado paseo con el tal ‘28’ para Santa Fe de Antioquia. Ahí fue cuando nos encontramos las tres mamás para poner el denuncio. Después de que la noticia de la desaparición salió en el periódico Q’hubo, un muchacho nos llamó y nos dijo que él había visto cuando los policías que las cogieron aquí en La Estrella las retuvieron en el comando de Itagüí”.

“También alcanzó a ver cuando las sacaron. A los ocho días, otro muchacho vino y nos contó que las había visto vivas en una finca de Ebéjico, pero que estaban muy custodiadas. Nos dio esperanzas, pero cuando les contamos a los investigadores que trajeron de Bogotá, ellos ni siquiera sabían dónde quedaba ese pueblo. Yo creo que nunca fueron a averiguar por allá”, relata doña Blanca.

Al escuchar la declaración del teniente Juan Gabriel Herrera, la madre de Laura decidió hablar con el entonces comandante de Policía de La Estrella, de apellido Carmona. Según este último, también teniente, habría sido él quien interceptó el carro de alias “28” cerca al Motel Motivos. Laura habría dicho que el comandante “la llevaba en la mala”.

“Fui a buscarlo al comando y le pregunté por qué aborrecía tanto a esas muchachas y me dijo: ‘Es que ellas vivían enamoradas de mí y yo soy muy fiel a mi esposa’. No sé por qué no le hicieron seguimiento. Él se las entregó al mayor Manrique”, recuerda la madre.

Para la familia de Laura Echeverry, el proceso ha sido lento, doloroso. En su casa, una fotografía de la joven desaparecida recibe a los visitantes en la sala. La imagen dice que los estudiantes del Idem Bernardo Arango Macías quieren el regreso pronto de su ex compañera de bachillerato.

“Laura mantenía muchas ganas de entrar a la universidad a estudiar medicina veterinaria. A ella le gustan mucho los animales: se me robaba la carne de la nevera para dársela a los perros que se encontraba en la calle”, recuerda la señora García, quien recibió el diploma de su hija como bachiller en diciembre de 2009.

“Yo no sé. Unas veces digo que la niña no puede estar muerta; otras veces pienso que sí porque si no me hubiera llamado; era muy apegada a mí”, afirma doña Blanca.

Con diferentes actos religiosos y simbólicos la comunidad del municipio de La Estrella repudió en un comienzo la desaparición de las tres jóvenes. / Foto Luis Echeverri Urrea

Falta confianza en la fuerza pública
Luego de las desapariciones, numerosas personas de La Estrella y de Itagüí se solidarizaron con las familias por medio de diferentes actos. Eucaristías y una marcha que involucró a cerca de 4 mil personas se realizaron luego de la audiencia donde se le imputaron cargos contra los cuatro policías de Itagüí.

“En la marcha participaron todas la instituciones vivas del municipio. La intención era solicitar que entregaran a las niñas. Pero tres días antes del evento nos dimos cuenta de la declaración del teniente Herrera. Decidimos continuar con la marcha, ya no buscando que nos devolvieran a las niñas, sino en contra de esa clase de hechos delictivos, para que no se volvieran a propiciar”, declara el personero de La Estrella, Juan Diego Echavarría.

El pasado mes de mayo, diversas organizaciones de mujeres del Valle de Aburrá realizaron un plantón en el parque de La Estrella. En él disminuyó la respuesta de la comunidad, lo que el personero atribuye a que en Colombia se olvida muy rápido.

“El año pasado se hizo un trabajo muy intenso ya que en la comunidad era latente el repudio contra la Policía. Incluso el día de la marcha hubo personas que me decían que si la Policía no se retiraba, no continuaban. Fue un año duro porque la creencia era que si ellos son los que nos cuidan y nos protegen por qué nos hacen estas cosas. Nuestro trabajo con la Policía Comunitaria consistió en hacerle comprender a los habitantes del municipio que no toda la Policía es mala”, señala el personero Echavarría.

“Tocaba tumbarlas porque conocían a mucha gente”
A pesar de la gran cantidad de gente que había en la sala del juzgado, el ambiente estaba fresco esa mañana de julio de 2009. Sin embargo, la ansiedad de las madres por saber sobre sus hijas dejaba tenso el aire.

Por orden del juez, las cámaras de los medios de comunicación no pudieron entrar a la sala y sólo las grabadoras de los periódicos quedaron como testigos de la declaración. Gritos que exigían el paradero de las jóvenes interrumpían al fiscal, quien seguía leyendo el testimonio del teniente Juan Gabriel Herrera.

En el papel, el testigo principal de la Fiscalía aseguró que participó en los hechos, y que aportó como evidencia interceptaciones a las comunicaciones de alias “28” y dos millones de pesos que recibió por la “operación”. Asimismo, dijo tener la grabación de una de las conversaciones que sostuvo con el mayor Manrique, luego de lo sucedido.

“Estaba patrullando por Itagüí, cuando sale mi mayor al radio con la consigna de que las patrullas estuvieran pendientes con el vehículo Mazda 6, de placas FAR 683, que probablemente bajaba de La Estrella hacia Envigado. Cuando estaba llegando a la estación escuché por radio a mi teniente Carmona reportando que seguía el vehículo. Mi mayor me ve en la esquina y me dice que lo siga, que apoye, que apoye”, relató Herrera.

La patrulla, entonces, se dirigió hacia La Estrella. El teniente continuó: “Nos metemos por la cuadra del Motel Motivos y la discoteca Carnival, y veo la patrulla de mi teniente Carmona [entonces comandante de Policía de La Estrella] y personal de la Sijín. En el piso veo a tres femeninas con las manos en la cabeza. Escoltándolo, mi mayor Manrique trae a un sujeto esposado, que fue metido en su patrulla”.

Es entonces cuando a alias “28” y a las tres jóvenes las conducen hacia la Estación de Policía de Itagüí. A ellas las dejan en la cafetería, mientras que a “28” lo ingresan a la oficina de antibandas.

“Veo que mi mayor empieza a hablar por celular y de un momento a otro ordena que monten a ‘28’ otra vez a la patrulla. Luego dice que monten a las tres femeninas en el Mazda y me ordena que me vaya con él en ese carro. Él va conduciendo rápido y hablando por celular”.

En el recorrido el teniente habló con las mujeres y se dio cuenta de que eran de La Estrella y que dos de ellas conocían a alias “28” desde hacía mes y medio. “Ese hijueputa nos ha matado más de 40 personas”, dijo el mayor Manrique.

Al llegar a Medellín, por el sector de Industriales, “se nos hizo a un lado una Toyota. De ella se bajaron tres sujetos con pistolas y uno de ellos se saludó de abrazo con mi mayor. Bajan a ‘28’ y lo meten a la fuerza en la silla de atrás de la camioneta. Alguien pregunta por las femeninas y mi mayor responde que a esas viejas hay que tumbarlas porque conocían a mucha gente. Entonces las montaron a la Toyota”. El fiscal hizo una pequeña pausa; el llanto de las madres era incontrolable.

En los días siguientes, el teniente Herrera, el mayor Manrique, el subteniente Camilo José Pérez Parrado y los patrulleros José Luis Moncada Ruiz y Alex Fernando Flórez, también implicados en el hecho, presuntamente sostuvieron reuniones en las que su comandante les dio instrucciones para encubrir el crimen.

Más adelante el teniente que declaró ante la justicia se dio cuenta de la presunta suerte de las jóvenes y de su acompañante. “A esas viejas y a ‘28’ los habían picado y los habían botado al río Cauca”, resonó en el pequeño juzgado, acompañado de los gritos de dolor de los familiares de los desaparecidos.

La situación de los sindicados
Hoy, el mayor Luis Augusto Manrique Montilla se encuentra pagando una condena de 28 años en una cárcel del centro del país. Luego de declararse culpable recibió el beneficio de rebaja de pena, el cual ha sido apelado varias veces por la Procuraduría y por la defensa de las víctimas.

Por su parte, el subteniente y los dos patrulleros se encuentran a la espera de un juicio por su presunta participación en los hechos.

También fue ofrecida una recompensa de 80 millones de pesos por Jesús David Hernández Grisales, alias “Chaparro”, a quien, según el mayor, se le habrían entregado los desaparecidos en el sector de Industriales.

El general Dagoberto García, comandante de la Policía Metropolitana del Valle de Aburrá en 2009; el coronel Carlos Alberto García Cala, subcomandante de la misma; y el coronel Wilson Chaparro, jefe directo del mayor Manrique, también fueron llamados a rendir declaraciones sobre el hecho. Ninguno de los tres está hoy en la Policía Metropolitana del Valle de Aburrá.

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