La última vez que hiciste algo por primera vez

Estaba sentada en el balcón de su casa recordando la última vez que había hecho algo por primera vez y se sintió como reventar una uva con un salto. Fue un crack asqueroso. Un crack mediocre. Simple y mediocre. No tenía memoria de cuando había hecho algo nuevo. El jugo de la uva se transformó en un vino amargo cuado pensó la sensación de la uva reventada. Desparramada en el suelo. Verde. Jugosa pero reventada. La piel abierta, las semillas abiertas. Todo explotado. Un salto y crack. Volvió de nuevo a la pregunta ¿cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez? Hace mucho tiempo. Se volvió a sentar en el suelo pensando en la uva que dibujo en su mente una vez más. Pero la uva no era real, fue solo una sensación, y no la uva, sino el crack, cuando explotó con el salto.
La pregunta era estúpida y compleja. Acaso siempre tenemos que estar en continuo movimiento buscando cosas nuevas, lo dudó, pero entonces porqué se sentía como esa uva reventada. Agazapada en el suelo enroscó con sus dos brazos sus piernas y pensó en algo nuevo. No había nada nuevo. Ni siquiera calles nuevas donde hubiese podido haber caminado la última semana, siempre hacia el mismo recorrido. Y le dio asco sentirse tan vulnerable con una estúpida pregunta: ¿cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez? Se sentía diminuta, inservible, previsible. Nada nuevo. Todo viejo. Suena el teléfono, se escucha la campana desde el balcón. Corre a atenderlo.
¿Hola?
Perdón equivocado…
Para, no cuelgues.
¿Qué?
¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez?, preguntó.
Hubo un silencio. Se sintió como otra uva se reventaba con un salto. Un tiro de fuego a la cotidianidad. Empujar los hábitos al precipicio. Supuso mejor no volver a preguntar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Soledad. El momento es cuando decide no volver a preguntar. Justo a esa persona que no conoce, que le ha tocado en el juego de las casualidades. Ya es complejo encontrar entre los que conocemos la suficiente magia como para hacer esa pregunta buscando respuesta. Hacérsela a un extraño ya es por si solo otra magia, dos magias. Juntas quizás era una forma de empezar. Quizás en esos momentos de reflexión propios, es cuando más se necesita esa otra mente para que la reflexión deje de ser propia.

Anónimo dijo...

Soledad. El momento es cuando decide no volver a preguntar. Justo a esa persona que no conoce, que le ha tocado en el juego de las casualidades. Ya es complejo encontrar entre los que conocemos la suficiente magia como para hacer esa pregunta buscando respuesta. Hacérsela a un extraño ya es por si solo otra magia, dos magias. Juntas quizás era una forma de empezar. Quizás en esos momentos de reflexión propios, es cuando más se necesita esa otra mente para que la reflexión deje de ser propia.

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