OPORTUNIDAD DE ÚLTIMA HORA

miércoles, 3 de marzo de 2010

LAS ISLAS DEL LAGO TITICACA

El Titicaca es el lago navegable a mayor altitud del mundo, un mar andino salpicado de islas en que se mantienen vivas costumbres antiguas que se remontan a tiempos remotos.
En estas tierras del altiplano siempre se creyó que en tiempos remotos el mundo vivió en la oscuridad y que un sol resplandeciente nació de una isla del lago, para traer la luz, el calor y la vida a los hombres. El lago es el Titicaca y la isla la del Sol, que muestra su perfil retorcido como flotando sobre este verdadero mar andino.
Bajo las cimas nevadas y resplandecientes de la cordillera Real, sus aguas son anchas y cambiantes. A veces parecen densas y pesadas, como si fueran de metal fundido, y otras se encrespan con olas como de océano. Hay momentos en que toman el color del cobalto, y luego se aclaran al reflejar las crestas de algunas de las montañas más elevadas del continente. A 3.800 metros, es el lago navegable a mayor altitud del mundo y sólo el Maracaibo, en Venezuela, le supera en extensión en toda Suramérica. Ahora la frontera entre Bolivia y Perú lo divide en dos, pero en realidad lo que lo parte es el estrecho de Tiquina, que crea los lagos Chucuito y Huiñaymarca (llamados Grande y Pequeño, respectivamente en Perú), dos mitades desiguales que parecen bailar cerca de las nubes. Y salpicando sus aguas aparecen más de 40 islas, en la que todavía perduran modos milenarios de vida y de conciencia.
En otros tiempos, el Titicaca debió de ser más extenso, y quizá entonces –hace más de un milenio- la ciudad de Tiahuanaco creciera a sus orillas. Ahora se encuentra a varios kilómetros de distancia, perdida en el páramo, como un recuerdo misterioso de una civilización que precedió a la de los incas. Sí está junto al lago la ciudad de Copacabana, con su santuario que atrae a peregrinos desde cientos de kilómetros. Una imagen de la Virgen de este templo acabó dando nombre a un barrio de la brasileña de Río de Janeiro, a muchos miles de kilómetros. Pero saliendo de la ciudad y siguiendo hasta el final de una estrecha península, se divisa claramente la isla del Sol, la tierra del mito de origen.
Es posible saltar a una barca de remos o de vela y cubrir la distancia hasta la isla, y el viaje junto al barquero es el mismo que se ha hecho desde hace siglos. Se llega a un minúsculo embarcadero y se trepa por las laderas empinadas, y a esta altitud siempre falta el aire en los pulmones. Desde lo alto se ve, al lado del agua, como si fuera al borde del mar, el templo del Sol. Hace tiempo que algunos muros se desplomaron, pero se aprecia todavía su estructura, con sus puertas trapezoidales –más estrechas en la parte superior que en la inferior-. Aquí se adoraba la piedra con forma de puma que representaba al lugar donde nació el Sol. En el otro extremo de la isla, el meridional, se encuentran los restos de la Casa del Inca. Desde lo alto, también se divisa Coati –la isla de la Luna-, mucho más pequeña. En esta tierra donde las historias maravillosas viven en el aire, se cuenta que hay un túnel bajo el agua que une el templo del Sol con el de la Luna, en el que vivían las mamacunas, las sacerdotisas vírgenes que cumplían los ritos sagrados.
Las lanchas de motor surcan ahora las aguas del Titicaca, pero la forma tradicional de navegar ha sido siempre en las canoas de totora, unas balsas en forma de piragua fabricada con estos juncos que crecen en las orillas del lago.
En las islas del lago Pequeño, como Suriqui, Pariti o Quebraya, viven muchos artesanos, maestros en el arte de tejer la totora para crear las canoas.
Los juncos son capaces de crear otros milagros. En el lado peruano, todavía existen islas flotantes de totora, en las que los descendientes mestizos de los urus mantienen sus formas primitivas de vida.
Sobre un manto espeso de totora, por el que se camina como en una alfombra gruesa y mullida, levantan sus casas –suelos, paredes y techumbre de junco-, los hombres reparan sus canoas y las mujeres muelen la cebada. Cuando la totora empieza a pudrirse, esparcen otra capa encima. Los urus siempre han surcado el lago remando con suavidad, para no despertar a Ahuicha, la diosa que duermen entre los juncos.
Los urus son los pobladores conocidos más antiguos del Titicaca –cuyo nombre parece significar “la roca del puma”-; ahora están completamente mezclados con los aymaras, los habitantes más numerosos del Titicaca. Los quechuas llegaron más tarde, y hablan el idioma del imperio inca. Muchos de ellos viven en las islas del lado peruano, como Taquile y Amantami, a las que se llega desde Puno. Taquile es famosa por sus tejidos finos de lana de alpaca, que realizan sólo los hombres.
Desde el embarcadero, una interminable escalinata permite llegar al poblado, y desde allí partir en busca de las ruinas preincaicas desperdigadas por la isla. Amantami es más grande y menos visitada que Taquile. Es igual de abrupta, y todo son cuestas. En lo alto de los picos hay restos antiguos, templos centenarios destruidos por el paso de los siglos. Junto a la orilla, un trono tallado en la roca habla también de otros tiempos. Ahora la cultura antigua pervive entremezclada con la cristiana, y las grandes fiestas se llaman de Año Nuevo –en el solsticio de verano austral- o de Pentecostés –cerca del de invierno-, cuando el sol vive la noche más larga y parece abandonar a los hombres. El puma siempre ha estado presente en los mitos que parecen flotar sobre las aguas del Titicaca. Pero no fue hasta hace muy poco cuando se dibujaron mapas exactos del lago, cuando se vio claramente lo que siempre se había presentido sin saberlo: que las orillas del lago Grande dibujan la silueta de un puma que parece cazar un conejo (el lago Pequeño), haciendo realidad las leyendas que han vivido durante siglos entre los antiguos pobladores del mar andino.

0 comentarios:

Publicar un comentario

PÁGINAS AMIGAS

 
footer