Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

sábado, 25 de abril de 2009

MI ROPA DE CICLISTA Y EL MAMUT EN MI BICI, SUS BISONTES, LAS CIERVAS, LAS VULVAS FEMENINAS..., ALTAMIRA.


La foto que abre estas líneas me la hizo Arcadi, un nuevo amigo de la Peña BTT de Moncada, como cuento en “Buscando la primavera a pedaladas y...” hasta ese sábado no nos conocíamos, pero le envié un correo anunciándole que había escrito sobre la pedalada del día y que había sacado algunas fotos de su peña, que hablaba de ellos. Unas horas después me contestaba, dejaba un emotivo comentario en este blog y me enviaba esa foto mía de espaldas, mostrando esa ropa que teñí yo mismo después de dibujar esos trazos sobre la columna vertebral..., realmente quería reproducir el manto de Norton, mi galgo, para así infundirme de su velocidad, de su fondo, de su pecho, de su corazón..., una idea infantil que aflora a mis 43 años y que me hace dedicar tiempo a decorar esa ropa de ciclista que compro, normalmente de color blanco o a decorar mi bicicleta de montaña, también conocida como la Bicipalo o la Primigenia. Por cierto, he comprado un maillot blanco de Decathlon, realmente mal tallado, estrecho de hombros, ancho de cintura y sin elástico, pero el tejido parece bastante fresco..., y junto con un culotte también blanco que ya he empezado a decorar. La idea es tratar de simular las curvas de nivel de un mapa, después teñir de marrón y a ver que sale. Mi amiga María me decía “vas a parecer un Google Map pedaleando por esas montañas de Dios”









Pero la historia de esa Orbea Oiz de aluminio, de mi bici, es curiosa, compré el cuadro y a las pocas horas ya lo tenia decorado a mi gusto, forrado con papel sintético y cubierto por reproducciones reales de mamuts, de ciervas, de bisontes, de vulvas femeninas, de secuencias prehistóricas como la del bisonte herido frente al chaman con mascara de pájaro, descubierta en Lascaux, igual que el mamut lanudo que decora el tubo diagonal, casi a la altura de la pipa de la dirección, también representado en esas cuevas francesas, al igual que la Venus de Laussel hallada en Dordoña. Según los investigadores, esta figura femenina, de anchas caderas y generosos senos representaba una especie de fertilidad o de fecundidad entre los animales que solían cazar aquellos cazadores-recolectores de hace unos 12.000 años, de hecho también se hallaron representaciones de animales preñados cerca de ella, de la Venus..., algo así como la representación de un deseo espiritual de aumentar la presencia de ciervos y venados en algún periodo de escasez. Pero la Venus también representa la imagen que el hombre esperaba de una mujer, suficiente grasa para soportar algún periodo de hambruna, pechos capaces de alimentar a la prole, recias caderas, amplias para garantizar un parto seguro, sin problemas para el neonato..., aún hoy, pese a la imagen famélica y escasa de las top-model, las estadísticas demuestran que los hombres se siguen sintiendo atraídos por esos atributos tan femeninos, tan de hembra sin lugar a confusiones.

Pero las pinturas siguen apareciendo entre el polvo de la sierra Calderona que cubre a la Primigenia, a la Bicipalo..., se descubren los bisontes de Altamira y las vulvas talladas, por doquier y obsesivamente en otra cueva francesa, en la Ferrassie y en algunos santuarios e los indios Chimane en Bolivia..., alguno de aquellos cromañones europeos se dedicó a tallar, a cincelar, a gravar sobre la roca decenas de aparatos genitales femeninos, con detalle y devoción, recreando la forma triangular y la abertura de los labios.

Mamut lanudo de Lascaux





El Gran Bisonte, de Altamira, una imagen de 2.05 metros, algunos autores

la describen como una imagen imponente y que rezuma una calma

inperturbable...,un bisonte macho, viejo pero con un enorme peso en

la manada.



Vulvas femeninas.


Cierva y bisonte de Altamira.





La famosa escena del "pozo", en Lascaux y a la

izquierda, un dibujo de la Venus de Laussel.




Algunos autores abren nuevas líneas de investigación y se atreven a declarar que gran parte de este Arte Rupestre, es en realidad el origen de los graffiti de la Edad de Piedra y se apoyan básicamente en las temáticas de las pinturas, se habla de sexo, se habla de la caza, del riesgo, de la emoción..., realmente de los temas que desarrollan los jóvenes y adolescentes, obsesión por el sexo y por el riesgo. Teorías en torno a una etapa de nuestra historia como humanos que siempre quedarán envueltas en las dudas de lo que ocurrió realmente y de cual fue la motivación.

Pero la autentica joya de ese arte primigenio la tenemos aquí en España, en las cuevas de Altamira..., hasta ellas quería llegar en otro viaje iniciativo desde la sierra Calderona hasta las orillas del Cantábrico, con la Bicipalo, con la Primigenia, pero el ictus de mi padre terminó con aquel proyecto.

- Papá..., en el techo hay bueyes -murmuró Maria, con la vocecilla de una niña de ocho años. Cogía de la mano a su padre, Marcelino Sanz de Sautuola y juntos exploraban la cueva en el año 1879.

Su padre alzó la lamparilla por encima de la cabeza y la manada en ocre y negra de monumentales bisontes se abrió ante los ojos del humano por primera vez en 13.000 años.

Picasso dijo, “después de Altamira todo es decadencia...”, el genio resume en tan pocas palabras la grandiosidad del yacimiento..., que desconozco, que nunca he visitado pero que puedo imaginar con detalle, incluso recrear la imagen del artista, al que imagino como alguien especial dentro del clan que habitó aquellos montes, aquellas sierras impregnadas por la humedad norteña.

- Tú no puedes venir...-dijo el guía.

El muchacho sostenía una pequeña lanza de madera, rematada con una afilada punta de silex..., miró al guía y después al resto del grupo que formaba la partida de caza..., los últimos eran jovenzuelos como él, pero mas altos y corpulentos, pese a tener el mismo tiempo. Sus lanzas eran mas pesadas y las aferraban con manos ya recias y fuertes, observó los antebrazos surcados por los tendones y por los músculos, vió las caras de sus amigos, con las pieles bronceadas con la actividad al aire libre y vió sus ropas, exquisitamente curtidas, decoradas y cosidas.

- Quédate y aprende de los viejos..., te hará falta, nunca serás un cazador.

Vió partir el grupo y como algunas mujeres del clan le observaban, escuchó sus murmuraciones y alguna risa..., volvió a mirar hacia la senda que se perdía entre los peñascos que protegían el campamento de las borrascas del norte y fue tras sus huellas a paso rápido, pero pronto empezó a jadear, a no poder respirar, la lanza comenzó a pesar demasiado, le dolía el estrecho y pálido antebrazo..., aminoró la marcha y se desvió por los atajos que conocía hasta que logró ver al grupo, se mantuvo a distancia y les fué siguiendo. A veces les escuchaba, otras volvía a perderlos de vista..., pero cada vez le costaba más alcanzarlos, cada vez sudaba más y tenía que pararse más veces a recuperar el resuello. Sintió la boca seca, se paró, dejó la lanza sobre el pasto y bebió de la vejiga que colgaba de su costado, cubierta de piel y con una tira de cuero que las sujetaba a su estrecha cintura. Dio varios tragos y volvió a moverse deprisa entre el monte bajo, a saltar entre los peñascos que se elevaban rodeando la llanura en la que solían pastar los bisontes..., fue bajando, perdiendo altura, pasando su escuálido cuerpo entre aberturas y estrechos de roca, a veces cubierta de liquen, húmedas y resbaladizas, otras veces desnudas y ásperas..., pero agradables en los inviernos. Saltó desde una de ellas y sus mocasines de cuero cayeron sobre el pastizal..., aún le dio tiempo de ver a los muchachos que cerraban el grupo de los cazadores. Echó a correr hacia ellos, sin apartar la mirada de ese punto en el horizonte en el que los había visto desaparecer, siguió corriendo, percibiendo unas imágenes que parecían bailar, como si esa llanura verde subiera y bajara, como si las montañas grises y con sus picos nevados se moviesen como cuando prendían los fuegos en algunas noches y los del clan saltaban y danzaban en torno a las llamas, saltando sobre ellas.

Seguía corriendo, con las mejillas incendiadas en rojo, jadeando ruidosamente, sintiendo dolor en la garganta, en sus estrechas piernas..., y la llanura comenzó a enturbiarse, como si una lluvia empapara sus propios ojos, abrió mucho la boca y algo se abrasó en su pecho..., trató de mitigar ese fuego, trato de cubrirse con las manos y su rostro impactó contra el pasto verde y fresco, rebotó y lanzó unos extraños ronquidos, se encogió y una mortecina lividinez se formó en ese rostro de unos 11 años.

Sintió como si algo mantuviese pegados sus parpados, abrió los ojos y la fina capa de escarcha se rompió, parpadeó y apenas si pudo ver algo, tan solo las briznas de hierba tiznadas de blanco por el hielo muy cerca de sus pupilas..., un temblor sacudió su pequeño cuerpo y tosió varias veces, unos hilillos de babas resbalaron desde sus labios cuarteados y comenzó a distinguir algo a su alrededor, algo parecido a siluetas oscuras en medio de la neblina, robustas y altas, que desprendían un olor que lo impregnaba todo. Un olor que no le era desconocido pero que jamás había percibido con aquella intensidad..., volvió a tiritar, a toser y a cubrirse de nuevo el pecho con sus manos temblorosas. Trató de incorporarse, ladeó su cuerpo y se quedó quieto, inmóvil, casi sin respiración..., estaba ahí, tan cerca que escuchaba su poderosa respiración, tan cerca que veía los penachos de vaho saliendo de sus enormes fosas nasales, podía ver los cuernos recurvados hacia arriba, sus puntas parecían perderse entre la bruma, saliendo por detrás de unos ojos negros que ya le habían visto y que continuaban observándole como él mismo observaba al enorme bisonte recostado. Estaba tan cerca que podía ver cada una de sus cerdas oscuras cubriendo su cuerpo caliente, las cicatrices que rasgaban la cornamenta y el propio pelaje, repleto de mataduras, de algunos insectos que se sacudía con una contracción muscular, de algunos cortes provocados por las puntas de silex, podía ver las sangre reseca que había manado de ellos, las pezuñas manchadas de barro, las articulaciones plegadas bajo el vientre..., entonces, la cabeza se movió y le miró con los dos ojos, los cuernos oscilaron ante su rostro, sintió el aliento denso de la bestia incidiendo en sus mejillas, en su frente y el pánico le cerró los ojos.

Los abrió y observó la roca amarillenta, vió las tenues sombras que oscilaban con la llama que prendía el musgo empapado en tuétano, pasó la palma de la mano sobre ella, sobre esa porción del techo de la cueva sobre la que aún no había grabado nada y fue reconociendo sus abultamientos, sus protuberancias, sus pequeñas hoquedades, sus grietas..., terminó sonriendo, tosió un par de veces y buscó uno de los buriles de silex que utilizaba para hender los trazos en la piedra, sus dedos manchados de oxido de hierro, de carbón vegetal..., tropezaron con la delicada pieza lítica y se precipitó al vacío desde lo alto del andamio montado con ramas descortezadas..., se sobresaltó, trató de sujetarlo y lo vió desaparecer entre las manos de ella, de la anciana que le preparaba los tuétanos de las lamparillas. Era su madre, sonrió en la penumbra de la cueva y con cuidado subió los peldaños, le devolvió el buril y miró hacia ese techo que parecía hervir de vida, que parecía moverse como las manadas de bisontes y ciervos que su hijo contempló todos los días desde la mañana en que volvió a nacer de entre ellos, desde entonces jamás volvió a seguir a las partidas de caza..., les siguió a ellos, a esas manadas que reproducía en esa cueva mágica durante muchas lunas, durante las épocas de las flores y de las nieves, durante los calores de los días largos y luminosos, durante la época de los cielos grises y soles esquivos, de los amaneceres blancos.

Apretó y la punta de silex se hundió en la piedra, comenzó a desplazarlo, a dibujar sobre ese techo inclinado, sin rectificar, sin equivocarse, con decisión, reviviendo mentalmente todos esos detalles que descubrió y plasmándolos con maestría, con vigor, con pasión y con una precisión que jamás volvería a repetirse en la historia de la humanidad, en la historia del arte, ningún artista sería capaz de reproducir de memoria aquel espectáculo de cromatismos rojos, amarillentos, oscuros, aquellos trazos al carbon vegetal que le sobrevivieron cuando volvió a toser, cuando vomito sangre y se acurrucó sobre el andamio, con la piel de bisonte con la que se abrigaba durante las horas pasadas en la cueva.

Sus toses resonaron en el silencio de la cueva, de la sala mas hermosamente decorada por un humano, poco a poco la mecha de musgo se fue consumiendo, poco a poco las sombras fueron engullendo sus pinturas, sus dibujos, sus bisontes, sus ciervas..., hasta que el tuétano contenido en la lamparilla de barro se consumió y la llama siseó extinguiéndose.

- Papá..., en el techo hay bueyes.













2 comentarios:

Ars Natura dijo...

Una bici muy compltetita. Me gusta mucho la decoración.

Un saludo.

Pedro Bonache dijo...

Me alegra que te guste Ars natura, la verdad es que en el ultimo año los fabricantes estan enpezando a darle tonos de color mas "acordes" a las bicis de montaña..., pero desde luego, ninguno como la mía, bueno, Specialized sacó un modelo en tonos marrones y decorada con motivos totemicos de los indios americanos. Pero no he visto ninguna rodando por ahí.
La mía es muy personal, creo que se mimetiza bien en el entorno por el que pedaleo y por lo menos no deja de recordarme lo que me gusta.
Bueno Ars natura, espero verte mas veces por aquí.