Palabra y creación en el Popol Vuh

Para comprender el grado de complejidad de textos como el Pop Wuj, basta con llamar la atención respecto a la gramática del idioma maya quiché, lengua en que fue escrito, y a la complejidad de los símbolos que ahí se manifiestan y que son comunes a toda Mesoamérica, aunque su interpretación tenga variantes regionales de carácter lingüístico e ideológico. De acuerdo a lo expuesto por Adrián Inés Chávez en su versión del Pop Wuj, en la fonética maya quiché existen siete sonidos que no son apropiados a la fonética castellana:

La conjugación del verbo tiene cuatro personas gramaticales singulares y cuatro plurales con formas verbales propias, es decir, ninguna forma verbal se repite. Los sustantivos que principian con vocal se conjugan en el quiché como sucede en el latín y el griego antiguo.

Tal aseveración –aunada a la condición metafórica de sus signos/símbolos, que hace posible leer en más de dos significados relativos una misma historia–, nos permite suponer la complejidad del pensamiento y expresión de quienes escribieron sus mitos y su historia en esta lengua. Tan sólo a partir de esta información, es lógico pensar que no tenemos, y posiblemente nunca la habrá, una lectura final de los libros de origen indígena escritos durante la colonia. Las diferentes opiniones de los investigadores modernos respecto a la hermeneútica y los estudios filológicos, apuntan hacia polémicas de origen paleofráfico, además del reconocimiento de una influencia pertinaz de la doctrina de Domingo de Vico y los dominicos que estuvieron en el Quiché. Munro Edmonson asegura que debido a serias incorrecciones fonológicas y ambigüedades en la ortografía “muchas veces se pueden proponer legítimamente una docena o más de significados distintos, para una raíz monosilábica particular […] aunque darse cuenta de que el autor escribió en pareados, puede disminuir esta ambigüedad casi irresoluble”.

Además del evidente problema lingüístico y paleográfico relacionado con los textos, habría que hablar del poder que, en distintas categorías de pensamiento, tiene la palabra para los mayas. Sirva esta cita de Ramón Arzápalo Marín:

(...) una traducción del lenguaje sacerdotal maya de los siglos XVI-XVIII al español del siglo XX merece ser considerada de una manera muy especial: este lenguaje esotérico altera las reglas fonológicas y gramaticales del lenguaje coloquial; emplea préstamos (de otras lenguas mayenses, del náhuatl e inclusive del español) así como metáforas poco comunes o irreconocibles por la gente común; sigue una rítmica muy peculiar y mezcla corrientemente estilos y registros, ya que el sacerdote asume los papeles no sólo como tal, sino que también los de paciente, de viento-enfermedad y de deidad. Más aún, el sacerdote puede dirigirse a las deidades y vientos en un estilo muy formal y reverencial para invocarlos y luego, al tenerlos en su poder hablarles en un estilo íntimo y hasta vulgar para aniquilarlos.

Baste para comprender la imposibilidad de una lectura cabal del Popol Vuh, escrito por hombres que tenían una herencia directa e inmediata del bagaje religioso y filosófico quiché, más si consideramos que en la Literatura Maya mito e historia se confunden. La poesía, está en la riqueza simbólica de la palabra misma; es más que un signo. Uoh en maya es signo, es señal; es símbolo. Uoh aparece en el Chilam Balam:

Uoh-Puc era su nombre. Esto se escribió: Uoh, en la palma de su mano. Y se escribió: Uoh, debajo de su garganta. Y se escribió en la planta de su pie. Y se le escribió dentro de la mejilla de su mano, a Ah Uoh-Puc.

Pero también es el segundo mes del calendario maya y su glifo contiene las bandas cruzadas que distinguen a los gobernantes, además de que, dice Mercedes de la Garza “En las inscripciones mayas clásicas, el jaguar es el patrono del mes Uo, y simboliza el cielo negro y el Sol nocturno, de modo que se relaciona con el inframundo”.

Uoh aparece también en algunos conjuros de El ritual de los bacabes en la palabra Chiuoh, que es Tarántula, pero también una palabra compuesta por Chi, que es boca y Uoh, lo que ya dijimos. Nada escapa a su nombre en el mundo maya, “los dioses” han nombrado las cosas y por ello éstas son. Los propios nombres de “los dioses” simbolizan también conceptos, encierran signos que además de identificarlos individualmente, los describe, los ubica cardinal, celeste y celestialmente; los invoca.

En el Popol Vuh, la palabra es el vehículo de la creación, cuando los creadores deciden hacer el mundo, darle forma y medir sus cuatro costados, así como desplegar las cuerdas para medir el cielo.

Llegó aquí entonces la palabra, vinieron juntos Tepeu y Gucumatz, en la oscuridad, en la noche, y hablaron entre sí Tepeu y Gucumatz. Hablaron, pues, consultando entre sí y meditando; se pusieron de acuerdo, juntaron sus palabras y su pensamiento (...) entonces conferenciaron sobre la vida y la claridad, cómo se hará para que aclare y amanezca, quién será el que produzca el alimento y el sustento.

También en los Anales de los Xahil , escrito en lengua kakchiquel e integrado por cuatro documentos, se incluye un relato mítico acerca de los hombres que vinieron “de allende el mar”, se dice que:

"Así fueron hechos los hombres; así fue hecha la Piedra de Obsidiana, la cerradura, la puerta de Lugar de la Abundancia de donde vinimos; solamente un murciélago [fue] la cerradura, la cerradura, la puerta, de Lugar de la Abundancia en donde, al llegar, fuimos procreados, en donde, al arribar, fuimos engendrados, en donde nos fueron dados nuestros cargos, en las tinieblas, en la noche, oh hijos míos."

En El Título de totonicapán el inicio de la historia de los quiché comienza con un largo recuento de las tribus judías y su salida de Babilonia, hasta cruzar el mar y llegar a lo que en el texto llaman el cerro de Chimoab, palabra que es compuesta por un vocablo maya: chi y el nombre de Moab, referente a los Moabitas, tribu judía, ya que en quiché no hay tal vocablo, como asegura Arzápalo.

En las escrituras mayas también se habla con mucha claridad de un pensamiento que tiende al cosmos, de carácter espiral, que niega a los ídolos y plantea que el rostro de Dios nadie lo puede esculpir. Y de esto hay testimonio tanto en el Popol Vuh —maya quiché—como en fuentes como en Los Textos de los informantes de Sahagún, en El Códice Matritense de la Real Academia de la Historia. Este pensamiento religioso se manifiesta en la estructura espiritual que se deja ver a través de la palabra escrita:

Una misma era la lengua de todos. No invocaban la madera ni la piedra, y se acordaban de la palabra del Creador y Formador [Tzakol-Bitol], del Corazón del Cielo, del Corazón de la Tierra. Así hablaban y esperaban con inquietud la llegada de la aurora.

Adrián I. Chávez expone que Zakol-Bitol son dos nombres que se refieren a una misma entidad, o concepto, como decir: el que proyecta, el que planea. Lo mismo sucede con Alom-Kajolom, forma derivada de Zakol-Bitol, que significa El Creado, Varón Creado. En esta advocación, Zakol-bitol, manifestado como Alom-Kajolom, se muestra en su condición de materia, de todo lo que tiene forma: es la creación en su totalidad, contiene la forma de los espíritus del cielo, de la tierra y de todo lo que en ella vive.

En su condición de absoluto (Zakol-Bitol), el Creador, después de ser él mismo fuerza primigenia, impulso inicial, está contenido en cada una de las formas de su creación, las abarca a todas pues son expresión de su voluntad creadora y por lo tanto nacen de él, en él se engendran. En expresiones como ésta es donde el pensamiento religioso maya se ata con el universo a través de esa noción de interdependencia entre la divinidad y los hombres, que se deriva, filosóficamente, de entender que la creación no se circunscribe al ser humano como eje central, sino que el hombre es parte de esa creación, siendo su tarea sustentar a los dioses y que, como parte suya, es también un reflejo de la divinidad pues ese absoluto (Zakol-Bitol), estará siempre ligada incluso a la más “mundana” de sus creaciones a través de una filiación paterno/maternal que se manifiesta en la figura de Xpiyacoc, Xmucané, quienes son “amparadores y protectores, dos veces abuela, dos veces abuelo”, narradoras de “todo lo que hicieron en el principio de la vida, en el principio de la historia”, quienes además aparecen de manera constante durante la primera parte del relato del origen de la vida, pues son ellos quienes auguran que será buena la creación de los hombres de madera; después Xmucané reaparece como abuela de los Hunbatz y Hunchouén, hijos de los Ahpú, y luego como aliados de los gemelos Hunahpú e Xbalamqué, sus medios hermanos, cuando se enfrentan contra los soberbios.

Tanto las advocaciones de Zakol-Bitol, Alom-Kajolom (Xpiyacoc, Xmucané; Hunracán), como sus formas derivadas (los espíritus del cielo y de la tierra, Hunahpú Vuch y Hunahpú Utiú, hasta llegar a los hombres), necesariamente contienen los elementos fundamentales de su propio ser, de la condición de absoluto que toda creación tiene en su conjunto: una conciencia de lo creado, un movimiento (tiempo) de lo creado, una voz del creador a partir de la cual se crea en lo ya creado.

En su versión del Popol Vuh, Adrián Recinos abunda en la interpretación de su sentido:

Tzacol y Bitol, el creador y el Formador; Alom, la diosa madre, la que concibe los hijos, de Al, hijo, alán, dar a luz. Qaholom, el dios padre que engendra los hijos, de Qahol, hijo del padre, qaholah, engendrar. Madre y padre los llama Ximénez; son el Gran Padre y la Gran Madre, así llamados por los indios, según refiere Las Casas, que estaban en el cielo...

Esto nos propone también la estructura de una sociedad conformada y organizada por estratos, sustentada en un linaje divino: el que es cabeza; el que engendra a los hijos; la que da a luz a los hijos; la abuela, el abuelo; el gobernante; el señor de la estera; el sacerdote Serpiente Emplumada... La estructura social y política está contenida en el propio mito: Tepeu tiene la acepción de Gobernante, que nos acota Recinos al mencionar que Tepeu es voz que en Pokomchí, y que según Zúñiga, significa “Grande, admirable, majestuoso, poderoso...” y cosa semejante en cakchiquel, según Saénz de Santa María. En maya yucateco, registra el diccionario de Motul, como vocablo antiguo “Tepeual” con significado de “reinar” y “Tepal” con el de “reinar, mandar, señorear, prosperidad”, etc. En nahua, Tepeua vale por conquistar.

En cuanto a Gucumatz, también Recinos, anota: “Gucumatz, serpiente cubierta de plumas verdes, de guc, en maya kuk, plumas verdes, quetzal por antonomasia, y cumatz, serpiente; es la versión quiché de kukulkán”.

Resulta obvio que si el gobernante y el sacerdote estaban en la claridad, entre el verdor y el limo, para Tepeu y Gucumatz, los espíritus del cielo y de la tierra, su creación sería también, en un sentido concreto, creación humana. Esta otra forma de creación es la del ser humano: la civilización y el arte que la expresa en todas sus formas. Y esto, gracias a la palabra, porque
Llegó aquí entonces la palabra, vinieron juntos Tepeu y Gucumatz, en la oscuridad, en la noche, y hablaron entre sí Tepeu y Gucumatz. Hablaron, pues, consultando entre sí y meditando; se pusieron de acuerdo, juntaron sus palabras y su pensamiento...

Así se hace posible pensar que el Creador, el Formador, puede estar al mismo tiempo en formas diversas entre la oscuridad que cubre la tierra, entre el limo y el verdor, cuando “sólo el creador, el Formador, Tepeu, Gucumatz, los Progenitores, estaban en el agua rodeados de claridad”, porque simultáneamente representa a los dioses y a las fuerzas naturales que duermen en el mundo y se manifestarán en el momento de la creación, así como al ser humano, quien comienza a separar las tinieblas al nombrar los objetos y las cosas, al ir dándole forma al mundo desde el verbo:

se acabó de formar todo el cielo y la tierra (...y) fue formado y repartido en cuatro partes, (...) fue señalado y el cielo fue medido y se trajo la cuerda de medir y fue extendida en el cielo y en la tierra, en los cuatro ángulos, en los cuatro rincones...

De los puntos cardinales surgen las regiones que dividen el cuadrado del mundo, el círculo del universo. Además del Popol Vuh, en las otras fuentes coloniales existe una unidad temática respecto al origen, como acontece en los Anales de los Xahil, donde está escrito que

Cuatro hombres vinieron de Lugar de la Abundancia. Un Lugar de la Abundancia [hay] al sol levante. Uno también en Lugar de la Desaparición. Otro al sol poniente, y nosotros vinimos del sol poniente. Otro allá en donde está la divinidad. Cuatro Lugares de la Abundancia, pues, se cuenta, oh hijos nuestros. Del sol poniente vinimos, del Lugar de la Abundancia de allende el mar; ese fue el Lugar de la Abundancia de donde vinimos, en donde fuimos paridos, fuimos engendrados por nuestras madres, [por] nuestros padres.

En el Chilam Balam de Chumayel se habla también del cuadrado del mundo y su división en cuatro sectores, en los que hay árboles, piedras, animales y cuidadores:

El pedernal rojo es la sagrada piedra de Ah Chac Mucen Cab. La Madre Ceiba Roja, su Centro Escondido, está en el Oriente. El chacalpucté es el árbol de ellos. Suyos son el zapote rojo y los bejucos rojos. Los pavos rojos de cresta amarilla son sus pavos. El maíz rojo y tostado es su maíz.
El pedernal blanco es la sagrada piedra del Norte. La Madre Ceiba Blanca es el Centro Invisible de Sac Mucen Cab. Los pavos blancos son sus pavos. Las habas blancas son sus habas. El maíz blanco es su maíz.

El pedernal negro es la piedra del Poniente. La Madre Ceiba Negra es su Centro Escondido. El maíz negro y acaracolado es su maíz. El camote de pezón negro es su camote. Los pavos negros son sus pavos. La negra noche es su casa. El frijol negro es su frijol. El haba negra es su haba.
El pedernal amarillo es la piedra del Sur. La Madre Ceiba Amarilla es su Centro Escondido. El pucté amarillo es su árbol. Amarillo es su camote. Amarillos son sus pavos. El frijol de espalda amarilla es su frijol.

Sea Quiché, Kakchiquel, o Itzá, el sustrato fundamental del origen parece ser una misma idea en sus relatos. Una lectura atenta a los apartados de los libros en que cada uno de estos pueblos se ocupa de la creación del mundo, de su ordenamiento y del progreso de los pueblos, revela que el origen es el mismo aunque para cada uno “el amanecer” está vinculado a un momento preciso en el que aparecen el sol la luna; pero también cuando se da inicio a una cuenta calendárica que comienza, precisamente, con la medición de la tierra y el ordenamiento de las esteras, con la entrega de los símbolos y las pinturas.

De hecho, en los relatos míticos, cuando se habla de los formadores, aunque podría referirse a los dioses primigenios, también está clara una referencia a quienes abanderan el proceso civilizador de los pueblos, bajo el principio del símbolo de Serpiente emplumada, portado por Toltecas y Mayas que, en el caso de los Quiché, se declaran herederos de aquellos, como se aprecia en el siguiente pasaje, cuando los creadores, los formadores, piden la ayuda de Ixpiyacoc, Ixmucané, quienes eran adivinos (“En seguida les hablaron a aquellos adivinos, la abuela del día, la abuela del alba, que así eran llamados por el Creador y el Formador, y cuyos nombres eran Ixpiyacoc e Ixmucané”) para intentar de nuevo la creación de quienes debían adorarlos:

Dad a conocer vuestra naturaleza, Hunahpú Vuch, Hunahpú Utiú, dos veces madre, dos veces padre, Nim-Ac, Nimá-Tziís, el señor de la esmeralda, el joyero, el esculto, el tallador, el Señor de los hermosos platos, el Señor de la verde jícara, el maestro de la resina, el maestro Toltecat, la abuela del sol, la abuela del alba, que así seréis llamados por nuestras obras y nuestras criaturas (p.28)

De esta manera, en la tierra Dios se manifiesta encarnado en los verdaderos cantores, trovadores, portavoces de la palabra, artistas, y maestros toltecas que representan al que invoca, al sacerdote, al que nombra lo ya nombrado; al que mira en la oscuridad y en la claridad.