La punta de mi lengua

Lo dejé marchar y no me arrastró.

Sueños extrañamente inconclusos

Ella ya lo había perdido todo. Habían pasado 15 meses desde su ruptura. La niña bonita, dicen algunos. La niña odiada, pensaba ella. Justo en ese aniversario, ella decidió desahacerse de todos los recuerdos y mandárselos a él en una linda caja.
Se puso frente al espejo. Comenzó cortándose los lóbulos de las orejas. Verlos impicaba recordar cada una de las veces en las que él conquistaba salvajemente esas puertas a su cuerpo, para después continuar arrasándolo por dentro.
Luego, tomó unos alicantes. Sabía que venía algo doloroso, eran muchas piezas dentales las que tenía que arrancarse. Sin embargo, su afán por eliminar los rastros de ese amor era mucho más potente que cualquier dolor. Con la única muela del juicio que había, tuvo serias dificultades pero lo consiguió, hacer palanca siempre le resultó un buen recurso.
Después, llegó el turno de los labios. Primero el inferior que siempre tuvo más protagonismo en aquella novela sucia y amarga. Casi al instante el eterno secundario, el labio inferior.
La duda le surgió en ese momento por qué continuar, por los ojos o por la piel. Consideró mejor opción dejar en el último lugar los ojos, siempre se recomienda tener plena conciencia de lo que se está haciendo.
Eliminar la piel era una tarea sencilla, quizás lo más complejo era meterla en la caja sin arrugarla en exceso. Era casi una experta en aquella labor. ¡Quién ha dicho que comerse las uñas no tiene ventajas! Un pequeño y preciso mordisco en un padrastro y descoser y cantar, en este caso. Ojálá hubiera tenido un cómplice para el delito, pues pisó el pliegue del ombligo al intentar doblarla. Tras mucho sudar, no podemos decir sudor porque no lo sintió, había alcanzado la última fase de la katarsis.
Como era diesta de ojo, comenzó por el izquierdo que le era menos útil. Fue a la cocina a por una cuchara sopera. Lo consideró una buena herramienta. Uno y dos. Seguidamente, tanteando, los colocó en una huevera que ya había preparado cuidadosamente.
Todo estaba guardado ya en la caja, con un ticket regalo. Por si acaso el receptor del regalo no quedaba satisfecho.
Ël único incoveniente es que nunca pudo concluir su sueño. Murió desengrada mientras se esmeraba haciendo el lazo de la caja.

2 comentarios:

ro dijo...

Acá estoy, leyéndote. Me gustó desarrollo del cuento, su progresión, su irrealidad, su absurdo, su crudeza.

la punta de mi lengua dijo...

Y a mí me gusta que me lean y ser agradecida.