domingo, junio 15, 2008

Reconciliarse con Dios

Comentario a la carta a los romanos (Rm 5, 6-11)

La salvación: un rescate del abismo

En este fragmento de su carta a los romanos, el apóstol nos habla de nuevo del gran sacrificio de Jesús, entregando su vida para salvarnos. La idea de salvación nos evoca un naufragio o la supervivencia ante grandes catástrofes. ¿De qué salvación podemos hablar, en el mundo de hoy? Muchas personas que ya viven acomodadamente, con educación y cultura, a menudo desprecian nuestra fe. “No necesitamos ser salvados”, dicen, porque el hombre ya tiene capacidades suficientes para vivir por sí mismo. Su inteligencia y su trabajo bastan. El hombre no necesita de un Dios paternalista que lo salve.

Pero, en realidad, la vida es mucho más tormentosa. La enfermedad, la muerte y dificultades diversas nos acechan y a veces amenazan con hacernos zozobrar. La guerra, el hambre y las catástrofes naturales azotan el mundo, y ningún país puede asegurar librarse de ellas. La persona que no cree acaba sintiéndose a merced de olas poderosas que no puede controlar. ¿Qué sentido tiene todo, si nuestra existencia acaba con el vacío de la muerte, de la nada? Y el miedo nos invade, poco a poco, como una enfermedad callada que nos carcome por dentro y nos impide vivir en plenitud.

Es justamente de esto que Jesús, con su muerte y resurrección, nos salva. Nos rescata del abismo del miedo y del sinsentido. Y aún más. Pablo señala una palabra: reconciliación. Nos reconciliamos con Dios, volvemos a sus brazos. Y, “estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida”.

Reconciliarse con Dios

Reconciliarse con Dios es un camino necesario para alcanzar la paz. ¿Cómo podemos vivir peleados con la fuente de nuestra misma existencia? ¿Cómo sostener durante mucho tiempo una pugna con aquel que nos ama hasta el extremo? ¿Cómo vivir rechazando al mismo Amor?

Por eso Pablo predica incansable, deseando tocar los corazones de sus oyentes, para que sean conscientes de ese amor que Dios desea derramar en su criatura predilecta. Para recibirlo, no hace falta un corazón grande, fuerte o superdotado. Tan sólo es necesario un corazón abierto. Un espíritu humilde y audaz, dispuesto a recibir. Las palabras de Pablo son aldabonazos que repican en nuestras puertas. Escuchémoslas. Atendamos a esa llamada tremenda, que pide una meditación serena y profunda: “la prueba que Dios nos ama es que Cristo, cuando aún éramos culpables, murió por nosotros”.

Un héroe puede morir por salvar a un justo. Pero sólo Dios puede librarse a la muerte para salvar a una multitud de pecadores. Así lo entendió Jesús, dando generosamente su vida. Porque, a los ojos del Padre, todos somos hijos amados de sus entrañas.

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